Poesía para restituir la identidad: 'Querida Beth', de Andrea Cote, ganador del XXIX Premio Casa de América de Poesía Americana

Crédito: Margarita Mejía

30 Octubre 2024 07:10 am

Poesía para restituir la identidad: 'Querida Beth', de Andrea Cote, ganador del XXIX Premio Casa de América de Poesía Americana

Federico Díaz Granados entrevista a la escritora colombiana Andrea Cote Botero, quien ganó el prestigioso premio por su obra de poemas que cuenta cómo vive una inmigrante colombiana en Estados Unidos.

Por: Federico Díaz Granados

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La poesía ofrece con frecuencia espacios de resistencia y reconciliación frente a la pérdida de identidad del migrante. En cada verso, el migrante encuentra el eco de su experiencia de desarraigo y convierte el presente en un tiempo de primeras veces donde cada inicio también encierra pérdida, dolor e incertidumbre. Esa travesía migrante no solo implica cruzar fronteras físicas, sino también el enfrentarse a una frontera invisible de violencia, xenofobia, explotación y pobreza, experiencias que se deben transitar mientras intenta habitar un lugar que, en apariencia, le ofrece nuevas oportunidades. Así la poesía es un lugar de supervivencia que ayuda a restituir aquellos fragmentos perdidos de la identidad y de la lengua en otras geografías y territorios.

Eso lo ha sabido la poeta Andrea Cote desde que tomó la decisión de vivir en Estados Unidos hace dos décadas y de enseñar poesía en una de las fronteras más difíciles para los hispanos como lo es El Paso, Texas. Por eso su reciente poesía se ha centrado en darles voz a esos migrantes que podrían ser perfectamente sus estudiantes, o los padres o abuelos de ellos. Pero también es su propia historia y la de su tía Beth, que como muchas tías y madres o hermanos salieron del país en busca del “sueño americano” y la prosperidad. Pero, como en el poema de Cavafis a veces el destino no es el que se esperaba y el viaje resulta una carrera de obstáculos contra el tiempo que termina por irse al precipicio.

Aquella historia de la tía Beth le daba vueltas en la cabeza desde hace varios años a Andrea Cote y supo que solo a través de la poesía podía restituir esa identidad que perdió en un país que nunca fue el suyo y en una lengua que tampoco la sintió propia y que se reconstruye en Querida Beth el libro que resultó ganador del XXIX Premio Casa de América de Poesía Americana que se falló en Madrid el pasado lunes. El jurado conformado por León de la Torre Krais, director general de Casa de América; Daisy Zamora, ganadora del premio en 2023; Benjamín Prado, escritor y poeta; Javier Serena, director de Cuadernos Hispanoamericanos y Jesús García Sánchez, de la Editorial Visor Libros, además de Anna María Rodríguez Arias, especialista en literatura de Casa de América, quien ha participado como secretaria han manifestado que “la obra evoca la historia de una migrante contada por otra y definida por su autora como una “autobiografía por encargo”. Los avatares de la inmigración, los retos del feminismo contemporáneo y las dificultades de quien tiene que abrirse paso en un país ajeno, se expresan mediante una poesía certera y emocionante con hallazgos estilísticos continuos y un tono rabiosamente contemporáneo”.

A Andrea la noticia la sorprendió conduciendo su carro después de dejar a sus hijos, Pablo y Santiago, en el colegio. Iba acompañada de Liliana, su madre. Un número desconocido es una señal de desconfianza, pero si la llamada era de España alguna sorpresa debía traer. Puso en altavoz el teléfono y juntas recibieron la noticia en la voz de León de la Torre, presidente del jurado. Entre la emoción y el desconcierto y luego de avisar a algunas personas cercanas la buena nueva alcanzó a redactar una respuesta formal: “Ganar este premio representa para mí una alegría enorme. Recibir este reconocimiento que han tenido antes autores latinoamericanos como Piedad Bonnet o Eduardo Chirinos, me llena de orgullo y de pudor. Más importante aún para mí es que los poemas con los que recibo este estímulo cuentan la historia de una mujer colombiana, cuya travesía como migrante en Estados Unidos consistió en la lenta desaparición de su nombre y su legado. Pero solo hasta este día en que la poesía llega, para en algo su restituirle fuerza, como solo sabe el lenguaje al siempre intentar consolarnos de la herida que nos inflinge la realidad”. Y no era para menos: Andrea acababa de ganar el premio que antes habían recibido poetas que ella ha admirado y que han sido parte de su formación como escritora, entre ellas su maestra Piedad Bonnett, quien en tres semanas recibirá el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

