
Olga de Amaral en la Fundación Cartier, de París
Exposición de Olga de Amaral en la Fundación Cartier, en París.
Las calles y el metro de París están inundados de afiches que anuncian la exposición de Olga de Amaral en la Fundación Cartier para el Arte Contemporáneo, y que se ha consolidado como una de las mejores muestras de 2024 presentadas en la Ciudad Luz.

Se viven los últimos días de la exposición de Olga de Amaral en la Fundación Cartier. Inaugurada el 2 de octubre de 2024, permanecerá abierta hasta el 16 de marzo de 2025 y ya se perfila como una de las más visitadas en la historia de ese centro. La muestra ha recibido un amplio reconocimiento por parte del público que la valora como una de las mejores exhibiciones presentadas en París durante 2024.
Se trata de una propuesta innovadora que da a conocer el trabajo textil de esta artista colombiana, destacada exponente del Fiber Art. Cuenta con una curaduría sólida a cargo de Marie Perennès y una puesta en escena impecable, diseñada por la arquitecta Lina Ghotmeh, quien ha dispuesto magistralmente las obras en el espacio para resaltar la singularidad del trabajo de Amaral: el recorrido invita a deambular libremente entre ellas y sumerge al espectador en una experiencia casi inmersiva.
La exposición parece encajar perfectamente en la arquitectura de este edificio diseñado por Jean Nouvel —inaugurado en 1994— el cual, por su transparencia y fluidez, desdibuja los límites entre exterior e interior. Es precisamente esta dualidad la que define el guion curatorial de la muestra: en el primer nivel, se exhiben las piezas más monumentales bañadas por luz natural. La transparencia de las fachadas en vidrio de este volumen de doble altura permite que las obras se prolonguen hacia el jardín, creando la ilusión de una naturaleza fluctuante que trasciende el edificio. Por el contrario, en el nivel inferior, el ambiente cambia a un escenario más introspectivo, donde la penumbra y la escala reducida dan paso a la presentación cronológica de la obra, apuntando hacia los procesos y evolución del trabajo de la artista.
Desde el comienzo, las piezas verticales revelan los aspectos clave de la obra de Amaral: experimentación con materiales, escalas y técnicas, liberando lo textil de su forma tradicional para dotarlo de una dimensión monumental y escultórica. En la primera sala, las obras creadas entre los setenta y los ochenta del siglo pasado emergen como fragmentos de un yacimiento arqueológico. Suspendidas sobre piedras, recuerdan la geografía escarpada de riscos y farallones que contrastan con la vibrante paleta de colores. Pesadas y ligeras a la vez, descienden como naves o seres de otro mundo, transformando el entorno en un lugar casi sagrado donde la luz y las sombras proyectadas forman patrones vivos y cambiantes. La visión del conjunto surge como un ecosistema donde los hilos danzan, se entrelazan y tejen una red invisible que nos transporta a las venas ocultas que nos conectan con el mundo orgánico.
Al avanzar hacia la sala contigua, el ambiente se torna más etéreo y delicado. Allí se exhiben 23 de las 34 piezas que componen Brumas, una de sus series más recientes, realizada entre 2013 y 2018, en las que pareciera que Olga de Amaral aplica un proceso inverso, deshaciendo el tejido: miles de hilos de algodón se destejen, se recubren de yeso y pintura acrílica, y caen suavemente como una lluvia suspendida.
Las Brumas se presentan a distintas alturas y las podemos rodear y así multiplicar las perspectivas. Sus colores varían, al igual que las formas que aparecen y desaparecen dentro de ellas: círculos, triángulos, trapecios, rectángulos y cuadrados se desdibujan en ráfagas de color a medida que el visitante deambula. La obra da la impresión de levitar y nos envuelve en una calma serena y profunda.
Al descender al subsuelo, como Teseo guiado por el hilo de Ariadna, nos internamos en un recorrido laberíntico compuesto por la propia obra de Olga de Amaral. Las piezas se desprenden de los muros y se convierten en contrafuertes, columnas y portales flotantes que moldean el espacio, dibujando a su vez líneas, caminos y territorios. En este sendero cronológico, confirmamos de manera más explícita su constante búsqueda de materiales —hilos de lino, lana, crin de caballo, cal, lacas, hojas de oro e incluso plástico— y su profunda conexión con las tradiciones colombianas y el mundo natural. Aunque bidimensionales, al contemplarlas por ambas caras no solo descubrimos el resultado final, sino también el proceso artístico que subyace en el revés de cada una de ellas. Así, somos testigos de esa íntima relación y viaje exploratorio que Amaral ha tenido con el tejido, que ha sabido amarrar, deshilachar, tejer, coser, atar, anudar, desanudar, voltear, pegar, entretejer, pintar y, quizás lo más importante, unir a su propia alma y vida.
Al final, la serie Estelas, en la sala circular que cierra la exposición, evoca la ancestralidad de Stonehenge o las estatuas megalíticas de San Agustín. Sus superficies doradas y la tinta negra nos hacen olvidar lo textil, transportándonos a un territorio místico. Desde los años ochenta Olga de Amaral ha incorporado este material en su obra, impregnándola de un matiz espiritual que alude tanto a la orfebrería precolombina como a los altares barrocos de las iglesias bogotanas.
Con esta serie, la artista traza lo que ella misma llama "el misterioso lenguaje de las piedras" y, entonces, el tiempo parece detenerse para crear una atmósfera ritual en la que las piezas se alzan como guardianes silenciosos de la memoria, la tierra y el cielo, y nos ofrecen una vivencia singular de contemplación y meditación.
La exposición de Olga de Amaral en la Fundación Cartier es una experiencia poderosa y conmovedora. Sus obras se integran en el espacio de manera casi simbiótica, y fluyen de forma natural y en perfecta armonía conceptual con su entorno. La muestra es completa, redonda, contundente e impresionante y deja una marca indeleble en quienes hemos tenido el privilegio de recorrerla.
Será la última presentada en esta sede antes de trasladarse en 2026 a su nueva casa cerca del Museo del Louvre y cierra con broche de oro un ciclo de 31 años en el que la Fundación Cartier se ha consolidado como un referente esencial de la escena artística internacional, destacándose, entre otros aspectos, por su compromiso con el arte latinoamericano —con exposiciones tales como América Latina 1960-2013 o Geometrías del Sur, de México a Tierra del Fuego (2018), en la que se exhibieron seis Brumas, de la artista colombiana
