
‘Navegantes’, una travesía por los ríos y ciénagas de la Colombia profunda
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La serie documental ‘Navegantes’ recorre ríos y ciénagas de Colombia y visita lugares a los que solo se puede acceder por agua. Este domingo 1 de junio se estrena su primer capítulo en Señal Colombia.
Por: Eduardo Arias

Si se mira un mapa de Colombia saltan a la vista infinidad de ríos que atraviesan su territorio en todas las direcciones. En algunos lugares del país (bastante más de lo que se pensaría) no solo son fuente de agua y pesca, sino también la única vía de acceso a lugares alejados y muchas veces olvidados.
La serie documental Navegantes, que se estrena este domingo 1 de junio, a las seis de la tarde en Señal Colombia, recorre sitios a los que solo se puede acceder por agua. Es un recorrido por los ríos Igara Paraná, Vaupés, Guaviare y Atrato, y las ciénagas de Santa Marta y Beté. Es un viaje de más de 3.000 kilómetros que visita nueve departamentos y más de 49 comunidades. Se trata de una coproducción de Señal Colombia y la productora Buenavida Films, que codirigieron Óscar Jiménez (además guionista) y Alejandro Beltrán, quien también fue director de fotografía.
“En mi espíritu creativo siempre ha estado presente el deseo de adentrarme en lugares aislados, de difícil acceso, donde la aventura no es un decorado, sino una forma de conexión profunda con la naturaleza, con las personas y con sus entornos. Para mí, Navegantes es eso: un viaje al corazón de los territorios olvidados, una invitación a mirar el país desde sus ríos, mares y ciénagas, y una búsqueda de esas historias que resisten entre las aguas”, dice Jiménez
Navegantes se lanzó el pasado 29 de mayo en Inírida (Guainía), Como dice Hollmann Morris, gerente de RTVC, “para el Sistema de Medios Públicos es vital seguir robusteciendo el mercado de coproducciones de Señal Colombia con este tipo de contenidos humanos, medioambientales, que nacen y retratan la Colombia diversa. Queremos acercar el valor de los relatos, las voces y la vivencias y desafíos que enfrentan las comunidades cercanas a los grandes ríos y ciénagas de Colombia”.
La idea nació hace varios años cuando Jiménez y Beltrán rodaban la serie documental Aislados, que también emitió Señal Colombia y cuyas tres temporadas están alojadas en la plataforma RTVCPlay. Para llegar a los destinos que retrataron en Aislados muchas veces debían navegar y para ellos era una experiencia cargada de significado. “En Colombia, muchas veces los caminos no son de asfalto, sino de río, de mar, de ciénaga”, dice Jiménez.
Desde 2018, esa semilla quedó flotando en su mente de Jiménez. “¿Y si contáramos las historias de esos territorios desde la perspectiva de quienes los habitan, de quienes navegan sus aguas? ¿Y si hiciéramos de la navegación no solo un medio de transporte sino el hilo conductor de una serie documental?”.
Durante uno de los rodajes de Aislados se grabó el piloto de lo que sería Navegantes. Con ese piloto participaron en el mercado de coproducción de Señal Colombia y los seleccionaron.
La búsqueda de los lugares tuvo lugar en los recorridos durante las tres temporadas de la serie documental Aislados. También se apoyaron en una investigación bibliográfica y de campo, y a un buen número de horas de navegación virtual por de Google Earth,
Aunque había un gran número de opciones, al final escogieron el río Vaupés, entre Mitú y Yavaraté, donde se tuvieron que sortear más de 26 cachiveras (o rápidos) para que una abuela ticuna, acompañada de su hija, luego de 20 años pudiera saber si su hermana y hermano mayor aún estaban vivos.
Otro escenario de la serie es el río Guaviare entre San José y Puerto Inírida, con más de1.100 kilómetros de recorrido, en el que llevaron 200 toneladas de víveres y materiales de construcción a las comunidades que se encuentra en su trayecto.
El tercer trayecto que seleccionaron fue el río Igara Paraná y el caño Fuemaní, entre La Chorrera (Amazonas) y un lugar sagrado en lo profundo de la selva. Para ello utilizaron una embarcación tradicional llamada Peke-Peke, la única que puede acceder allí, para traer comida de los lugares ancestrales de caza y pesca.
También forman parte del contenido de Navegantes los ríos Atrato y Quito, desde Turbo hasta Paimadó. Cierra la serie la Ciénaga Grande, donde la gente vive sobre el agua, para ir de pesca durante tres días, con sus noches, en busca de peces que ayuden a resolver la crisis alimentaria y ambiental que viven los habitantes de Buenavista.
“Rodar Navegantes fue una experiencia extrema, una prueba de resistencia física, mental y emocional”, dice Jiménez. En efecto, moverse por los ríos de Colombia, en lugares donde no existen carreteras, ni transporte terrestre ni aéreo, es una tarea titánica. “El simple hecho de llegar a esos territorios es costoso y complicado. El combustible cuesta tres o cuatro veces más que en las ciudades, y sin él, no hay manera de navegar. La comida, el agua, las herramientas más básicas, y hasta un simple tornillo se convierten en un tesoro invaluable. Si un motor falla, un tornillo puede ser la diferencia entre seguir adelante o quedarse varado en medio de la selva”, agrega.
