“La poesía puede liderar la revolución contra los algoritmos”, entrevista con Fernando Valverde

Actualmente, Fernando Valverde es profesor en la Universidad de Virginia, donde enseña romanticismo y poesía.

24 Febrero 2025 10:02 am

“La poesía puede liderar la revolución contra los algoritmos”, entrevista con Fernando Valverde

El poeta español Fernando Valverde, profesor en la Universidad de Virginia, visitó Colombia para presentar su libro 'Los hombres que mataron a mi madre'. En esta entrevista habla sobre su radical decisión de prohibir la tecnología en sus clases, el legado de García Márquez en Norteamérica y la poesía como resistencia ante el dolor y la injusticia.

Por: Federico Díaz Granados

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El poeta español radicado en los Estados Unidos, Fernando Valverde (Granada, España, 1980), estuvo recientemente en Colombia presentando su libro Los hombres que mataron a mi madre, publicado por Visor y cumpliendo una serie de compromisos académicos y editoriales. Habló de Gabriel García Márquez en la Casa Museo en Aracataca, en el Banco de la República en Santa Marta y en el Claustro de la Merced, en Cartagena, y lo que significó para él leer a nuestro premio nobel de literatura en sus años de formación en Granada y el impacto de su obra hoy en las universidades de Norteamérica. Actualmente es profesor en la Universidad de Virginia, donde enseña romanticismo y poesía. Sus clases sobre Federico García Lorca son todo un acontecimiento que los estudiantes esperan y que con frecuencia visitan jóvenes poetas de otros países que quieren ser oyentes de la interpretación de la poesía lorquiana que hace uno de los más relevantes poetas de la actualidad. 

Y ha sido precisamente en la Universidad de Virginia, una de las más prestigiosas universidades públicas de los Estados Unidos fundada en 1819 por Tomas Jefferson en Charlottesville, donde Valverde ha puesto en marcha un programa pionero en el ámbito universitario. Ha prohibido la tecnología en sus clases de literatura. Nada que haya sido creado después de 1900 puede ser usado en sus clases. Sus colegas y directivos recibieron la propuesta con escepticismo y, por venir de un profesor de romanticismo, lo intuían como una resaca nostálgica. Pero la propuesta venía sustentada con estudios recientes en neurología y pedagogía.

Su inmersión en el siglo XIX tiene como objetivo crear un espacio de descanso tecnológico en un mundo cada vez más influenciado por las redes, los aparatos electrónicos y lo informático. Los resultados son asombrosos: sus clases mejoran la memoria, reducen la ansiedad, limitan el aislamiento social y contribuyen a superar la adicción a los dispositivos móviles. Valverde ha impartido conferencias en universidades de Estados Unidos, Europa y Latinoamérica para explicar la importancia de un proyecto al que se están incorporando importantes instituciones educativas de todo el mundo. Durante su reciente visita a Colombia se reunió con académicos de diferentes universidades que en un futuro podrían formar parte de este grupo de investigación para el descanso tecnológico. 

Fernando Valverde
Valverde ha puesto en marcha un programa pionero en el ámbito universitario. Ha prohibido la tecnología en sus clases de literatura.

¿Por qué decidió prohibir la tecnología en sus clases?

Fernando Valverde: Por una cuestión de responsabilidad. La prohibición de la tecnología en el aula no pretende señalarla como algo tóxico o dañino. Es algo que debe usarse de manera responsable, es decir, cuando resulte útil o necesario. Para enseñar literatura del romanticismo o la poesía de Federico García Lorca no hace falta proyectar imágenes en una pantalla o usar buscadores, como tampoco el correo electrónico o las plataformas digitales. En mi opinión, lo que no es necesario distrae. Ese sería el motivo más obvio. Profundizando en las causas de esta decisión, hay varios aspectos para tener en cuenta. Por un lado está la imaginación, que se ha visto muy deteriorada por culpa de los teléfonos inteligentes. También la concentración o la memoria se están viendo gravemente afectadas y, en los últimos años, especialmente después de la pandemia, el aislamiento social es un problema psicológico de primer orden en las universidades. 

