Mario Mendoza y su libro ‘Vírgenes y toxicómanos’: “La enfermedad sí da una lucidez, logra abrir la conciencia”
25 Abril 2025 03:04 am

Mario Mendoza y su libro ‘Vírgenes y toxicómanos’: “La enfermedad sí da una lucidez, logra abrir la conciencia”

Mario Mendoza.

Crédito: Fotos: Planeta Libros

El escritor Mario Mendoza presenta su nueva novela en la Feria Internacional del Libro de Bogotá. La obra habla de otras dimensiones. Hay un tiempo para aferrarse a la Tierra, y otro para desear desaparecer del todo. El lanzamiento será este sábado 26 de abril, a la 1:30 de la tarde, en el auditorio José Asunción Silva.

Por: Elena Chafyrtth

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¿Acaso las personas con discapacidad no tienen derecho a amar, a sentir y a ser deseadas? Esta fue la pregunta que se hizo el escritor Mario Mendoza tras ver la serie documental de Netflix Crip camp, que narra lo ocurrido en un campamento de verano para jóvenes con discapacidad en los años setenta. Lo que allí comenzó como un espacio de libertad y aceptación terminó convirtiéndose en el detonante de uno de los movimientos sociales más contestatarios en la historia de Estados Unidos en defensa de sus derechos civiles. Al finalizar el documental, Mendoza encontró el punto de partida para escribir su novela Vírgenes y toxicómanos.

En estas páginas el lector conocerá la vida de dos amigos: Martín y Matías. Ambos son hijos de padres adinerados y pertenecen a un estrato social alto, pero cargan con una grieta profunda: la discapacidad, el dolor –físico y mental– y la fragilidad. A veces se reúnen en las noches para hablar de la vida y descargar sus frustraciones. “–Al final, brother, ninguna de las dos se va a fijar en nosotros porque somos discapacitados”, dice Martín, entre risas. Matías, mirándolo fijamente, le contesta: “–Sí, es cierto. Ambas tendrán noviecitos de billete y de buena posición social. Y nosotros envejeceremos solos y rodeados de enfermeras”.

Una novela que explora las dos caras de la máquina corporal: las grietas, las cicatrices y las heridas que habitan en el cuerpo; la soledad que se experimenta al sentirse frágil y vulnerable. Y, del otro lado, el amor como una fuerza inesperada que irrumpe y lo transforma todo, devolviendo la esperanza y demostrando que ese mismo dolor puede convertirse en pulsaciones que invitan a aferrarse a la vida… o a otras esferas.

Mario Mendoza ha publicado 21 novelas, algunas de ellas llegaron al cine. Satanás fue adaptada por Andrés Baiz en 2007, y en 2023 Amazon Prime Video estrenó Los iniciados, basada en las historias de Frank Molina, su emblemático periodista y detective. CAMBIO conversó con el escritor acerca del sufrimiento, la soledad, el dolor y la muerte.

CAMBIO: ¿Cómo nacen los personajes y la historia de Vírgenes y toxicómanos? ¿Hubo una imagen o una escena inicial que le hizo saber que esta novela debía escribirse?

Mario Mendoza: Bueno, yo sufrí hacia 2020 un primer accidente, Elena: una moto me arrolló. Yo venía en bicicleta, llegando a mi casa, y de repente la moto me atropelló y me lanzó como seis, siete metros por el pavimento. Terminé en urgencias, en la clínica Reina Sofía, muy machacado, muy mal, casi no podía caminar. Vivo solo, entonces tuve que llamar enfermeras para poder bañarme, para poder amarrarme los zapatos, para todo. Era una condición de precariedad física, de vulnerabilidad excesiva, y allí, poco a poco, lentamente, fui logrando recuperarme. Pero era muy difícil porque no podía bajar ni subir andenes muy altos y empecé a fijarme en la rampa, que era una cosa en la que no me había fijado antes. Lo mismo que les pasa a las personas en sillas de ruedas: se fijan si hay rampa o no.

