La Copatusa
17 Julio 2024 09:07 pm

La Copatusa

Carlos Mauricio Vega, colaborador de CAMBIO, ofrece su visión personal acerca de lo que ocurrió dentro y fuera del estadio en la final de la Copa América y la manera como el país reaccionó ante lo que ocurrió.

Por: Carlos Mauricio Vega

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Primero fue la plebitusa, luego la Petrotusa (por partida doble, cuando no fue elegido y luego cuando fue elegido) y ahora la Copatusa, que por lo menos nos unió: no solo perdimos por un suspiro la final contra quienes además de la Conmebol ya se han convertido en nuestros rivales históricos, sino que quedamos todos ante el mundo pagando una culpa también histórica.

Media Colombia se vino con toda contra la cultura nacional: desde atacar a Karol G por su gusto o su voz, hasta envolvernos a todos en el mismo paquete del hincha que se cuela a la brava o compra boletos falsificados. Y nos ponen por delante la final de la Copa Europa, como si no hubiera habido nunca desmanes allá, en la cuna del hooliganismo.

En primer lugar, nada más jodido que cantar el himno a capella en vivo ante la televisión del mundo. Chapeau para Karol G. Ella es una chica de la entraña popular y su género es el reguetón, en donde se recita más que cantar. Haber invitado a Valeriano Lanchas, si querían trémolos, vibratos y amplio registro. Pero es que se trata de una estrella de talla mundial, que nos representa muy bien en un deporte de masas. Y no hizo playback ni se equivocó, como su amiga y colega de tusas.

Copa Tusa

En segundo lugar, nos quejamos de la gente que se coló por el hueco al estadio, con o sin boleta. Pero qué esperábamos, si muchos de ellos se entraron a ese país también por El Hueco, que tan bien describió Germán Castro Caycedo en su libro. Es su cultura. Supervivir entre la clandestinidad y la sumisión, detrás de un sueño: dejar atrás a Colombia, pero sufrir la nostalgia del ajiaco y del chocorramo. En un país como Estados Unidos, donde es legal la reventa de boletas y se consiguen palcos a 50.000 dólares, el hincha de a pie se siente en total desventaja e intenta rebelarse contra ese orden y está dispuesto a lo que sea, que la policía lo casque o lo deporte, con tal de ver a Lucho Díaz. Él, como Karol G., es de su entraña, surgido de la más desesperanzadora dificultad. Simbolizan el triunfo. Adorar esos ídolos es lo natural: ellos demuestran que en este país es mejor estudiar fútbol que medicina. Pero los ídolos ya nos los robaron. Inglaterra, España, Francia, Italia, Arabia y hasta Mónaco compraron a nuestros héroes, desde el ya lejano Edwin Congo, al que le tiraban plátanos las pocas veces que saltó a la cancha, hasta Linda Caicedo. Ya se sabe: el Real Madrid los compra y los sienta en la banca para sacarlos del mercado, como a James, y ya no podemos verlos, sino cuando tienen 40 años y vienen a retirarse a su tierra. O son ídolos, pero allá: Cuadrado, amenazado por los hinchas de la Juve por ir a jugar con el equipo rival, o el Tino haciéndonos hinchas de equipos ignotos como el Parma o el Newcastle. O el Pibe alimentando con su genio malos futbolistas en el Montpellier. O Falcao lesionado por un torpe defensa en el mediocre campeonato francés. Y eso que no hablo de los ciclistas.

Para verlos, en esta copa o en otras, toca pagar no solo el internet sino carísimos servicios de retransmisión deportiva. Y a veces ni así se puede porque el perverso mercado de los derechos de televisión provoca el absurdo de que podamos ver jugar a Albania o a Georgia contra Eslovaquia, pero no a Perú ni a Chile ni a Bolivia. Entonces recurre uno al recurso de las páginas piratas o de streaming, como Tarjeta Roja o Fútbolibre, que es lo mismo que colarse al estadio.

Hace unas semanas el músico santandereano Edson Velandia escribió en el portal El Quinto una lúcida nota sobre el robo de una de las medallas del campeón Bucaramanga luego de la final contra el Santa Fe . Dice el autor de Su madre patria y de Amanecer, que un equipo elitista como el Bucaramanga merece que le roben una medalla, así sea la de cuero, porque no era la oficial, sino una acuñada de manera oportunista por el alcalde; porque es el ñero, el que se la robó, el gordo que gambeteó a la policía con ella y finalmente acabó detenido, el que se la merece, en nombre de todos los ñeros que han aguantado 70 años, o no sé cuántos, esperando que el Artrítico Bucaramanga finalmente fuera campeón, cuando no tiene cantera local.

“Porque su lugar es en la tribuna o en la calle; la cancha y las oportunidades no son para ellos. Ellos y ellas están para cantar los goles, nunca para hacerlos.
Si el gordo no se roba esa medalla, ningún ñero de la ciudad hubiera puesto en su cuello la gloria de la primera estrella. Pero la estrella en su cuello fue fugaz. Y aunque no era la medalla oficial del campeonato, sino la medalla horrible que el alcalde de Bucaramanga en su oportunismo ramplón les dio a los jugadores. ¿Qué viene pal gordo?

¿La cárcel? ¿El desprecio?

Da igual. Los ñeros saben que la cárcel y el desprecio les han sido heredados a cambio de sus derechos”.

Bienvenido cada peso y cada trofeo que se ganen esos futbolistas en esos torneos, desde el fútbol chino (que viene en ascenso y en donde se quedaron delanteros maravillosos como Jackson Martínez) o el turco, donde pasan su último esplendor antes de regresar a Colombia. Sobre todo, los triunfos de chicos como Cuadrado, que a los 4 años tuvo que meterse bajo la cama mientras los paras le mataban a su padre. O como los de futbolistas tan maravillosas como Catalina Usme, Anamaría Guzmán o Mayra Ramírez, para solo citar tres nombres de una larga lista enrarecida por la discriminación, el acoso y la mala remuneración.

Y, sin embargo, hay algo podrido en el star system del fútbol internacional, hace mucho tiempo. Jugadores que ganan fortunas, pero son vendidos y explotados como caballos de polo y llegan agotados a estas grandes instancias como la copa. Dirigentes que se lucran más que los mismos equipos gracias a la organización futbolera, que es más poderosa y tiene más peso político que muchos gobiernos.

Hay algo de justicia poética en este caso y es que mientras decenas de hinchas se colaban gratis o con boletas falsificadas, el dirigente colombiano Jesurún y su heredero, que tenían un pase universal para circular por todo el estadio, terminaron pagando un carcelazo por un caso típico de “usted no sabe quién soy yo”. Toda su arrogancia y su poder se estrellaron contra la estulticia de un policía gringo. De nada sirvió que ellos fueran los llamados a entregar la medalla del subcampeón en un evento ya lo suficientemente accidentado y lleno de reclamos mutuos entre la Conmebol y la organización de los estadios.

Pero es que estos gringos qué van a saber nada de fútbol. Ni de la idiosincrasia del inmigrante. Que son la misma vaina.

Para entenderla habría que saber llorar con esta canción de Inténtalo Carito, el grupo de los hermanos Andrés y Nicolás Ospina, compuesta en caliente después del concierto de pito y pata con el que nos sacaron del Mundial 2014. Mas en el fútbol también hay justicia poética. En la siguiente fecha Alemania aplanó a Brasil 7 a 1.

 
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