¡'La Pena Máxima' no se toca!

Crédito: Captura de Pantalla

7 Enero 2025 05:01 pm

¡'La Pena Máxima' no se toca!

En respuesta a que ya está en cines 'La Pena Máxima 2', nuestro periodista Juan Francisco García hace un homenaje a la película original, quizá la comedia más querida en el cine colombiano.

Por: Juan Francisco García

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La comedia grande de Dago García fue un milagro posible gracias a la coincidencia de los mejores actores de varias generaciones con un guion que fue escrito para ellos. Para ellos y para nadie más. ¿Alguien duda de que Robinson Díaz es en realidad Saúl? ¡Saúl, hermano! 

Noventa minutos –lo que dura un partido de fútbol–, bastaron en 2001 para fijar en el inconsciente colectivo a los hermanos Concha (Enrique Carriazo y Robinson Díaz), el implacable y avaro Ramírez (Gustavo Angarita), la ninguneada Luz Dary (Sandra Reyes), el cabrón del tío Pedro (Fernando Arévalo), el vulgar Gordo Sanabria (Fernando Bayona) y la abuela Rita (Alicia de Rojas). 

La comedia se hizo imprescindible gracias a que le da vida a varios de los arquetipos que nos persiguen y nos torturan. Más allá de la afición irracional y primitiva por el fútbol, esa que cobra muertos e hipoteca casas y sueños, es una caricatura insuperable de la clase media en nuestro país. 

Verla es conmoverse y dolerse con la mediocridad sediciosa de Mariano Concha, paradigma del asalariado fraudulento e infeliz que vive buscando ventajas, fisuras, goles con la mano. Es odiar con todas las fuerzas del cuerpo a ese viejo infeliz, Ramírez, representación del burócrata descorazonado cuyo gozo recae en hacerle peor la vida al prójimo. La Pena Máxima desnuda, con compasión y con crudeza, nuestros cimientos rezanderos, alcohólicos y machistas. Es un chiste que todavía no se desinfla sobre nuestra rara manía de idealizar a nuestras madres y abuelas, hasta el punto de convertirlas en versiones de la Virgen María que toman ajiaco y comen chicharrón. 

No escribo, como puede parecer en la superficie, una apología indecente sobre la alienación por el fútbol y la juerga. Más bien se sirve de este para burlarse del patetismo y la fragilidad de tener, en el deporte rey, el gran bálsamo para nuestros pesares existenciales; no sin dejar de meter el dedo en la herida abierta de nuestro complejo de inferioridad –¡contra Argentina!– y ese maldito sino de no ganar nunca los partidos importantes. Mucho menos las tandas de penales. 

Por esto, que esté en cines La Pena Máxima 2, su secuela forzada y mercantil, es un agravio doloroso para los que en tantas tardes nos hemos alegrado la vida oyendo a Mariano Concha decirle a Luz Dary que no quiere un hijo sino un crack, el sucesor de Pelé, de Maradona, de la Fiera Sanabria. Esta obra maestra, como el legado de los actores que ya no están, debería dejarse en paz para que siga añejando como un buen vino, ajena a las tentaciones y los atajos del mercado. Nada en la nueva entrega, cuya trama es un remedo entristecido del original, puede salir bien. 

Dago, la pelota no se mancha y La Pena Máxima no se toca. 

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