CAMBIO: Otra realidad que no se tiene en cuenta cuando el cuerpo está bien…

M.M.: Exacto… Cuando el cuerpo funciona normalmente. Cuando creí que estaba del otro lado, sufrí un segundo accidente en casa. Saliendo del baño me resbalé hacia atrás y me fracturé tres costillas, en la columna lumbar. Y ese es uno de los dolores más impresionantes que uno puede sufrir, porque no se puede respirar: los pulmones se ensanchan y entonces mueven el hueso roto, y es un dolor tremendo, como si lo acuchillaran a uno todo el tiempo. Entonces empecé a pensar en la discapacidad, y dije: ¿Cómo será vivir con esto permanentemente?, ¿cómo será moverse así?, ¿qué se siente? Y al mismo tiempo, la soledad, ¿no? Es una cosa terrible. Y fui sintiendo el peso de mi cuerpo, y fui sintiendo también un poco como... te sientes ínfimo, te sientes pequeño, poca cosa. Pero había algo positivo, y es que el ego es demolido. Y ahí hay una confrontación con ese ego. Entonces, la fragilidad y la vulnerabilidad te enseñan la poquedad que eres, la poca cosa... Y yo dije: Esto puede ser entendido también como una iniciación en otro estado de conciencia. Y eso me fue conduciendo, poco a poco, a tomar notas. A tomar notas para una novela futura. Yo, en ese momento, estaba trabajando en realidad en Los vagabundos de Dios, que era mucho más directa, una novela autobiográfica, pero tomé notas para otro tema que quería trabajar después. Y así nace Vírgenes y toxicómanos.

Mendoza

CAMBIO: Llama la atención en su libro cómo, a través de la historia de Martín y Matías –dos amigos unidos por el mismo dolor y la misma limitación ante el mundo debido a su discapacidad–, se abre una reflexión más amplia: todos, en algún momento de la vida, hemos experimentado alguna forma de limitación, una sensación de fragilidad que nos hace sentir “discapacitados”, aunque jamás hayamos estado en una silla de ruedas durante horas.

M.M.: Por supuesto. Creo que el sistema nos exige todo el tiempo, permanentemente, ser fuertes. Dar una imagen de poder, de “yo todo lo puedo, todo lo logro”, “yo tan inteligente”, pero al mismo tiempo “yo tan poderoso físicamente”. Y es como vender una imagen. En cambio, la enfermedad te enseña la muerte, te enseña a pensar en algo que los demás no piensan. Es que uno es finito, hay que morir, esto es un envoltorio que toca cargar, pero hay un destino al final que hay que enfrentar: la desaparición, la extinción. La vida es un largo adiós, y uno se va despidiendo de todo: de los demás. A mí ya se me murieron mis padres, ya soy huérfano. Se me murieron amigos. El director de cine Jaime Osorio, cuando ya estábamos casi listos para entrar a Los iniciados, la primera película, de pronto no pudo más con un cáncer y pidió la eutanasia. Y me di cuenta de lo importante que es ir a la Fundación Pro Derecho a Morir Dignamente. Fue una de las cosas que hice primero. Apenas entendí la fragilidad de mi cuerpo, dije: “Yo no quiero estar postrado en una cama dos o tres años, tirado, sin ayuda, sin poder tomar yo, de pronto, la decisión”. Y necesito que me ayuden a irme de una manera decente, digna. Es algo que no hubiese hecho, quizás, si no sufro todo lo que me tocó, porque era pensar en ese final.
Precisamente la película La habitación de al lado, de Pedro Almodóvar, habla de esto. Entonces creo que cuando uno está enfermo, herido, lesionado, piensa y se da cuenta de que la muerte está ahí… a la vuelta. La otra gente no. Se creen eternos, no piensan eso. Yo creo que la enfermedad sí da una lucidez, sí abre la conciencia. De alguna manera te vuelve más solidario y sensible al dolor del otro. Entonces comprendí que la vulnerabilidad es un don que te ha sido otorgado para un grado de sensibilidad distinto al que tienen los demás.

