Marcos Roda y su segunda máscara
Marcosa Roda.
Fotógrafo, pintor, grabador y escritor, Marcos Roda se dedicó a editar sus propios libros. En 'La segunda máscara', su segunda producción, combina una serie de fotografías con una novela corta.
Por: Eduardo Arias
Durante la pandemia, a Marcos Roda, pintor, fotógrafo y grabador, lo picó el mosquito de publicar libros. Sus propios libros. En 2020 apareció Lo que he mirado en esta tierra. Ahora apareció La segunda máscara, un libro de fotografías que ha tomado en diferentes momentos de su vida y que remata con una novela corta que tituló La máscara, en la que combina autobiografía con ficción. Como señala Roda en el prólogo, la idea original de la novela nació como un texto destinado a explicar las fotos y tomó ese rumbo inesperado. Las fotografías se presentan en tres secciones. Fotos viejas, Camiones y Valle de Sibundoy.
Marcos Roda nació en 1954. Es el hijo mayor del maestro Juan Antonio Roda y la escritora María Fornaguera. Su obra se mueve entre la fotografía, la acuarela y el grabado en metal. Cofundador del Taller La Huella entre 1976 y 1982, se dedicó a la edición de grabados de artistas colombianos y de otros países y publicó, como coautor y editor, dos libros de la historia de la fotografía en Colombia.
Ha trabajado durante 35 años como profesor en las áreas de fotografía, dibujo, grabado y acuarela. Además, ha diseñado la escenografía de obras para el Teatro Libre. Uno de ellos es el montaje de La gaviota, de Ánton Chéjov que se presenta en mayo y junio en la sede centro de ese grupo teatral.
El libro se consigue en las tiendas MamBo (del Museo de Arte Moderno de Bogotá), la tienda del Museo de Arte Miguel Urrutia, en el complejo cultural de la Biblioteca Luis Ángel Arango, en el almacén Soluciones en las Torres del parque, y a través de la página www.hammbredecultura.com o del correo [email protected] “Con estas dos últimas se puede pedir a domicilio”, señala Roda. CAMBIO habló con él sobre este libro.
CAMBIO: ¿Siempre le gustó la fotografía y escribir, o estos son descubrimientos posteriores al desarrollo de su carrera como pintor?
Marcos Roda: La fotografía me llegó a los 15 años con una cámara Retina que me regaló papá. Era una cámara compacta, con un lente Schneider que daba muy buena calidad, pero no tenía exposímetro, así que me acostumbré a trabajarla a ojo y empíricamente. Después estudié principios de fotografía y laboratorio en el Taller Cuatro Rojo de Bogotá. Los primeros trabajos pagos que tuve fueron como fotógrafo de obras de arte, de obras de teatro y como laboratorista en empresas de publicidad.
CAMBIO: ¿Cómo transitó de la fotografía al arte?
M.R.: Por esa época mis acercamientos a la pintura y al grabado eran apenas tanteos que no vendía. Al lado de las reproducciones de obras de arte de otros, tomaba fotos que me atraían, muy a la topa tolondra y con una mentalidad muy adolescente: fotos de amigos, de paisajes, de escenas callejeras, de manifestaciones políticas. Nunca pensé que podía hacer una carrera como fotógrafo. Tal vez no me interesaba. Por esa época entré a formar parte del Taller La huella con otros artistas grabadores, pintores y fotógrafos. Ahí trabajé como impresor y grabador en metal, pero también ahí, Con Roberto Rubiano, escritor y fotógrafo, hicimos y publicamos dos libros de historia de la fotografía en Colombia que fueron mi primera experiencia como autor y editor, así como una escuela muy buena de lo que había pasado y estaba pasando en fotografía en el país. Mientras tanto pintaba, y me fui centrando en la acuarela porque me sentía cómodo construyendo pinturas por capas de color. Esas acuarelas casi siempre estaban basadas en mis fotografías. Acabé dejando los trabajos de reproducción y las agencias de publicidad cuando hice una primera exposición de acuarelas y no me fue mal. Seguí trabajando la pintura y enseñando en universidades. La fotografía se convirtió en una herramienta al servicio de mi pintura y mis grabados. Eso hasta que Carolina Ponce escribió una columna en El Tiempo demoliendo mi trabajo artístico con la tesis de que pintar a partir de fotografías, como yo lo hacía, era un error garrafal. Entré en crisis y abandoné durante unos 15 años la acuarela para dedicarme a hacer unos montajes fotográficos que tuvieron poca fortuna. Sin embargo, ahora he vuelto a la pintura y la compulsión sigue ahí, y la fotografía y me sigue aportando.
