Rostros y rastros ocultos de la migración a Canadá
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Juan David Padilla es un artista colombiano que vive en Montreal. A través de 'Titre de Voyage' ('Documento de viaje'), su obra multidisciplinar, ha retratado los problemas que viven muchos migrantes que llegan a Canadá y descubren que allí las cosas no son tan bonitas como las anuncian en las promociones en las redes sociales.
Por: Eduardo Arias
Titre de voyage (Documento de viaje en francés) es una exposición que se ha presentado varias veces en Montreal, Canada, y se ha convertido en una poderosa voz colectiva de la comunidad refugiada y migrante en ese país. La lidera el artista colombiano Juan David Padilla Vega y la componen 22 piezas, entre fotografía, videos, sonido, performance y escritura que reflejan la complejidad de la experiencia migratoria. Titre de voyage es el resultado de seis años de trabajo e investigación entre el artista, a partir de su propia experiencia, y 150 personas que han solicitado asilo en Canadá y que llegaron desde países como Colombia, Venezuela, México, Nicaragua, Costa Rica, Bolivia, Chile, y El Salvador, entre otros, y que aportaron su testimonio.
Desde su primera edición en 2023, la exposición ha evolucionado hasta convertirse en una instalación itinerante que viene recorriendo distintos espacios de Montreal. Padilla trabajó a partir de redes de apoyo y la creación de talleres. Él es un artista multidisciplinario, cuya obra gira en torno a la migración, la identidad y la justicia social. Con una formación en Comunicación Audiovisual y una maestría en Gestión Cultural, en su trabajo artístico ha utilizado el cine, la fotografía, instalaciones de video, artes performativas como el circo, la danza, el drag y la música, además de la creación documental.
Durante más de una década fue jefe de Audiovisuales en el Ministerio de Cultura de Colombia, lideró diversos proyectos como Cultura al Aire y Rostros colombianos de la cultura.
Entre sus obras más destacadas se encuentra el documental Betty, la voz del litoral Pacífico, un homenaje a la vida y el talento de la cantante de ópera afrocolombiana Betty Garcés, así como la serie fotográfica Nostos, Urniator y Dor, presentada en la Bienal Internacional de Danza de Cali y el Teatro Colón de Bogotá. Aunque Padilla había desarrollado una carrera destacada en Colombia, decidió irse a Canadá porque no se encontraba bien emocionalmente. “Estaba viviendo un momento profundamente estresante compuesto de depresión, trauma y navegando un reciente diagnóstico de estrés postraumático. Canadá emergió en ese momento como una opción que ofrecía seguridad y oportunidades”, recuerda.
La experiencia de la migración
Desde que se estableció en Montreal, además de Titre de voyage ha liderado iniciativas como el filme de danza Square House y el filme documental Resilience. También colabora con sellos musicales como Secret City Records, La Majeure y Spotify Canadá. Además, es fundador de Insondable Studio, un espacio dedicado a contar historias audiovisuales que celebran la diversidad cultural de las Américas.
Pero también trabajó en entidades relacionadas con los migrantes como PRAIDA, un programa regional de acogida para demandantes de asilo. Desde allí apoyó a familias recién llegadas que se alojaban en refugios temporales, donde vio las condiciones de hacinamiento, la falta de apoyo psicosocial y el estado de vulnerabilidad extrema de estas personas. “En 2019, entre mis superiores ya se hablaba de una crisis humanitaria desbordante: refugios al límite de su capacidad, instalaciones temporales improvisadas, procesos migratorios interminables, dificultades para acceder a vivienda y encontrar empleo. Fue allí donde tomé el pulso de esta crisis emergente, y despertó en mí una profunda empatía hacia esta comunidad, una comunidad migrante de la que, de muchas maneras, soy parte”, dice Padilla.
Meses después ingresó a Francisation, un programa de aprendizaje de lengua francesa. Y luego trabajó en AEIM, una oficina que recibe inmigrantes en el este de la ciudad. “Mi tiempo allí fue breve, pero suficiente para ampliar aún más mi perspectiva sobre la situación crítica que vivían las familias migrantes. A diario veía a personas aglomeradas en la recepción, aguardando con desesperación un turno para hablar con un asesor. Muchos necesitaban ayuda con trámites esenciales como permisos de trabajo, cambios de domicilio, solicitudes de residencia, títulos de viaje o actualizaciones de documentos. La alta demanda era tal que las citas se programaban con dos meses de espera”, recuerda.
Titre de voyage nació como resultado de la producción de Resilience, su ‘opera prima’, una serie documental en la que cada capítulo presentaba un manifiesto de un artista vinculado a las artes vivas y performáticas, profundizando en el poder transformador de su práctica artística en el contexto en el que habitaba. “Decidimos que el último capítulo estaría dedicado a la experiencia migratoria y cómo esta deja su impronta en el cuerpo, condicionando el movimiento. Sin embargo, sentí que mi experiencia, por significativa que fuera, no era suficiente para abarcar una temática tan compleja”. Padilla recuerda que en aquel entonces Canadá atravesaba un momento crítico. Una crisis humanitaria resonaba en las noticias que titulaban que las olas migratorias sobrepasaban la capacidad de gestión de las ciudades. Se anunciaban cierres de fronteras y casos trágicos de entradas irregulares. El hacinamiento de familias agravaba la situación. “Fue en ese contexto cuando recibí una invitación de AEIM y LatinArte, que estaban organizando sesiones de encuentros para apoyar a estas familias en temas como alojamiento, aprendizaje de idiomas y acceso a información que llamaron café solidarios. Me propusieron contribuir con un componente artístico, compartí mi proyecto y la idea generó entusiasmo. Durante seis meses organicé talleres de oralidad y escritura creativa con aproximadamente 80 personas, y juntos dimos forma al manifiesto que sería parte de la película”.