CAMBIO: En anteriores entrevistas usted mencionó que dejar entrar el caos en la vida, lejos de ser una amenaza, puede convertirse en una oportunidad de cambio. ¿Cómo podemos permitirnos esa inestabilidad sin que nos paralice? ¿Qué hace posible esa transformación?

M.M.: Mira, yo creo que alguna vez Samuel Beckett, el gran escritor de teatro del absurdo, estaba en una conferencia de Carl Gustav Jung, el famoso psiquiatra. Y Jung estaba dando una conferencia sobre una paciente suya. Y empezó a elucubrar y a armar unas hipótesis, y era de cómo la terapia no le había servido, de cuántos caminos había intentado distintos dentro de la terapia, y al final no había podido hacer nada, y ella empeoraba, empeoraba, empeoraba, hasta que murió. Entonces él termina su conferencia. Aunque era una conferencia sobre un fracaso, era una conferencia extraordinaria. Y la gente se paró y todo el mundo aplaudió, y Beckett estaba en la primera fila. Mientras todos aplaudían, él estaba cerca de Jung, y alcanzó a oírlo cuando reflexionó en voz alta y dijo para sí mismo: “No, no… es que haya muerto, es que no nació nunca”. Y era como una revelación que había tenido Jung. Y Beckett dice que esa frase le cambió la vida para siempre, que él se dio cuenta desde entonces que estaba entre gente que no había nacido.

CAMBIO: Claro, es distinto la parte física y la parte psíquica…

M. M.: Exacto…Entonces tú sales del agua, porque somos anfibios, ¿no? Estamos en el líquido amniótico, nueve meses ahí flotando, y de repente, listo, nacemos, lloramos, que es lo primero que tenemos que hacer para respirar. Nos duele cambiar del agua a lo que es el aire, los pulmones tienen que moverse y es un momento sumamente doloroso. Y ya. Pero ese es el parto físico. Después viene una obligación contigo misma o contigo mismo, que es parirte psíquicamente. Es decir, puede llegar el cuerpo, pero la psique no ha llegado. Entonces, la psique necesita también un ejercicio en donde tiene que salir y tiene que nacer. La gente no hace ese segundo parto. Entonces, uno vive en 'zombieland', uno vive entre zombis, uno vive entre gente que está adormecida. Y despertar es muy difícil porque eso no es transferible. Uno no le puede transferir su experiencia a alguien; ellos mismos tienen que ir encontrando su manera o su mecanismo. De lo contrario, te vuelves una persona insoportable dando consejos, predicando…pero es raro cuando uno descubre a alguien que sí está vivo, que sí nació.

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CAMBIO: ¿Cree que esta sociedad, adormecida por las responsabilidades y el exceso de trabajo, ha olvidado el valor del descanso? ¿Por qué pareciera que hoy encontrar un equilibrio entre productividad y reposo es casi un acto prohibido?

M.M.: Eso iba a decir… Es lo que yo llamo lograr no mezclar el tiempo del afuera y del adentro, que es una de las cosas más importantes. O sea, hay un tiempo del afuera, que es el de ir a FILBo, el de firmas, el de gente… El de ir con amigos a tomarse algo. Sí, hay un tiempo que ocurre afuera. Pero hay un tiempo interno. Y el tiempo interno es el de la lectura, el del silencio, el de tomar notas, el de uno decir "que no se me olvide esto", el del buen cine, el de uno consigo mismo mirando al techo, quieto en su apartamento, el de caminar, el de no hacer nada, el de estar en el parque, en un banco, mirando a la gente, tranquilo. Y para mí ese tiempo es muy importante. Y es un tiempo fundamental. Y yo no permito que el tiempo del afuera me perturbe el tiempo del adentro. Es una de las reglas fundamentales. Porque el tiempo del adentro depende de la creatividad. Entonces, es gracias a que tengo ese tiempo interno que puedo escribir. Tomar notas y meterme en la mente de los personajes durante meses.

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