‘El pez muere por la boca’, un relato gráfico de pescadores
24 Noviembre 2024 03:11 am

‘El pez muere por la boca’, un relato gráfico de pescadores

Crédito: Santiago Escobar-Jaramillo

El fotógrafo y editor manizaleño Santiago Escobar-Jaramillo, lanzó 'El pez muere por la boca', un fotolibro, publicado por Raya Editorial y Matiz Editorial.

Por: Eduardo Arias

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El fotolibro es la herramienta preferida de Santiago Escobar porque, como él señala, “es un contenedor de memoria, una máquina, que viaja el tiempo, al futuro, para hablarles a otras generaciones”. Es el caso de El pez muere por la boca, su último trabajo, una obra que busca mostrar la resistencia de las comunidades que viven a orillas del mar y de los ríos y que han padecido de Colombia en contextos de violencia y conflicto. Como señala su autor, la línea de playa conecta el mar (o río) con el continente (o tierra firme) donde habitan comunidades anfibias con largas tradiciones de música, baile, peinado, juego y celebración. También de agricultura, gastronomía, turismo, observación de ballenas y naturaleza.

El narcotráfico saca su producto por el mar y a veces la Armada Nacional intercepta sus lanchas rápidas. Para poder escapar deben aligerar la carga y botan al mar su mercancía ilícita. Los pescadores ocasionalmente encuentran paquetes cuya venta les genera ingresos equivalentes a lo que logran ganar en un año de trabajo. A estos hallazgos se les denomina “pesca blanca”. Algunos pescadores caen en la tentación, otros se resisten a los embates de la ilegalidad.

También es un libro participativo, en el sentido de que invita al lector a manipularlo y a hacerse preguntas. “Desde la materialidad, desde la narrativa, desde la secuencia, desde el ritmo, desde el color, desde las formas”: El libro se inicia como si fuera un pescado por las escamas en su portada. Está con un cordel o línea de pesca y a medida que el libro avanza se convierte en una lancha rápida o en un barco por su lomo en forma de quilla.

Foto libro

En el desarrollo del proyecto trabajó con pescadores y habitantes de Rincón del Mar, corregimiento de San Onofre, Sucre, y de Bahía Solano, en Chocó. A través de conversaciones no solo con pescadores, sino también con sus familiares y amigos logró conocer más a fondo los problemas y permitir que esas personas hagan una catarsis y muestren sus mecanismos de resistencia. Sin embargo, la idea del libro no es mostrarlos como víctimas, sino dar a conocer la energía vital que mantiene cada uno de ellos.

La propuesta fotográfica de Escobar comenzó en la reportería y la fotografía de calle. A medida que avanzó, sus amigos de las comunidades de pescadores comenzaron a participar de manera activa, a sostener telas, a proponer las escenas, incluso cambios. “Para mí fue una forma de perder el control, pero, si se quiere, de ganar sustancia y profundidad en la experiencia y en las historias que se cuentan”.

Como Escobar dispara mucho su cámara, tomó secuencias de fotos y, con la ayuda de Carlos Piedrahita (que esta semana ganó el Premio Simón Bolívar de Periodismo en la categoría crónica en video) crearon animaciones que además tienen música.

En estos días Santiago Escobar está en el Festival Manzana 1 que se lleva a cabo en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Allí expone el proyecto en paneles urbanos que también en este momento están en Uruguay y también en Singapur. Es una forma de llevar el proyecto a diferentes escenarios.  En diciembre visitará a los pescadores, sus familiares y amigos para presentarles el libro, aunque ellos ya conocen las fotos y otros materiales que les compartió a través de internet. CAMBIO reproduce a continuación el prólogo del libro, escrito por Simón Posada.

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Foto: Santiago escobar-Jaramillo

Atunes y cocaína

Por Simón Posada

Un punto negro flotaba en el horizonte del agua. “Deben ser unas pacas, vamos, vamos”, dijo el capitán del bote. Era mi primer viaje de pesca a Bahía Solano y, de un momento a otro, íbamos a cambiar los atunes y las sierras wahoo por pacas de cocaína.

El punto negro que flotaba terminó por ser una boya negra de caucho, enorme. Una soga limpia, sin algas, se hundía en las profundidades, indicándonos que llevaba muy poco tiempo en el agua. Los guías de pesca pensaron que quizá no se trataba de cocaína, sino de un paquete de dólares dejado allí a la deriva para pagar un cargamento.