Habla de la imaginación, que es un tema central de su proyecto. ¿A qué se refiere?

F.V.: Todo el proyecto gira alrededor de la imaginación. El poeta Percy B. Shelley aseguró que la imaginación es el principal instrumento para el bien moral. Es una afirmación muy grave, pero que desarrolló de manera brillante. Solo si somos capaces de imaginar el dolor que nuestros actos provocarán en el otro seremos capaces de elegir entre el bien y el mal con plena libertad. Shelley, discípulo de Rousseau, pensaba que cualquier ser humano que no estuviera enfermo elegiría el bien. Si la imaginación tiene un impacto tan grande en la moral, entonces es el centro del humanismo. No me explico por qué ha sido relegada, subestimada. Trabajar en su desarrollo y potencial debería ser una prioridad en la enseñanza desde la infancia hasta la educación superior. No debería haber una sola universidad sin un departamento de Imaginación. Me han propuesto crearlo en diferentes universidades de distintos países, pero quisiera hacerlo en la Universidad de Virginia. 

Usted es uno de los poetas más celebrados de su generación. ¿Por qué decidió involucrarse en la didáctica?

F.V.: Cuando llegué a Estados Unidos como profesor tenía un doctorado en literatura. Enseñar poesía durante más de diez años ha sido y es una experiencia muy intensa. El profesor de poesía se convierte en un 'compañero', en un confidente del que se esperan respuestas que no se pedirían a ningún otro profesor. Por eso realicé un segundo doctorado en Educación, para estar preparado y convertir mis clases en un espacio seguro gobernado por la libertad. Puede parecer una contradicción, pero no lo es. Somos esclavos de la tecnología. Los estudiantes eligen mis clases porque saben que en ellas serán libres de expresar sus ideas y de mostrarse tal y como son. Alcanzar la libertad es complejo: casi siempre hay que estar luchando contra viento y marea. Hoy, nuestros estudiantes y nosotros mismos somos adictos a internet y a las redes sociales. Es un sistema de sometimiento que funciona a la perfección. La gente cree que nunca se fue más libre que ahora. La propaganda neoliberal funciona, es efectiva. Dejamos de ser ciudadanos para convertirnos en consumidores, abandonamos la participación democrática para transformarnos en votantes, las cifras se impusieron a los versos. La poesía puede liderar la revolución del futuro, la de los seres humanos contra la tecnología y sus algoritmos. 

¿Cuál ha sido el resultado de prohibir la tecnología en sus clases? ¿Existe algún estudio sobre los beneficios?

F.V.: Estoy realizando una investigación que empieza a dar sus primeros resultados. Es difícil medir el desarrollo de la imaginación, aunque es unánime la afirmación por parte de los estudiantes de que el nuevo entorno los obliga a “pensar”. Lo que sí puede medirse con mucha precisión son cuestiones como el aislamiento social. Al final de mis clases realizo un cuestionario para saber el nombre de cuántos compañeros conocen. La diferencia es muy considerable, en la clase sin tecnología conocen el nombre del 92 por ciento de sus compañeros. En la misma clase con tecnología, solo el 36 por ciento. Un 85 por ciento de los estudiantes aseguran que la clase sin tecnología reduce su ansiedad. Con respecto al histórico de sus dispositivos móviles, los días de clase se usan un 21 por ciento menos que el resto de la semana. La concentración ha mejorado, pueden leer un mayor número de palabras de manera comprensiva, concretamente un 35 por ciento; también ha desaparecido la cortina que suponía la pantalla de un ordenador portátil: por primera vez siento que todos los estudiantes me miran al mismo tiempo y durante toda la clase, lo cual me obliga a ser mejor profesor. Este aspecto no es nada despreciable. La tecnología no solo puede hacer peores a los estudiantes, también nos acomoda y nos hace peores profesores. 

Colombia es un país al que le unen lazos muy estrechos. Ha visitado Bogotá casi cada año desde 2011. ¿Cree que es posible desarrollar este proyecto en nuestras universidades?

