
Juana Acosta en ‘La fianza’: “A Ana la fui construyendo a fuego lento”
Juana Acosta es Ana en 'La fianza'.
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A las salas de Cine Colombia llega ‘La fianza’, dirigida por el colombiano Gonzalo Perdomo y protagonizada por Juana Acosta, Israel Elejalde y Julián Román. Es un thriller que transita entre el humor ácido y el drama, y que propone un viaje hacia el despojo: encerrarse para soltar lo que no nos pertenece.
Por: Elena Chafyrtth

Hay una cita de Woody Allen tan icónica como sus películas: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale de tus planes”. Pocas frases capturan con tanta precisión esa certeza incómoda de que el control es apenas una ficción reconfortante. La vida es un juego de póker: las cartas se barajan, se reparten, y así nos convencemos de que el poder se esconde en la imagen que se desliza entre nuestros dedos, cuando en realidad son las cartas las que deciden si mañana seremos más felices o más desdichados que ayer. Uno se resiste a mostrar su mano, convencido de que guarda una carta poderosa, asegurando un paso de ventaja. Pero en el último minuto alguien lanza una jugada inesperada y todo cambia.
Es lo mismo que le ocurre a Ana, el personaje que interpreta Juana Acosta. Una mujer que creyó haber encontrado la vida perfecta al llegar a España. Pensó que el poder y las comodidades de su esposo eran un boleto seguro hacia la felicidad. Entonces intentó encajar, hasta que llegó al punto de no reconocerse frente al espejo. Prefirió enterrar el pasado, alisar su acento y borrar cualquier rastro de su esencia. Canjeó la libertad por una existencia de apariencias: seguridad económica, joyas y una mansión que deslumbra a todos menos a ella.
Una tarde, luego de celebrar el cumpleaños de su hija, Ana recibe una visita que irrumpe en la rutina milimétrica de sus días. A través de Walter —interpretado por Julián Román— Ana comprende, quizá por primera vez, que esa jaula de oro no es más que una cárcel. No solo para ella, sino también para su hija Laura. Una prisión envuelta en comodidades que, con el tiempo, dejó de parecerse a una elección y se convirtió en un trato... en una fianza.

Este film de 95 minutos es una ruleta que se desplaza entre el humor y la nostalgia, entre los felices recuerdos del ayer y el sinsabor del ahora, entre lo que alguna vez se quiso y a lo cual se renunció con demasiada facilidad. Una historia que no se detiene, porque los gestos, las palabras y las acciones quedan atrapados en la mente de sus espectadores. Una cinta que recuerda, una vez más, que la vida es un eterno debate entre las carcajadas y las lágrimas.
Los actores Juana Acosta y Julian Román presentan en Colombia este thriller al que la crítica ha denominado ‘un cautivante relato donde el suspenso y el humor coexisten a la perfección’. CAMBIO conversó con ellos sobre la experiencia de esta película.
CAMBIO: ¿Cómo fue el proceso para integrarse al elenco de La Fianza y qué implicó, en términos de creación, el trabajo con los personajes de Ana y Walter?
Juana Acosta: Ana es un personaje muy importante en mi carrera. Gonzalo Perdomo, el director de esta película, colombiano, por cierto, pero radicado desde hace varios años en España, fue quien me trajo esta historia. Él es muy amigo de Helena Taberna, una directora con la que trabajé hace años en la película El acantilado. Al terminar ese rodaje, Gonzalo se me acercó y me dijo: “Mira, Juana, esta película la he escrito para que tú interpretes a la protagonista… Esta película es tuya”. Desde que me entregó el guion —hace ya siete años— nos reunimos cada año, porque Gonzalo junto con Andrés Montorell, quienes escribieron esta historia, iban cambiando y puliendo cada vez más el texto. Con cada encuentro, el guion iba mejorando. Siento que a Ana la fui construyendo a fuego lento. Poco a poco me fui metiendo en ella, como si el personaje se fuera instalando en mí de forma progresiva, casi invasiva. No es lo mismo enfrentarse a un rodaje inmediato, con la urgencia de resolverlo todo en un mes, que tener ese material entre manos durante seis años. Esa espera hizo que el personaje madurara en mí de manera inconsciente. Ana no es un personaje fácil. Y en cada etapa del proceso —cada versión, cada conversación— fuimos ajustando, tomando decisiones, definiendo sus matices. Ha sido hermoso ese trabajo conjunto, desde el primer borrador hasta el día en que por fin pudimos rodar.