Empezaron a jalar la cuerda y un objeto enorme que estaba amarrado de ella empezó a dejarse ver, emergiendo del agua. Yo no quería estar ahí, les dije que nos dejaran en la playa y que vinieran ellos solos después, pero la euforia los hizo sordos. También, si soy muy sincero, mi curiosidad por ver qué había allí no me permitió insistir más en que nos fuéramos.

Sumergí mi teléfono para ver de qué se trataba: "¡Un vela, es un pez vela!", grité. Estos peces son curiosos, usan su pico para pinchar y atacan cardúmenes de sardinas con precisión. Este pudo haber visto la cuerda, la atacó, se enredó, murió ahogado. Aunque no logramos pescarlo, me tomé fotos como si lo hubiera hecho. Todos los pescadores somos mentirosos, pero yo soy menos que otros. Horas antes, presenciamos a un pescador artesanal luchando con un yoyo de nylon a mano limpia. Aunque menos potente que un atún, la pelea del vela es impresionante, da saltos y giros de gimnasta olímpica. En ocasiones, sale del agua y su vela vibra con el viento, como si fuera un barco fantasma emergiendo del mar.

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Foto: Santiago escobar-Jaramillo.

La pelea: para eso pescamos los pescadores deportivos. No es para comer, sino para sentir la fuerza y la agresividad de estos animales en nuestras cañas. Salimos en botes de madrugada, tratando de buscar nubes de pájaros en el horizonte, porque donde hay pájaros suele haber cardúmenes de sardinas o parches de basura flotante, que los lugareños conocen como hileros, que no es otra cosa que la señal que forma la dirección de las corrientes en las aguas del mar o de los ríos.

Existen hileros tan grandes como islas. Son casi repúblicas independientes, formados por troncos gigantes que los ríos llevan hasta el mar, así como cocos, hojas de palmeras, pedazos de espuma, plásticos, lavadoras de Japón, tampones de Tumaco, botes vacíos, algas de la Polinesia, sogas de buques filipinos y, a veces, pacas de cocaína. Estos objetos, con el paso del tiempo, empiezan a acumular plancton y algas, y los caracoles y las almejas empiezan a vivir de ellos. Detrás de los caracoles llegan los peces pequeños y detrás de ellos llegan los mahi-mahi, los marlin, los atunes y los vela, y también los pájaros, y detrás de los pájaros llegamos los pescadores deportivos y los pescadores tradicionales, que no sólo pescan pescados, algunos también cocaína. Conozco a varias personas que han comprado camionetas, botes y casas gracias a que un día la suerte les golpeó la puerta con la llamada “pesca blanca”.

Dicen que fue Carlos Lehder –socio de Pablo Escobar hasta que perdió la cabeza y fue delatado a las autoridades por el difunto capo– quien inventó los empaques de caucho y plástico con los que envolvía los ladrillos de cocaína prensada para que pudieran flotar. Así, desde Cayo Norman, su paraíso en las Bahamas, salía con una avioneta a los bajos al frente de la Florida, dejaba caer la cocaína al mar y los botes la pescaban para llevarla a la ciudad. Nada diferente a los pescadores tradicionales.

Hoy en día, algunos de los habitantes del Pacífico y el Caribe colombiano se lanzan al mar en busca de cocaína cuando corre el rumor de un cargamento fallido. Los narcos lanzan los paquetes al agua para evitar que las autoridades se queden con la droga. Días después, los narcos la compran de nuevo a los pescadores y el cargamento intenta embarcarse de nuevo, rumbo al norte del continente.

Y es así como en el mar todos terminamos juntos, pescadores y narcos, ricos y pobres, náufragos en el mar del absurdo. Después de un fallo ridículo y risible de la Corte Suprema de Justicia de Colombia, pescar y devolver al agua a un pez es inconstitucional en este país. Es decir: la ley dice que, pesques lo que pesques, debes matarlo y comerlo. Todito, con espinas y aletas, mejor aún. En los primeros meses de 2024, lanchas de la Armada persiguieron a botes de pescadores deportivos en el río Orinoco, a las afueras de Puerto Carreño. La gasolina que antes gastaban persiguiendo narcos ahora deben hacerla rendir para perseguir pescadores. Un país absurdo de leyes absurdas.

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