F.V.: No me cabe ninguna duda. Hay excelentes profesores y estudiantes. El potencial humano es todo lo necesario. Durante mi última visita a Colombia pude reunirme con profesores de la Universidad Javeriana, la Universidad de Antioquia y la Universidad del Magdalena. Creo que empezar por las clases de literatura para crear este espacio de descanso tecnológico es la mejor opción. Los estudiantes hablan con devoción de las clases del Siglo de Oro y de Juan Felipe Robledo, a quien he ofrecido formar parte de este proyecto. Sería para mí un honor que la Universidad Javeriana pusiera en marcha unas clases de descanso tecnológico con nuestra metodología, como lo han hecho universidades de cinco países. 

Acaba de publicar el libro Los hombres que mataron a mi madre, que llega a las librerías de Colombia. El título es conmovedor, como todo el poemario. ¿Puede la poesía aliviar el dolor?

F.V.: Definitivamente, no. El dolor permanece como barro pegado a los zapatos. Lo que sí puede es salvarnos de la impunidad, concedernos una 'justicia poética' que se anticipe a la justicia divina. En el libro quise que mi madre fuera un símbolo que evocara a todas las mujeres que han sido discriminadas, que han sufrido la crueldad de una sociedad legislada por hombres. Mi experiencia concreta me separó de mi país, donde la justicia y otras muchas instituciones del Estado son herencia de la dictadura franquista. Mi contrato social con España se rompió y no me planteo regresar hasta que no haya una reparación. La democracia del país en el que nací es una farsa. Además, nadie de mi generación votó la Constitución de 1978. En pocos años, nadie en edad laboral la habrá votado. Creo que las nuevas generaciones de españoles tienen derecho a decidir el país que quieren, no el que heredaron del franquismo.

¿Le ha traído problemas esta postura con respecto a España?

F.V.: Depende de lo que signifiquen los problemas. He sido censurado y vetado, de eso no cabe duda. Le pondré un ejemplo. La última feria del libro de Guadalajara, en México, estuvo dedicada a España. He sido el único autor español que ha publicado tres libros en México en 2024, con editoriales como la UNAM, Vaso Roto y Visor. No fui incluido en la delegación española. Tengo que acostumbrarme a que esto va a repetirse muchas veces, pero no pasa nada, no me incomoda esa marginalidad. Son cosas menores, irrelevantes. Nunca voy a estar entre los libros recomendados del año de ningún suplemento cultural español porque me marché de allí. Para ser español hay que repetir el nuevo catecismo imperante.

¿Qué significó llegar por primera vez a Santa Marta y al Caribe colombiano y conocer el territorio donde habita Macondo?

F.V.: Fue reencontrarme con el paisaje de mi infancia. Me sorprendió cómo el dramatismo con el que las rocas entran en el mar se parece al de mis veranos. Visitar Aracataca fue un sueño hecho realidad que le agradezco a la Universidad del Magdalena. Caminar sobre la infancia de Gabriel García Márquez, uno de los escritores que más he admirado en mi vida, me reforzó en la idea de que mi única patria es la lengua española.

¿Cuál sientes que es la importancia de leer la obra de García Márquez en el contexto de los Estados Unidos de hoy de que universidades como la Universidad de Virginia integren en su programa de lengua española una cátedra García Márquez? 

F.V.: La Universidad de Virginia está desarrollando un esfuerzo sin precedentes con la creación del Global Spanish que ya ha alcanzado importantes acuerdos con el Instituto Cervantes y la Fundación de las Letras Mexicanas. Creemos que es más necesario que nunca implementar en los estudios la obra de Gabriel García Márquez. Desgraciadamente, una gran parte de los estudiantes consideran que el personaje más “ilustre” de Colombia es Pablo Escobar. García Márquez ayuda a romper los peores estereotipos que asocian el español con la delincuencia y el narcotráfico. Desde la Universidad de Virginia vamos a luchar para promover la verdadera imagen de Colombia: un país diverso, lleno de historia y capital humano, capaz de reponerse de lo terrible y de convertir la vida en un acontecimiento mágico y milagroso.

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