"'Love' es un diálogo con la experiencia del pasado”: Miguel Ángel Manrique
Miguel Ángel Manrique.
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¿Nostalgia, imaginación desbordada, una mezcla de ambas? 'Love', la nueva novela de Miguel Ángel Manrique, es un viaje a un pasado cargado de nostalgia por una época de la vida del autor cargada de desventura y escasez, pero también de recuerdos muy felices. CAMBIO habló con el autor y reproduce el primer capítulo de la obra.
Por: Redacción Cambio
Braulio es un romántico estudiante de los años 90 cargado de sueños que viaja a la Ciudad de la Desolación porque quiere ser un poeta. Al llegar descubre la ciudad, hace nuevos amigos, acepta todo tipo de trabajos para sobrevivir, lucha por encontrar su voz literaria, y conoce a Love, una artista que transformará su mundo.
El autor de Love es Miguel Ángel Manrique, un escritor y profesor que nació en El Carmen de Bolívar en 1967 y antes de cumplir un año de edad su familia vino a vivir a Bogotá. Apasionado desde muy niño por la lectura, estudió Literatura en la Universidad Nacional de Colombia, realizó una especialización en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de Barcelona, España e hizo una maestría en Educación en la Universidad Externado de Colombia. Ha sido profesor de periodismo literario. Ganó el Premio Nacional de Novela del Ministerio de Cultura de Colombia por Disturbio. En 2019 recibió el Premio Bellas Artes de Cuento Hispanoamericano Nellie Campobello que otorga la Secretaría de Cultura de México y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura por su trabajo Las preocupaciones, una obra de humor.
También escribió los libros de cuentos La mirada enferma y San Mateo y el ángel, y la novela Ellas se están comiendo al gato. CAMBIO habló con Manrique acerca de Love, las motivaciones que lo llevaron a escribirla y el proceso para llegar a la versión definitiva.
CAMBIO: ¿Cómo nació la idea de escribir esta novela?
Miguel Ángel Manrique: A finales de la década de los 90 viví en Barcelona. Había ahorrado para irme a estudiar un doctorado. Allí me dediqué a leer mucho y a escribir mis primeros cuentos. En España todavía circulaba la peseta, las comunicaciones por internet eran lentas, las llamadas telefónicas, costosas, y los celulares, unos aparatos difíciles de adquirir. Así que uno se iba a los bares a conversar con los amigos o a hacer largas caminatas por la ciudad. Lo más bonito de hablar cara a cara era que nos mirábamos a los ojos. La forma más fácil y convencional de enterarnos cómo estaba la familia al otro lado era intercambiando cartas. En esos años de desventura y escasez, que coinciden con el final de mi juventud, con el fin de siglo, conocí gente maravillosa y viví experiencias vitales, que años después se convirtieron en una crónica. En 2011, llegando a los 40, me puse a limpiar los cajones de un archivador, y me encontré con que había conservado algunas cosas de esa época. Pensé en botarlas. Entonces, había leído París nunca se acaba, de Vila-Matas, y otras novelas de aprendizaje, y pensé: “Tal vez pueda hacer algo con todo esto”.
CAMBIO. Háblenos del proceso de escritura, que debió ser largo. Han pasado varios años entre 2011 y el presente.
M. A. M.: Me demoré más de un mes escribiendo, todos los días, el primer borrador, que resultó largo y malo. Casi todas las cosas que uno hace de esa manera resultan extrañas, así que lo fui corrigiendo por temporadas. Cuando me aburría, lo soltaba; cuando me animaba, lo retomaba. Cambió de título muchas veces, inventé y eliminé personajes, le di vueltas a la estructura, y luego les pasé el manuscrito a mis amigas Aleyda Gutiérrez, Paola Guevara y Natalia Arroyave, a mi hermana Catalina, y a la escritora dominicana Priscilla Velázquez, que fueron las primeras lectoras, y con quienes estoy enormemente agradecido porque me hicieron observaciones valiosas para seguirlo trabajando. Por eso, en los últimos dos años, me dediqué a corregirlahasta que le fui encontrando forma a la novela, con la ayuda de mis editores, Lucho y Camila Rocca, y de mi lectora más implacable, Gabriela, mi esposa.
CAMBIO: ¿Qué tan autobiográfica es?
M. A. M.: En Love “nada es verdad”. Love es un diálogo con la experiencia del pasado que afortunadamente se transformó en otra cosa, gracias al tiempo y gracias al diálogo con otras novelas de formación, con cuentos de amor, con ensayos sobre la belleza, sobre las diosas de la épica, con la poesía, la balada romántica y el pop, con el cine, las series de televisión, las comedias románticas y el cómic. La portada del libro es una historieta muda que Juan Pablo Rocca hizo basado en una ilustración de Xueh Magrini. En resumen, escribir esta novela fue, sobre todo, una larga conversación con la literatura.
¿CAMBIO: Cómo se manifestó esa conversación en el resultado final?
