“Narrar tu propia historia te saca del lugar de víctima”: Fernanda Trías
14 Marzo 2025 07:03 am

“Narrar tu propia historia te saca del lugar de víctima”: Fernanda Trías

Fernanda Trías.

Crédito: Fernanda Montoro.

La escritora uruguaya Fernanda Trías publicó su novela más reciente, 'El monte de las furias', en Random House, su casa editorial desde hace cuatro años. Trías se ha convertido en una de las escritoras más leídas de estos tiempos. Sus libros han sido traducidos a más de 15 idiomas.

Por: Elena Chafyrtth

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Si hubiera un retrato de la protagonista de El monte de las furias, la última novela de Fernanda Trías, sería el de una mujer acariciando las flores de su jardín. Sus manos son grandes y fuertes, pero no dejan por eso de tener un toque femenino, delicado y suave. La mujer mira a la cámara con sus ojos marrones que cargan el peso de una infancia marcada por el maltrato y la frialdad de su madre. La furia que heredó del linaje materno la llevó a renunciar a la ciudad roja donde vivía, prometiendo que nunca más volvería, y a aceptar ese trabajo. Sus ojos revelan por qué su deseo de proteger y abrazar la montaña es tan necesario. La montaña no la necesita; en cambio, ella, más que nunca, necesita de la montaña. Tras la muerte de su abuela, la montaña le enseñó a vivir a su propio ritmo, con sus propias palabras, misterios y cicatrices.

“Las ventanas de mi casa son defectuosas. Hay rendijas entre el aluminio y el material. Si tuviera cortinas las vería moverse cuando baja el viento del monte y me deja sorda con su chiflido. A veces el viento sopla tan duro que a su paso va raleando el pasto como si lo cortara una guadaña. La casa no es fría por culpa de esas rendijas. El frío crece al interior de las paredes y en las vigas del techo. Para sacarlo habría que desarmar la casa, partirla como a una rosca dulce”. De la montaña aprendió a respetar el silencio y la oscuridad que emerge del monte. También comprendió que no todas las rocas son iguales: cada una tiene sus propias fisuras, una forma, un peso y una tonalidad distinta, aunque la mayoría de las personas insista en que son todas iguales.

El silencio del monte le enseñó a disfrutar de la soledad, pero también la condujo al delirio. Luego de cuidar su jardín, organizar la casa y refregar la baldosa, se ponía a escribir. “Yo escribo porque sí y no porque haya pasado algo en mi vida, sino por lo contrario: porque nada ha pasado y lo único que pasa es esto: mi lucha con las palabras, mis propios pensamientos”. La escritura la devolvía al pasado, a su pasado; la llevaba a tocarse las cicatrices y las quemaduras que, cuando era pequeña, se hacía con las colillas de cigarrillo, castigándose por las palabras y sentencias de su madre.

Las palabras, la ciencia, la naturaleza, visitar su jardín, todo le recordaba a su abuela. Estar en la montaña le permitió entender que la furia, los recuerdos oscuros y amargos como la noche, con el tiempo se convierten en agua. Pero el exceso de humedad, al final, quiebra las raíces, las pudre y las mata.

Fernanda Trías es la autora de Cuaderno de un solo ojo, La azotea y No soñarás flores. Consolidó su reconocimiento internacional tras la publicación de Mugre rosa, obra por la que recibió el Premio Nacional de Literatura en Uruguay en 2020, así como el Premio Bartolomé Hidalgo y el Sor Juana Inés de la Cruz en 2021. CAMBIO conversó con ella acerca de esta nueva historia que dibuja las fisuras, los rincones y las grietas que se esconden atrás de la montaña.

CAMBIO: ¿Qué similitudes existen entre usted y la protagonista de El monte de las furias, su novela más reciente?

Fernanda Trías: La mayoría de las cosas son pequeñas, mezcladas, tapizadas de detalles. Siempre hay algo propio que se filtra en la escritura. Cuando la protagonista escribe en su primer cuaderno: “Yo vivo en una casa chica. Yo vivo sobre una montaña que es un bosque empinado”, sentía que era mi propia voz.

En ese apartamento donde viví pasé un año congelada. Las ventanas nunca cerraban del todo. Había una rendija por donde se colaba el viento helado que bajaba de la montaña. Esa sensación quedó en la novela cuando la narradora dice: “Las ventanas de mi casa son defectuosas”, y luego: “El frío no se puede sacar porque habita dentro de los muros, dentro de las vigas”.

Siempre comienzo con algo personal, pequeño, y después le voy agregando capas de ficción. Aunque la protagonista es muy distinta a mí, me identifico con muchas cosas de ella, sobre todo con su furia. No podría haber escrito esta historia sin conocer bien esa emoción: la rabia ante las injusticias, el dolor, la destrucción medioambiental, el maltrato animal. Necesitaba canalizar esa furia en un personaje. También me identifico con su soledad: ella ama su casa, se siente dueña de su aislamiento y eso lo comprendo perfectamente.

CAMBIO: La protagonista es una mujer de pocos recursos, pero con una particularidad sorprendente: escribe y logra completar cuatro cuadernos con sus reflexiones y pensamientos. ¿De qué manera la escritura le permite procesar una realidad marcada por una madre dura y una sociedad que la ha ignorado? ¿Cómo se convierte en su refugio?

