La pandemia negada
En su obra 'Ondulación Interior', que combina pintura, texto y cerámica en una sola instalación, la artista Gabriela Vega metaforiza los dolores, las visiones y la cotidianidad de la endometriosis, pandemia silenciosa de la que nunca se habla en esta cultura.
Por Carlos Mauricio Vega
A través de sus urdimbres de diminutas vasijas de arcilla atravesadas por oxidados pinchos de dolor y sangre de terracota, Gabriela Vega simboliza en una cortina de cerámica y material textil los úteros de billones de mujeres. El ciclo ondula dentro de su cuerpo y en el cuerpo social, desde la ovulación a la fase lútea y a la menstruación, siguiendo las fases lunares, las mareas del planeta y las mareas internas del organismo. El dolor se instaura como una segunda persona dentro de la conciencia. Y el sistema médico solo ve síntomas de la inflamación del endometrio, que dispara cuerpos dentro del cuerpo como meteoritos dentro de una galaxia uterina.
Por medio de su propio dolor y de su propia experiencia en la endometriosis, Gabriela Vega quiere hacer visible y natural lo que hasta hace poco se percibía como doloroso e innombrable. Quiere dejar atrás el mundo de los “males de mujer” y de los eufemismos de los médicos invisibles de Fernanda del Carpio en Cien años de soledad, que la operaron mal a distancia porque ella no supo nombrar lo que entonces se conocía como males de mujer. Quiere metaforizar el dolor inherente al hecho de ser mujer, y también la vergüenza y la negación, y el sometimiento que se ejerce en consecuencia sobre las víctimas de una pandemia antigua y silenciosa.
Todo arte es un dispositivo narrativo que imita o metaforiza algún segmento de la realidad: la memoria, el dolor, el pasado, el engaño, lo oculto. Desde la aparición de El origen del mundo, de Gustave Courbet, las imágenes explícitas y crudas del cuerpo humano han roto desde hace siglo y medio los parámetros convencionales del arte occidental. Quien primero irrumpió de esta manera en la pacata escena del arte colombiano fue Débora Arango con los velludos vientres de sus sufrientes desnudos. Era arte político, tanto en el contexto de la Violencia como en su posición estética frente a las escuelas tradicionales. Débora Arango fue perseguida en su Medellín natal y una de sus exposiciones, la del Teatro Colón en Bogotá, fue cerrada en 1942 por el entonces ministro y futuro presidente Laureano Gómez Castro, con el argumento nazi de que era arte degenerado.
Pero a esos desnudos y a esos vientres les hacía falta un elemento inherente a ellos y a la vida que representan y otorgan: la sangre. La menstruación y todo su contexto ha sido negado y ocultado de diversas maneras y en diversos grados en todas las culturas, pero sobre todo en la occidental. Podríamos decir que el ocultamiento máximo se dio con las campañas publicitarias de toallas higiénicas que hasta hace pocos años representaban la sangre de color azul. La menstruación ha sido desterrada de todos los códigos, desde el estético hasta el laboral. Ha sido minimizada y casi que infantilizada por lo que hoy se conoce por una cultura patriarcal y normada desde el capitalismo y la ideología del crecimiento económico infinito.
Dentro de esa negación han sido ocultados y negados también el dolor y la incapacitación inherente al conocido ciclo de los 28 días: solo algunas culturas ancestrales se refieren a él como el ciclo de la luna, y observan rituales de aislamiento o purificación. Se niega el dolor de la menstruación pero al mismo tiempo se la tacha de sucia. Eso convierte a la mujer en un ser oculto y vergonzante, cuya naturaleza es menor y no merece ser tomada en cuenta. La menstruación no está ligada necesariamente a la reproducción: es un proceso inherente a la vida de toda la humanidad, que se ve envuelta en sus procesos y consecuencias.
Una de ellas es el dolor. La menstruación y uno de sus correlatos, la endometriosis o inflamación del endometrio, adquieren diversos perfiles en cada ser humano que la vive y en sus parejas o familias. Puede ser imperceptible, o puede causar dolores incapacitantes y cambios en los estados de conciencia que han sido minimizados de la manera más despiadada por la cultura patriarcal y el sistema médico.
La endometriosis inmoviliza y sitia a millones de personas cada día no tanto por el dolor mismo como por la desatención, la indiferencia y la falta de empatía de la otra parte de la humanidad hacia sus consecuencias.
Asumiendo una posición política desde su arte, Gabriela se ha alimentado de sus diarios, de las huellas de sus propias menstruaciones, de los recuerdos de sus cirugías y espartanos tratamientos para abordar una endometriosis extrema, y de la experiencia de otras mujeres y de otras artistas que han abordado el mismo tema desde la contemporaneidad. Entre ellas está la peruana Cecilia Vicuña, con sus enormes Quipus de menstruación, que llegaron a la Tate Gallery, y la bogotana Silvia Ramos, ataviada con sus collages de coágulos a la manera de los vestidos de carne de Lady Gaga.
Los bocetos, dibujos, palabras y pinturas de Vega acompañan este proceso en donde la obra ha sido trascendida por el cuerpo, el cuerpo ha sido trascendido por la artista y la artista ha sido trascendida por el dolor, un dolor colectivo cuya conciencia ella quiere transmitir a todos nosotros con su instalación.
Al respecto dice: “Siento que mi urdimbre de vasijas podría también pensarse como un quipu de barro. Que cada nudo, cada foco, está compuesto de un mensaje que habla de dolor y de resiliencia, de la presencia del útero en el cuerpo. El dolor siempre actúa como una señal, es uno de los lenguajes con los que el cuerpo se comunica; si los focos de endometriosis se asemejan al nudo adherido al tejido interno, ¿es acaso mi cuerpo un quipu, también?”
Si bien hay mucho arte que metaforiza la menstruación, no son muchas las artistas que han abordado la endometriosis como un fenómeno con vida propia y sus secuelas de inflamación, incapacidad y decaimiento de la energía. Entre ellas, como referentes, Gabriela cita a Georgie Wileman, con This is endometriosis y a Solomon Kammer con su gráfica hiperrealista sobre el tema, que oscila entre la documentación y el arte. En resonancia, Gabriela Vega ha intentado explorar este aspecto específico desde lo autorreferencial, en óleos que recrean sus propias manchas, y en delicados textos que recuerdan episodios muy personales de su infancia y adolescencia, y que forman parte integral de la muestra. Estamos, pues, frente a una artista que reúne en igual condición la capacidad poética en escritura y en arte visual.
“La endometriosis, de la que tampoco se sabe cómo ni por qué aparece en el cuerpo, ni cuánto tiempo se va a quedar, es como los caracoles. Podría llamarla especie invasora de mi cuerpo, aunque también hace parte de mí y no es otro animal sino mi propio tejido que, confundido, crece donde no le toca y se adhiere a cualquier órgano o tejido para seguir existiendo. Y lo hace. Existe en mí, se pega a mí como los caracoles a las hojas, duerme en mí y de vez en cuando –más de lo que puedo soportar–, saca su cuerpo baboso del caparazón y me explora con sus antenitas de ojos, seguramente tratando de encontrar más cuerpo mío que pueda ser su casa. ¿Será que a la abrecaminos le duele ser habitada por los caracoles, como a mí me duele ser habitada por la endometriosis?”
Ondulación interior
Gabriela Vega
Librería Galería La Verbena
Calle 121 N° 12-15, Bogotá.
Colgada hasta el 18 de febrero. Visita guiada el miércoles 7.