M. A. M.: Lo que en principio era la crónica de un verano europeo, aburrida y más bien oscura, se convirtió en una novela más luminosa, más vital, más ágil, y tal vez más nostálgica. Love es un diálogo con la memoria, con los recuerdos que más me marcaron y me hicieron más feliz; y también es un diálogo con el lenguaje, con las palabras. No obstante, el diálogo más importante que sostuve en esta novela fue con la imaginación, porque la voz de Love es una voz imaginaria. Todo en esa historia, pienso en Natalia Ginzburg, está hecho de vida imaginaria, de invención, de ficción; sin embargo, tal vez sea mi novela más íntima. También espero que el tiempo me haya acompañado. Por ahí leí que el tiempo no acompaña a quien no lo tiene en cuenta.
CAMBIO reproduce el capítulo de introducción de Love, por cortesía del autor y de la editorial El Taller de Edición Rocca.
***
Si bien la Tierra es un lugar, no es en absoluto el único lugar. No llega a ser un lugar normal porque, como lo expresó con claridad el escéptico profesor Carl Sagan, la mayor parte del Cosmos está vacía. El único planeta habitado es un minúsculo grano de roca y metal que brilla débilmente gracias a la luz que refleja del Sol. Un mundo azul y blanco, diminuto y frágil, bello y raro, perdido en un océano cósmico cuya vastedad supera nuestras imaginaciones más audaces. Una mota de polvo que da vueltas a una vulgar estrella situada en el rincón más remoto de una oscura galaxia, y que viaja a miles de kilómetros por hora. Una pelusa de suciedad en la que surgen y desaparecen cantidades incalculables de animales, flores, imperios y culturas. Una brizna de hierba en la que conviven millones de personas con problemas de envejecimiento y fecundidad. Una migaja de pan, sobre un mantel infinito, dividida en países azotados por la sequía, la guerra, las dictaduras, la deforestación, los desastres naturales, la miseria, el hambre, la desigualdad y el aburrimiento; que apenas deja otra opción que emigrar o morir. Un grano de arena en el que alguien siempre va a gritar: “¡Vuélvanse a su país o vayan a comer a Taco Bell!”. Una canica azul en la que aparecen y desaparecen pueblos, paisajes y ciudades cuyo final nadie va a lamentar. Los seres humanos seguirán atormentándose, preocupados más por el instante que por la eternidad. Si en el pasado no se inquietaron por cuestiones nimias, como el zumbido de una abeja o el canto de un pájaro, menos se van a inquietar ahora por mí, que estoy despierto, mirando el cielo por la ventana de la habitación, escuchando a Ana Buenaventura, mi madre, decir ebria, al teléfono: “Antonio, ven por las cosas de tu padre”. En uno de sus arrebatos de limpieza, Ana me llamó para decirme que fuera a recogerlas porque, de lo contrario, las tiraría a la basura. No obstante, las conservó en una caja de cartón que por años acumuló polvo en un rincón del estudio, que se convirtió en su taller de pintura. Sospecho que se encontró con fotos, cartas, y recuerdos de los viejos amores de Braulio. Los seres humanos como ella no disfrutaban, como yo, de la mañana soleada de este estupendo día de abril. En una perspectiva cósmica, recordé las palabras del profesor Sagan, la mayoría de las preocupaciones humanas eran insignificantes e, incluso, frívolas.
Un día Braulio, mi padre, me habló de la muerte, citando a no sé quién: “Antonio, la muerte no encierra misterio alguno, no abre ninguna puerta. Es el final de un ser humano. Lo que sobrevive de él es lo que ha conseguido dar de sí a los demás; lo que de él se guarda en la memoria de los otros”.
El día brillaba como un limón recién lavado. Me senté con las piernas cruzadas sobre el tapete del taller, y retiré la tapa de la caja de cartón. Lo primero que vi fue una bolsa gris de una tienda de música con decenas de sobres estampillados. Eran cartas manuscritas que en una época intercambió con sus amigos, la familia y Ana. La mayoría de los sellos eran de España. Había otros de Berlín, uno de Israel, dos de Manhattan y varios de Londres.
Las cartas más antiguas estaban fechadas en 1987. Traían sellos con el rostro juvenil del rey Juan Carlos I de Borbón, y se las escribió un viejo amigo del colegio, cuando creían que la amistad les iba a durar para siempre. Algunos sobres, con una variedad de sellos simbólicos, en homenaje al compositor Franz Schubert, al pintor Helmut Kolle y a la profetisa Hildegard von Bingen, provenían de Alemania. Dos epístolas las escribió una tal Delia; otra, un viejo compañero del ejército que estuvo en el Sinaí; otras eran de antiguas novias; también había cartas de mi abuela y mis tías. Había fotos de Pablo Avendaño, Calvache y Nani Aguilar.
Una carpeta amarilla contenía documentos obsoletos: certificados de la universidad, solicitudes de préstamos, extractos de movimientos bancarios, cartas al director de una institución solicitando la aprobación de una beca de estudios, hojas sueltas con poemas manuscritos, los tiquetes de avión de Alitalia de ida y regreso, que le costaron un millón seiscientos setenta y cuatro mil ochocientos dieciséis pesos, comprados en la agencia de viajes de mi abuelo materno.