La historia de la tía Beth, protagonista del libro ganador, representa el dilema de aquellos que, al emigrar, aspiran a pertenecer a otro lugar, pero descubren que la identidad que llevaron consigo se convierte en un territorio de disputas. Para el migrante, no solo se trata de abandonar una geografía física, sino también de distanciarse de una lengua, de la patria primera, que representa su nombre, su apellido, y los símbolos más profundos de su ser. Aprender un nuevo idioma no llena este vacío; al contrario, lo profundiza al imponer nuevas estructuras y realidades que, en vez de acercarlo a la pertenencia, lo marginan. En este proceso, el silencio se convierte en una especie de medida de la distancia entre el migrante y su lugar de origen. Cada silencio es una marca de separación, un recordatorio de la identidad que queda atrapada entre un pasado que se escapa y un futuro incierto. El idioma nuevo no es capaz de contener el peso emocional del que ha dejado atrás su lengua materna. Por eso, la poesía se convierte en el único refugio capaz de invocar esas experiencias; el poema se convierte en el testimonio íntimo de quien, al alejarse, siente que pierde no solo su tierra, sino también una parte esencial de sí mismo.

Pero, al tiempo, Querida Beth nos recuerda que la poesía también es una forma de reconstrucción porque ofrece la posibilidad de desafiar esas narrativas y de tender un puente entre el pasado y el presente, entre la identidad extraviada y el nuevo territorio en el que se busca habitar. La poesía permite visibilizar esos rostros y voces que, en su esfuerzo por encontrar un futuro mejor, parecían condenados a desvanecerse. Este libro no solo confronta el sueño americano y la promesa de libertad que lo sostiene, sino que también invita a mirar con otros ojos la identidad nómada de aquellos que construyen un espacio propio dentro de una cultura ajena. Cada poema de este libro es una confesión frente a la evidencia de un fracaso estructural, social y personal, pero también son pequeños testamentos de renuncia, de un decir adiós que no se termina de decir. La poesía no llena el vacío del migrante; en su lugar, lo resignifica, lo humaniza, y ofrece un lugar donde la memoria puede encontrar un refugio.

Es así como este libro no solo reconstruye una identidad perdida, sino que la redefine en cada palabra, en cada verso que se rehúsa a olvidar. La poesía actúa como una última frontera en la cual el migrante puede afirmarse, un espacio donde ni el idioma ni la distancia ni el tiempo podrán desdibujar su esencia. La poesía rescata esa identidad que el viaje intentó disolver y la convierte en una geografía emocional, en un hogar de palabras que restituye al migrante en su totalidad. Desde ahí, cada poema, cada silencio y cada verso son un acto de memoria y resistencia frente a la marea de olvido que amenaza con borrar su historia.

Federico Diaz Granados: Andrea, ¿quién es la protagonista del libro?

Andrea Cote: En 1974 mi tía Beth emigró a Estados Unidos con un visado de promesa de matrimonio. Poco después se casó con un ciudadano estadounidense al que conoció por correspondencia. Como ninguno de los dos hablaba el idioma del otro, la prima lejana de Beth, Christina, hizo de intérprete. La pareja vivió en un apartamento en el semisótano de Perth Amboy (Nueva Jersey). Tuvieron un hijo y se divorciaron poco después. Mi tía permaneció en Estados Unidos por 40 años y siempre tuvo dos o tres trabajos por los que ganaba el salario mínimo. Se fue con una promesa de amor, pero vivió como cualquier otro trabajador inmigrante. Finalmente, a los 82 años cuando ya no pudo pagar la renta regresó a su país con lo puesto y una maleta.

F.D.G.: ¿Qué la impulsó a escribir esta historia de la tía Beth?

A.C.: Tras la muerte de Beth en 2020 empecé a escribir un poemario basado en el recuerdo de nuestras conversaciones durante su última década en Estados Unidos. Este libro Querida Beth, se inspira en la historia de vida de una mujer inmigrante como símbolo de lo que percibo como un borramiento sistemático de la herencia y el legado de los trabajadores migrantes. La inmigración por matrimonio de Beth la llevó a adquirir un apellido extranjero y a renunciar a su identidad y su legado. Había incoherencias en la ortografía de su apellido, lo que retrasó la regularización de su situación legal durante décadas y le impidió acceder a muchos servicios. Además, nunca llegó a dominar el inglés. Como decía bromeando: "nunca aprendió inglés y olvidó el español". Al final de su vida productiva tuvo que regresar a Colombia. Mis poemas retratan su lucha por amar, vivir y comunicarse en una cultura extranjera. Su historia es una que siempre he temido repetir y olvidar. 