Julian Román: Recibí el guion de la película hace ya dos años, gracias a Juana Acosta. Después de leerlo, llamé a Gonzalo Perdomo para preguntarle cómo iba a grabar unas escenas tan extensas, muy parecidas a escenas de teatro, y me contestó de una manera maravillosa: “Vamos a ensayar como si fuera una obra de teatro y luego vamos a rodar y lo llevaremos al cine”. Justamente ese tono teatral del libreto fue lo que me hizo enamorarme de la historia por completo. Empezamos a buscarle a Walter una identidad propia. No es el típico sicario que el cine y las novelas nos han mostrado tantas veces, ese que da miedo y pasa por encima de todo y de todos. Queríamos un personaje entrañable que tiene sus valores muy bien definidos aunque esto resulte contradictorio. Con Walter construimos un personaje que aprendió a ser sicario porque la vida lo llevó a eso, no porque lo haya elegido. Pero no carga con resentimiento; al contrario, sabe hacer bien su trabajo y no se recrimina por ello. Al mismo tiempo, es consciente de una vulnerabilidad que lo atraviesa, y es precisamente esa fragilidad la que logra conectar con Ana. Walter es un hombre lleno de valores, para él es muy importante la lealtad, eso me demuestra cada vez más que lo complejo de los personajes no está en lo que hacen sino en lo que son.
CAMBIO: ¿Cuáles fueron los desafíos que representó para ambos cada uno de estos personajes durante el rodaje?
J.A.: Ana es un personaje que representó muchos desafíos para mí desde el primer momento. El de ella es un personaje con un arco muy interesante, empieza de una forma y termina siendo alguien completamente distinto. Es una mujer que ha sostenido su identidad en el artificio y en el dinero. Pero con la llegada de Walter a esa casa, empieza a despojarse de esas capas poco a poco. Es un proceso de deconstrucción en el que va reconectando con una parte de sí misma más auténtica, más real, que creía olvidada. El viaje de Ana es casi un acto de liberación. Al comienzo de la película la vemos rígida, encerrada en una imagen de alta sociedad, pero esa coraza se va resquebrajando. Y ahí, en esa transformación, está la potencia del personaje. Al inicio pareciera que ella tuviera la familia perfecta, pero lo cierto es que todo en ella está un poco sobreactuado, incluso se arregla más de lo planeado para el cumpleaños de su hija. Hay algo que está entre líneas un poco escondido pero una vez los espectadores se sumerjan en la película observarán que en Ana existe un wannabe, que es eso de aparentar lo que no es, esa elegencia y glamour que no le viene de cuna y ella se frustra por eso. Entonces, tiene una necesidad profunda de ser aceptada, de ser querida, de sentirse bienvenida en ese mundo que anhela habitar. Los espectadores serán testigos de todo lo que a ella no le sirve y de lo que se va liberando.
J.R.: Realmente, el reto de todo este rodaje fue que teníamos escenas de 14 o 15 páginas. Era como hacer microteatro todos los días… Eran escenas muy largas y, al mismo tiempo, complejas. Había momentos muy técnicos: en una escena estaba comiendo arroz con pollo, y en la siguiente ya estaba bebiendo vino en medio de una secuencia dramática. Siempre trataba de cuidar que esos saltos no me hicieran perder la naturalidad del personaje. Yo creo que uno de los retos de nosotros como actores fue lograr transmitir el humor negro que es tan característico del latinoamericano. Nos reímos casi siempre de nuestras desgracias, de nuestros errores quizá para lograr una ventana abierta hacia la libertad.