Encontré un ejemplar del fanzine alternativo Alan Smithee, dedicado a Santo, El Enmascarado de Plata; entradas al Museo Nacional Arqueológico de Tarragona, cada una a ciento cincuenta pesetas, y al Museo de la Erótica que le daba un obsequio especial por la visita; publicidad del Diamano Club, un bar senegalés en la Calle Mercé, y del London Bar que presentaba Una noche de sonrisas con Eli Bertran, Abel-Alem y Anna Grey.
Había postales con imágenes de Gaudí; tarjetas multiviaje de los ferrocarriles de la Generalitat de Ca- taluña; recibos del Café Jamaica; una invitación a la ex- posición de grabados de Cristina Calderón, esculturas de Josep Cerdá y joyas de Milena Trujillo; la programación cultural de La aventura de leer con prólogo de Pasqual Maragall, y de la escritora María Barbal; unas servilletas de Il Caffè di Roma con dibujos de alguien que firmaba como Love, y con los títulos de los poemas que Braulio escribió.
Vi una invitación a un desfile de modas de jóvenes diseñadores en el Centro Cultural La Santa; un cupón viajero de autobuses Via Carsa, a Olot, por un valor de ocho mil trescientas cincuenta pesetas; tarjetas me- tropolitanas para tomar el bus o el metro; una caja de condones con sabor a fresa; decenas de facturas del Hotel Presidente, a donde solía ir con Ana; publicidad del Mueble Colonial con la dirección y el correo electrónico de Calvache escritos al respaldo; una entrada a la discoteca de tres ambientes llamada Raíces Salsa, en la Calle Consejo de Ciento 296; y una nota de Pablo Avendaño escrita en una hoja, arrancada de una libreta, reclamándole un desplante: “Braulio: ¿qué habré hecho yo para que me dieras una patada en el culo?”.
Había también unas entradas del cine Icaria para la película The Full Monty; un boleto del Euskotren:
"Vamos en tu misma dirección"; una entrada al Teatro Nacional de Cataluña a ver Guys & Dolls, dirigida por Mario Gas, basada en un clásico de Broadway de los años cincuenta; papeles con nombres, direcciones y teléfonos de personas que conocía; y un recorte del pe- riódico Evening Standard con el horóscopo en inglés: Aries (21 March-20 April, 1996). You have given a great deal of yourself to a brave and innovative idea that has so far shown little return. Now the question is whether you have been wasting your time. Rest assured you have made greater advances than you would ever have drea- med of – as next week’s Full Moon would reveal. For your weekly in-depth forecast, call: 0891 666 043.
El mensaje era claro: "Aries (21 de marzo - 20 de abril, 1996). Usted se entregó a una idea valiente e innovadora que hasta ahora mostró pocos resultados. ¿Ha estado perdiendo el tiempo? Tenga la seguridad de que logró avances que nunca hubiera soñado, como lo revelará la luna llena de la próxima semana. Para su pronóstico semanal en profundidad, llame al: 0891 666 043".
Encontré separadores de libros de La Aventura de Leer y de la Biblioteca de Letras; decenas de negativos de fotos; postales y cartas de mi abuela reclamándole por su silencio; varios folletos: de la exposición Escultura y Diseño en Milán, Italia, escrito en inglés, japonés e italiano; del Museo Guggenheim de Bilbao, en español, con fotos de obras de De Kooning, Severini, Rothko, Serra y Chagall; el mismo en euskera; y de la gran exposición Ciudad & Cómic, en Montalegre 5. Publicidad de Fashion by Llongueras, donde realizaban higiene facial y masajes corporales; un sobre con los documentos y fotos de un tal Jordi Pérez; unas hojas de cuaderno con direcciones y cuentas; otro folleto de la colección de arte del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía; y el aviso de alquiler de un apartamento: "Compañero/a de piso a partir de 1º de mayo. Soleado, grande (sala de estar, 35 m2, con chimenea), todo equipado, calefacción de gas y terraza con plan- tas, 22.000 pts./mes, sin gastos".
Los ejemplares mohosos del The Times, The Guardian, El País y La Vanguardia del 1º de septiembre de 1997; tres libretas con los borradores de unos poemas; otra con un diario incompleto; unas hojas sueltas con más poemas; y la pequeña bolsa de cuero que se col- gaba en el cuello, que pensó que lo sacaría de apuros, si las confeccionaba y las vendía al por mayor.
Seguí esculcando.
Apareció un anuncio en papel de cuaderno que seguramente arrancó de un muro:
“Love busca un amigo”.
En el fondo de la caja encontré un sobre marcado con una dirección en El Guinardó. Contenía unas ho- jas impresas, grapadas. Me recosté en el sofá para ojear- las. En la portada, Braulio había tachado unos títulos: La calle del olvido, Viaje al fin del amor, Balada del viejo amor, Si has de burlarme luego fugitivo, Tiempo para el amor, Fragmentos de una balada de desamor, y garabateado a mano: Love.