CAMBIO: Usted es hijo de María Fornaguera. Imagino que tiene mucho que ver por su faceta de escritor.
M.R.: Sí. Mamá nos enseñó a apreciar la lectura y, a la par de los cuentos clásicos, nos leía La Odisea, La Ilíada, Las mil y una noches, Maupassant, Shakespeare, El Quijote. Papá y mamá nos pasaban libros que les habían gustado y que luego comentábamos. En la casa se hablaba mucho de literatura. Siempre he tenido amigos escritores y siempre he leído. A lo largo de la larga vida que llevo vivida, hice muchos intentos de escribir.
CAMBIO: ¿Cómo ha sido ese recorrido?
M.R.: Primero hice cuentos cortos, experimentos no publicados. La primera vez que me atreví a leer en público un texto mío, fue en un Congreso Nacional de Psiquiatría, donde leí, ansiosísimo, un texto cuyo tema era “ansiedad y creación” que me había pedido el psiquiatra Simón Brainski. Cuando terminé hubo un aplauso fuerte, con lo que me sentí, como dicen ahora, empoderado. Ya empoderado, escribí textos que me pidieron para dos libros de papá y, durante un año que vivimos en Barcelona, emulando a los escritores famosos, un poco en serio y un poco jugando, escribí una novela que fue mencionada por el jurado entre las mejores presentadas al Premio Nacional de Novela 2010 del Ministerio de Cultura. Eso me empoderó todavía más, hasta que traté de publicarlo. Pasó por muchas editoriales y, aunque estuvo a punto de publicarse en dos, nunca lo logró. Entonces perdí el impulso. Me desempoderé.
CAMBIO: ¿Qué lo llevó a publicar este libro de fotos? ¿Cómo fue el 'clic' de transformar el prólogo en una novela corta?
M.R.: Fue con la pandemia, como cuento en este libro, que decidí lanzarme a la aventura de hacer y publicar un libro con mi obra visual. Un libro llamado Lo que he mirado en esta tierra, en donde se mezclan acuarelas, grabados, fotografías y cruces entre esas técnicas, con textos cortos, más juguetones que serios, que, como en este segundo libro, La última máscara, un poco acompañan y un poco son acompañados por las obras. Publiqué los dos libros pagándolos de mi bolsillo y así declarándome emprendedor y, tal vez, hasta resiliente. No me ha ido mal.
CAMBIO: ¿Su afición por los camiones está relacionada por haber vivido tanto tiempo en lugares como el barrio Casablanca o Suba, donde ese contacto entre lo urbano y lo campesino ha estado tan cercano?
M.R.: La afición por los camiones tiene una explicación larga y una corta. La larga aparece en la novela que forma parte de este libro. La corta es que me fascinan porque esos camiones de los años cincuenta, reconstruidos y engallados, con sus jetas de tigre y sus troques cambiados que los suben y los anchan, me parecen obras de un arte muy machista y poco inclusivo, pero también muy sincrético, en el que se eleva un medio de transporte al nivel de ser mitológico con raíces ancestrales. Y sí, tal vez tenga que ver con mi infancia en Suba, pero también con mi afición por viajar y conocer el país y sus especificidades. Y, ahora que lo pienso, con la mirada de un ciclista, para el que moverse cerca de uno de esos hermosos bichos es apasionante y peligroso.
CAMBIO: En efecto, usted es un ciclista consumado que hace recorridos muy largos. ¿Nunca se ha interesado en fotografías de bicicletas y ciclistas?
M.R.: Soy ciclista desde la adolescencia cuando tuve mi primera bicicleta, con la que iba al colegio por las carreteras destapadas de la Suba de los años sesenta. Para mí la bicicleta significa libertad desde entonces. Sí, he hecho mucha bici, pero en Colombia uno tiene que ser humilde hasta que sea capaz de bajar de Bogotá a Honda y subir el mismo día. Yo nunca logré eso. En el libro hay solo cinco o seis fotos de ciclistas, porque, aunque el tema me atrae, me cuesta lograr buenas fotos con él. Tal vez más adelante. Sí sigo vivo.