CAMBIO: A propósito de la libertad: es cierto que, en las últimas décadas, las mujeres hemos logrado muchas cosas que nos han permitido expresarnos con mayor tranquilidad y sin sentirnos juzgadas. Juana, desde su experiencia como actriz, e interpretando a esta mujer que vive en una jaula de oro —que por ser de oro no deja de ser una cárcel—, ¿qué cosas cree usted que deberíamos seguir trabajando las mujeres para estar cada día más cerca de esa libertad?
J.A.: Sí, totalmente de acuerdo contigo. Hemos dado pasos importantes. Creo que el #MeToo en Estados Unidos hizo mucho; creo que estamos perdiendo el miedo a hablar, a denunciar, y eso me parece fundamental. No solo en la industria del cine o la televisión, sino en todos los ámbitos de la sociedad. Incluso en países como Estados Unidos, donde el mito ha sido más fuerte, se han empezado a mover las bases importantes del cambio. Mi consejo para las mujeres sería que se respeten a sí mismas, que se quieran, que confíen en ellas. Que no le tengan miedo a ser independientes. A veces hemos crecido en sociedades profundamente machistas, con valores arraigados desde la infancia que nos condicionan. Por eso es tan importante formarse, estudiar, conocerse. La preparación también es una forma de independencia y es clave para transformar el entorno. La independencia es importante para llegar a esa libertad. Por eso mismo me arriesgué muchas veces en la vida. Es atreverse al miedo.
CAMBIO: ¿Cómo controlar ese miedo y que en vez de paralizarnos nos motive a arriesgarnos?
J.A.: Creo que todo eso tiene que ver con la educación, con estudiar, con desarrollar un criterio propio, con madurar, con crecer. En lo personal, cumplir años me ha ayudado mucho: cada vez me siento más dueña de mi vida, más tranquila, más segura de mí misma. Me siento bien en mi propia piel. Y eso también me ha permitido reconciliarme con el paso del tiempo. Ya no le tengo miedo. Al contrario, siento que los años me han dado sabiduría, profundidad y una certeza muy clara: no tengo por qué temerle a ser una mujer libre e independiente ni a perseguir mis sueños.

CAMBIO: Algo que resulta curioso en Walter es que, a pesar de la vida difícil que lleva como sicario, se siente orgulloso de su trabajo. Hay una escena en la que le dice a Ana que no se queje tanto, porque él no ha podido ver a su hijo en años; lo ha visto crecer a través de una cámara. Y es en ese momento cuando su mirada cambia, cuando el odio parece apoderarse de él. ¿Cree usted que ese mismo odio es lo que impulsa a Walter a lograr cosas en la vida? ¿El odio también puede inspirar?
J.R.: Claro, es que es muy interesante eso que dices, precisamente porque Henry Miller hablaba de “la cotidianidad no cotidiana”. El ejemplo que él pone es: tú vas por la calle y se abre una alcantarilla, y de pronto observas que de ahí sale un niño. Ese hecho a ti te genera tristeza, frustración, rabia. Mientras que al niño no, porque es el mundo que él conoce, él no se lamenta por tener esa casa porque es la que ha conocido toda la vida. Eso a él le parece normal. Eso pasa con Walter: es un tipo que no lo ves nunca nostálgico o renegando por la vida que le tocó vivir, simplemente hace su trabajo y ya. Si tiene que matar, mata; si tiene que hacer sentir miedo y sacar verdades, lo hace y ya. Él deja de victimizarse y conserva esa humanidad que, precisamente, lo preserva. Y esto es lo que lo ayuda a mirar a Ana de una manera más íntima, al darle el valor que su esposo no le ha dado por años.
