El quinto género
Ana María Echeverri.
El difícil tema de la transición de género se examina en el libro 'Yo soy yo' de la periodista Anamaría Echeverri, que es mucho más que un texto testimonial.
Por: Carlos Mauricio Vega
Con una escritura tersa y sobria, que se podría calificar como zen, donde el yo narrador desaparece para dar paso a una voz testimonial sin adorno alguno, Ana María Echeverri logra en su más reciente libro un retrato excepcional de la vida y evoluciones de Yasmín-Martín, una persona trans.
Una vez terminado el libro, que no te suelta durante un par de días, resulta pertinente atacar el tema de los géneros, pero el de los gramaticales y literarios, porque de los sexuales corresponde hablar, en estos tiempos de corrección política, a otras voces. ¿Es el texto de Ana María periodismo, literatura, biografía, etnografía o literatura testimonial? ¿Es ensayo? ¿Es periodismo poético, en el sentido de usar las herramientas literarias para hacer no-ficción?
Ya desde el prólogo Anamaría (como le decimos coloquialmente) aborda el espinoso tema del género biológico, diciendo que el género es una cuestión cultural y el sexo una cuestión biológica, y que hay “por lo menos 75 variantes cromosomáticas y cinco sexos”. No puedo dejar de sonreír al recordar una de las peroratas del maestro Fernando Vallejo, (El lejano país de Rufino José Cuervo), en donde luego de despacharse contra García Márquez, se adentra en el bosque de explicar que en castellano hay cinco géneros gramaticales, además del epiceno.
“Y digo ambiguo pues han de saber que en español son cinco los géneros: masculino, femenino, neutro, común y ambiguo. Y don Rufino José Cuervo no me dejará mentir. El hombre es masculino, la mujer femenino, lo bello neutro, el mártir es común y el mar o la mar es ambiguo. La Academia dice que puente también es ambiguo y que se puede decir 'el puente' o 'la puente', pero yo digo que no: solo 'el puente'. Y según ella hay un sexto género, el epiceno, pero yo digo que no: solo los cinco enumerados y basta. Regla para saber qué está bien: lo contrario de lo que diga la Academia”…
(“A enemigo que huye, la puente de plata”, decía Cervantes que decía Sancho… añado yo).
Por algo el gran polemista Vallejo es además de gramático, biólogo. El idioma refleja la vida. El libro de Anamaría plantea el tránsito de Yasmín a Martín: las vicisitudes de una persona colombiana común que cambia su identidad de género. A lo largo del libro fluye a través de diversas violencias, crisis personales y amorosas, y amenazas por su gran visibilidad como activista LBGTI, que lo llevan a la clandestinidad en las montañas y a una gran confrontación consigo mismo, en la soledad remota y desposeída. Por ese camino descubre que tampoco quiere ser ya hombre porque no encaja en los valores de la virilidad de esta cultura. Entonces abraza la raíz de su contradictoria femineidad, en su menstruación y su salud reproductiva, y por el camino de resolver sus traumas de infancia, descubre que no es hombre ni mujer, y que ese no es un asunto que pueda resolverse con hormonas, que le están destruyendo. Y, como en el texto de Vallejo, descubre que su género es ambiguo y que puede fluir de un lado a otro, siendo ante todo fiel a sí.
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Por ese camino lleno de paradojas y casualidades, la historia encuentra a la escritora, y no al revés. Martín encuentra a Anamaría, que de tiempo atrás está investigando el tema, pero no ha encontrado el eje de su libro.
Dije arriba “retrato excepcional”, y tal vez lo sea no solo porque la historia está exenta de la truculencia habitual de drogas y promiscuidad que mal adorna a muchas ficciones y no ficciones sobre este tema, sino porque a través de la vida de Martín, que fue Yasmín, se puede leer el drama de este país: una infancia de riquezas y violencia en la región esmeraldífera, una educación rayana en la tortura, una juventud despojada, en la marginalidad urbana, que transita por los trabajos más extremos y el dormir en la calle, hasta una temprana adultez llena de las vicisitudes propias de un país y una cultura que rechazan la idea de la reasignación del sexo y el cambio de la identidad de género.
Muchas historias, desde partos de habitantes de calle rechazados en las puertas de los hospitales, hasta trabajos paradójicos para él como disfrazarse de ese oso sin género que es Winnie the Pooh para hacer promociones callejeras, pasan por unas páginas que Anamaría ha pulido con tersura y sencillez extrema.
Por ese camino lleno de paradojas y casualidades, la historia encuentra a la escritora, y no al revés. Martín encuentra a Anamaría, que de tiempo atrás está investigando el tema, pero no ha encontrado el eje de su libro. El entrecruce de las vidas de ambas, donde Martín-Yasmín deja su vida minimalista para trabajar cuidando los últimos tiempos de la madre de Anamaría, les dota de la confianza para que esa historia que la periodista anda buscando fluya hacia ella con profundidad, libertad y detalle. Vienen los dilemas éticos y de metodología. Durante siete años, entre sus dificultades personales y crisis creativas, Anamaría trabaja las grabaciones que le dejó Martín antes de irse a continuar su búsqueda nómada, la búsqueda de armar el rompecabezas de su vida y encontrar su pertenencia y su pertinencia en esta sociedad.
El resultado es un texto a medio camino entre la etnografía, el periodismo literario y el rigor testimonial, que recuerda las raíces de la generación de periodistas ochenteros de Anamaría: aquellos que profesaban el credo del entonces Nuevo Periodismo, a medio camino entre el antropólogo Oscar Lewis y sus Hijos de Sánchez y los poéticos cuadros neoyorquinos de Gay Talese. La posición espiritual, casi ascética, de la autora, produce ese texto minimalista y sin embargo denso, al que el lector se enfrenta: la voz de Martín-Yasmín, un ser humano en permanente evolución, cuya naturaleza es el cambio y que, dentro de algunos años, cuando cumpla 50, será de nuevo otro.
Coletilla: Podría disminuirse, en próxima edición, el gran tamaño del nombre de la autora, que al leerse combinado con el título llama a confusión, a primera vista, sobre si se trata de una autobiografía y no de un perfil narrado por Ana María.
Yo soy yo
Ana María Echeverri
Planeta