Transportar cámaras, trípodes, baterías, plantas eléctricas, repuestos y cables fue otra odisea. La humedad y las lluvias torrenciales afectaban los equipos. Debían proteger las cámaras con plásticos y trabajar bajo condiciones extremas. Las plantas eléctricas, indispensables para cargar las cámaras, a veces no encendían. “Cada pérdida era un golpe al corazón de la serie, porque en muchos casos eran piezas clave para seguir adelante”, recuerda Jiménez.
Eso, para no hablar de los peligros. En la travesía entre Mitú y Yavaraté casi naufragan en una de las 26 cachiveras del recorrido. En otro episodio no había la forma de regresar por el río. “Tuvimos que contratar dos vuelos chárter privados, extremadamente costosos, porque no había otra salida posible”. Este fue un duro golpe financiero para la producción. Dormían cuatro o cinco horas, a veces en hamacas colgadas en cualquier rincón o en los botes. “Las noches eran largas, llenas de ruidos de la selva, con mosquitos que no daban tregua, garrapatas que se pegaban a la piel, zancudos que parecían almas enloquecidas devorándonos. La fatiga era extrema, al punto de que a veces nos preguntábamos si podríamos seguir”.
La alimentación fue otro reto enorme. Incluso conseguir algo tan básico como arroz o sal. En muchos lugares no había alimentos frescos y dependían de lo que se pudiera cazar o pescar.
A esto se sumaban los problemas de orden público, los permisos que había que tramitar con tiempo, el acceso a territorios que dependía de la voluntad de las comunidades, de las tensiones locales o incluso de factores impredecibles como las condiciones del río.
Aunque desde la investigación y el guion se planteó una ruta, la realidad del rodaje siempre los sorprendía. “Sabíamos que íbamos a encontrarnos con historias profundas, pero nada estaba completamente escrito”, dice Jiménez. Por ejemplo, en Mitú-Yavaraté pensaban que el eje del capítulo era el reencuentro familiar de Laura, pero el río los obligó a enfrentar la fragilidad de la navegación, la dureza del territorio, la tensión de pasar 26 cachiveras, y el casi naufragio que cambió por completo la dinámica de la historia y el sentir del río.
En el Atrato, que planearon como un recorrido por un río con derechos, los relatos de violencia, olvido estatal y el dolor comunitario tomaron un protagonismo que no estaba previsto. “El documental es eso: carne viva, realidad cruda que se revela sin previo aviso. Por mucho que planifiques, el terreno siempre te sorprende, te reta y te transforma. Y ese es, quizás, uno de los mayores aprendizajes de Navegantes: la humildad de entender que uno no va a controlar el río, ni a los personajes, ni a la historia. El río manda, la gente habla, y las historias brotan como afluentes inesperados”, dice Jiménez.
La experiencia también les dio la oportunidad de vivir la realidad de la navegación, del río y de las poblaciones que día a día la transitan. En la mayoría de los lugares encontraron puertos en un estado precario. “En el Atrato, el Estado desde hace años engaña a las poblaciones con la promesa de realizar diferentes dragados para que el río pueda retornar a su época dorada, donde venían barcos desde Cartagena y que transformaría la trágica situación social que viven los chocoanos”, dice Belrán. Agrega que la minería a gran escala continua y las dragas, que ya deberían estar confiscadas, siguen destruyendo el rio, los ecosistemas y la salud de las poblaciones.
En el trayecto entre San José del Guaviare y Puerto Inírida vieron que los capitanes y pilotos capacitados para sortear este desafiante trayecto cada vez son más escasos. “El Estado piensa que enviando capacitadores a la región, provenientes, de entidades públicas del interior y que tienen experiencia en el mar, pueden hacer lo mismo en el río. Todos los resultados son fallidos por la falta de experiencia y conocimiento. El Estado nunca ha validado el invaluable conocimiento de pilotos que, sin ningún tipo de educación formal o diploma, recorren desde hace más de 40 años el río Guaviare y lo conocen de memoria si necesidad de mapas o GPS. Desperdician la opción que la juventud de la región le pierda el miedo a su caudal y comience a tomar experiencia. Cuando se jubilen los pocos pilotos que aún trabajan, ¿quién va a abastecer a las más de 20 comunidades que sólo sobreviven gracias a lo que llega por el río?”, se pregunta Alejandro.
Agrega que en Colombia aún no se entiende el valor de la navegación para incrementar el comercio, la salud, el turismo y las posibilidades económicas de cientos de comunidades, municipios y departamentos de Colombia. “No existen políticas que protejan los ríos y si las hay, son puro papel muerto. La navegación, como muchas cosas en nuestra nación, sobrevive al naufragio gracias a los pobladores que la mantienen viva y resguardan con sus propios recursos que de por si son escasos. Es hora de que, aparte de convertirse en unas grandes autopistas, los ríos y las ciénagas sean reconocidos como seres vivos que merecen respeto y por los que debemos luchar para mantener su bienestar”.
Navegantes les enseñó a los miembros del equipo la dureza de la vida en estos territorios donde sobrevivir es una hazaña diaria, y también les mostró lo olvidados que están estos ríos y estas comunidades. “Colombia es uno de los 10 países con más reservas de agua dulce en el mundo, pero le hemos dado la espalda a la navegación fluvial, igual que olvidamos nuestras viejas vías férreas. Esa desconexión duele”, dice Jiménez. “Pero lo más difícil de todo fue dejar atrás a la gente, su vida sencilla, la hospitalidad que nos compartieron, el aprendizaje profundo de convivir con la naturaleza y los ríos. Y saber que, en muchos casos, lo que grabamos es apenas un pequeño testimonio de lo que pronto podría perderse para siempre”.