F. T.: Justamente por eso elijo empezar la novela ahí, con ese primer cuaderno. Yo podría haber empezado la vida de ella mucho antes, pero me parece que, si yo tomo el cuaderno, el lápiz y empiezo a escribir, ahí empieza el relato de mi vida. Me parece que es un gesto que empodera, porque desde el momento en que vos decís: “Yo voy a contar mi vida, lo que me pasó, lo que siento, lo que vivo”, vos asumís una primera persona, asumís el “yo”.

Por eso, para mí era fundamental que estuviera escrito desde ese “yo”, y por eso son cuadernos y no un narrador omnisciente que la narra a ella.

Narrar tu propia historia te saca del lugar de víctima, porque ya estás haciendo algo con eso que hicieron de vos. Al decir “Yo te voy a contar mi versión de los hechos”, vos pasás a tener un lugar activo en la reescritura de tu propia historia. Ella se empodera conforme escribe.

CAMBIO: En entrevistas anteriores ha mencionado que Colombia es una parte fundamental de su identidad. ¿Qué la llevó a decidir finalmente escribir sobre el paisaje colombiano?

F.T.: La verdad es que fue fulminante. Ocurrió hacia finales de 2019, cuando me mudé a un apartamento que quedaba por la Circunvalar. Del otro lado no hay edificios en esa parte de Chapinero. Cada vez que miraba por la ventana, no dejaba de sorprenderme el encuentro con los cerros, los tenía muy cerca. Y eso me parece algo muy bonito que le pasa a la mayoría de los que viven en Bogotá: no hay manera de cansarse de mirar los cerros porque están mutando constantemente. Cada día encuentras un detalle nuevo y algo que me fascina es esa sorpresa que nunca acaba.

CAMBIO: ¿Fue por estos días comenzó a escribir frases sueltas?

F.T.: Exacto, fue en ese momento cuando se me apareció la voz de la protagonista y lo primero que yo escribí en la libretita fue el inicio del primer cuaderno. A partir de esa primera frase empiezo a desarrollar el tono de la narradora. Eso fue al final de 2019, cuando todavía estaba terminando Mugre Rosa. Anoté esas palabras y me dije: “Esto es algo, no sé qué es, pero lo voy a dejar aquí”. Aun escribiendo Mugre Rosa volvía la voz de esa mujer y escribía frases sueltas y lo volvía a dejar de lado y en 2020 retomé la historia, comencé a leer los apuntes.

Entonces llegó la cuarentena y quedé encerrada en el apartamento, completamente cara a cara con los cerros por meses. Eso era lo que miraba todo el día. Tenía el escritorio frente a la ventana y me sentaba ahí a hacer todo, a dar las clases, a trabajar. Y empecé a sacar fotos, pero fotos que no intentaban ser artísticas, sino un registro de cómo iba mutando la luz, la lluvia, la niebla e iba guardando todo eso en una carpeta.

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CAMBIO: ¿De qué manera la montaña funciona como un espacio donde las emociones se dibujan y se desdibujan en la historia?

F.T.: Comencé con una idea inicial, vaga: una mujer que habita sola en lo alto de una montaña y que, poco a poco, desarrolla una comunión con ella, una comunicación de gran intimidad. Ella cree que ese vínculo es especial, pero ahí surge la duda: ¿es real o es un delirio místico? Esa ambigüedad sostiene el misterio de su relación con la montaña.
A medida que avanzaba en la escritura, fui afinando la idea. Al principio pensé en la metamorfosis, en cómo representar simbólicamente la transformación de la mujer en montaña. Durante un tiempo trabajé con esa imagen y por eso uno de los epígrafes de la novela es del filósofo italiano Emanuele Coccia: “Atravesar una metamorfosis es poder decir ‘yo’ en el cuerpo de otro”. Me pareció maravilloso.

Pero luego pensé: la metamorfosis implica una transformación total, en la que el cuerpo original deja de ser y es reemplazado por aquello en lo que se convierte. Y yo no sentía que fuera exactamente eso, sino más bien una hibridez, un devenir que no anula lo anterior, sino que convive con ello.

Esa idea me llevó a interesarme por los mitos andinos sobre mujeres mágicas, brujas o seres del monte: figuras como la Patasola o la Madremonte, que en el folclore son criaturas híbridas, barbudas, peludas, entre chamanas y monstruos. A partir de ahí empecé a trabajar la imagen de la mujer-montaña, esa divinidad que encarna la fusión entre ambos cuerpos. Esa unión íntima se refleja en cómo la narradora describe, ve y siente la montaña a lo largo de la novela.

CAMBIO: La protagonista dice: “Yo soy de un humor estable”. ¿Qué es lo que, de alguna manera, compensa tanta frialdad y soledad en su vida?

F. T.: Yo quería que la escritura de ella fuera cambiando. Que el primer cuaderno tuviera una escritura y un habla mucho más simples y que, ya en el tercer y cuarto tomo, ella ganara mucho más vuelo poético en lo que estaba diciendo. Leyéndola con cuidado, uno se da cuenta de que el primer cuaderno es muy sencillo en comparación con el tercero.

Cuando ella dice “yo siempre fui tranquila”, pensaba: bueno, ¿será cierto esto? Porque mira todo el veneno que tiene y todo lo que viene después. O sea, no parece ser tan así cuando ella misma te cuenta su historia y lo que pasa con la madre y todo lo demás, entonces ahí también había más un deseo de su parte de ser así, tal vez un sentir que ella podía llegar a serlo.
Como buscar esa ecuanimidad de decir: “Bueno, no quiero alejarme mucho, pero tampoco quiero ser tan triste”. Pero cuando a ella le explota ese veneno y esa furia se apodera de ella, es como un volcán.

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