F.D.G.: ¿Cómo representa la tía Beth a muchas inmigrantes latinoamericanas?

A.C.: Mi tía Beth llegó a Estados Unidos durante la llamada primera oleada de migración colombiana en los años setenta. Debido a las problemáticas condiciones que siguieron al intenso periodo de guerra civil conocido como La Violencia, que incluía violencia política y crisis económica, la gente en busca de oportunidades inició una emigración a gran escala que se vio facilitada por la Ley de Inmigración estadounidense de 1965, que abolió las cuotas de origen nacional que favorecían la inmigración europea. Como resultado, unos 150.000 colombianos emigraron a Estados Unidos a principios de la década de 1970. La primera oleada significativa incluyó tanto trabajadores poco cualificados como altamente cualificados. Según un estudio reciente del Pew Hispanic Research Center, el 55,3 por ciento de los emigrantes colombianos son mujeres y niñas. Estos datos corroboran el fenómeno de la feminización de la migración, que se corresponde significativamente con el gran número de hogares colombianos encabezados por mujeres. La violencia y la pobreza son las principales causas de la migración colombiana a Estados Unidos. Estos poemas quieren explorar la interseccionalidad de la inmigración por matrimonio con las causas subyacentes de la violencia contra las mujeres. 

F.D.G.: ¿Cómo conversa este nuevo libro con su obra anterior?

A.C.: Querida Beth es mi segundo poemario sobre el tema de la migración. Anteriormente lo he explorado En las praderas del fin del mundo (Valparaíso, Madrid, 2019), donde interrogo el desierto como espacio arquetípico de peregrinación. Ese libro toma de la forma conversacional, un diálogo fragmentado entre padre, madre e hijo, meditando sobre la experiencia migratoria. Como continuación de esa indagación, pero buscando profundizar en la experiencia femenina, Querida Beth me permite trabajar con una historia de la que tengo una perspectiva íntima, pero cuya situación podría ser muy representativa de muchos inmigrantes y sus descendientes. Adicionalmente, este libro se acerca a ser una novela en verso, pues es un libro de arco narrativo con muchos fragmentos de prosa poética.

Poemas de Querida Beth, de Andrea Cote

¿Recuerdas?

El primer pasaporte, el billete de tren.

La fortuna de no tener.

El aturdimiento y la gracia del recién llegado.

No tiene licencia, no puede ir al supermercado. No sabe inglés. No sabe que falta una hora para el próximo bus. No tiene tarjeta de crédito. No tiene dirección o recibo a su nombre.

Sabe caminar, pero eso aquí no le sirve de nada.

Venta de garaje

Hay qué imaginarse quién lo tuvo primero, cuándo lo perdió, dice Beth. De qué manera providencial ha venido a caer ante mis pies. Levantar, temerosa, el galeón hundido del capricho ajeno. Igual que un espía, un atracador delicado. 

Hay montañas de ropa nueva que se mueren de tedio y esa trabazón de trapo se ve cómo que apesta ¿Qué le hace? Los que tienen supersticiones contra cosas rotas o enmendadas que salgan. Nosotras revolviendo la caja de anteojos, no vaya a ser, la mesa de utensilios, qué cosa más rara. En pocas ocasiones tienen la etiqueta todavía. Siento pena por los que no lo han vivido. Creo en el destino y en Dios. 

No hay dinero en el mundo capaz de comprar la alegría de pagar casi nada por lo que otro pagó tanto. Pero cada quien, con su suerte, y hay que tener ojo, pero más que nada suerte, yo cada vez que la tengo perdida me vengo aquí y de un modo u otro la encuentro.



Autobiografía de otra

Contra la avaricia del tiempo
madurar cuerpos y hojas 
entre esas mismas hojas. 

A todo sí, pero al asilo, ¡No! 
Para no ser viejo entre lo viejo, 
carne entre la carne, 

y en el invierno que entre mantas te sepulta 
el frío
arriba de las máquinas
sembrar lo sólido en la grama.

Pobre de ti
que en el amanecer de tu vejez
te ovillaste tan plácida
sobre el sillón 
flaca y mínima

para que yo te cargara de vuelta
a casa como en brazos
cuando solo quedaba una esperanza:
que esta promesa rota fuera 
una oportunidad para volver a empezar
 

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