Una vez terminó su película, los lazos que había forjado lo llevaron a continuar asistiendo a estos cafés. En esos meses de diálogo comenzó a gestarse la idea de una obra que explorara los altos costos de la migración. “Quería que esta obra se erigiera como un confesionario colectivo, indagar en ese momento posterior a la llegada al país de acogida, ese territorio ambiguo donde las promesas de un nuevo comienzo tropiezan con las crudas realidades de la adaptación y el arraigo”.
Tras varios meses participando en los cafés solidarios escribió un proyecto que presenté al Consejo de las Artes y las Letras de Quebec, y tuve la fortuna de ser seleccionado. Regresé al café y formé un equipo de trabajo integrado por miembros de la misma comunidad. Aunque mi rol principal fue el de dirección artística, gran parte de mi labor consistió en traducir las necesidades y las historias que se compartían en un lenguaje visual y simbólico que diera forma a lo que allí se expresaba.
La obra fusionó las ideas y relatos que surgieron en los cafés con encuentros en el estudio audiovisual. “En este espacio, realizamos entrevistas, exploramos el movimiento a través del cuerpo y desarrollamos talleres de dramaturgia”. Además, la comunidad participó en la intervención de una gran carpa negra diseñada por la artista Carolina Etchard. En su exterior la carpa simulaba las paredes de los centros fronterizos, donde los sueños, atrapados en la incertidumbre, se plasman en dibujos destinados a matar el tiempo mientras los migrantes esperan un agente migratorio que los atienda. “Invité a cuatro artistas performáticos conectados con la experiencia migratoria, como Yosmell Calderón, artista de origen cubano y principal del Ballet de Jazz de Montreal, y Sona Pogossian, artista armenia, bailarina contemporánea y doctora en estudios de artes, cuya investigación se centra en las corporalidades de las mujeres en culturas militarizadas. Con ellos rodamos las escenas performáticas en una reserva natural ubicada a tres horas de Montreal”.
Dos años de intenso trabajo
La producción se extendió por casi dos años, durante los cuales el proyecto incorporó los frutos de múltiples laboratorios y talleres de escritura, oralidad, expresión corporal, intercambio de experiencias, e incluso danza-terapia.
El impacto emocional de la obra fue grande tanto para ellos como para Padilla. “Las historias que deseaban contar, denunciar o simplemente expresar encontraron su lugar dentro de la estructura del proyecto. Allí establecimos criterios éticos fundamentales que priorizaban la confidencialidad; muchas narrativas permanecieron anónimas, no por falta de valor, sino como un acto de cuidado debido a la situación de vulnerabilidad de muchos de los participantes. Relatarlas, más que un ejercicio creativo, se convirtió en un proceso de reparación y en una forma de documentar una situación crítica relacionada con el universo emocional de la comunidad migrante”, explica.
Hasta ahora la obra se ha presentado al público en cuatro ocasiones. De los comentarios recibidos, resalta profundamente el agradecimiento por el proyecto, que ha sido un vehículo para mostrar y dignificar sus historias, y generar reflexiones sobre esa Canadá que hoy estigmatiza la migración.
Algo que llama la atención es que, al menos de puertas para afuera, Canadá se vende a toda hora como un país amigable para los migrantes. “Todos nos hemos encontrado con esa publicidad en redes sociales que invita a migrar a Canadá bajo la premisa de ser un país que clama por migrantes, un lugar idílico para comenzar una nueva vida con procesos supuestamente sencillos y ágiles. Y si bien Canadá es un país que cuenta con grandes garantías para vivir cómodamente, no todas estas están a disposición de todos lo que aquí residen”.
Dice Padilla que en los últimos meses Canadá ha reducido cuotas de residencias permanentes por año, ha suspendido algunos programas de inmigración en Quebec, y han reajustado las tarifas de solicitud de residencia permanente.
Él mismo lo vivió en carne propia. “Al llegar al país encontré una marcada estigmatización hacia la migración, tanto en la opinión pública como en los discursos gubernamentales, un racismo profundamente arraigado en la sociedad, una falta evidente de oportunidades y procesos migratorios desmesuradamente lentos que condenan a miles a un limbo prolongado, aguardando respuestas que nunca llegan a tiempo. He llegado a esta comprensión a través de mi propia experiencia migratoria, mi práctica artística y mi contexto laboral”.
Durante mucho tiempo lo impactó cómo, en la opinión pública, esta realidad se limitaba a percepciones muy simplistas. Por ejemplo, ver la migración como un fenómeno que "quita oportunidades" a los locales o como el resultado de elegir un "camino fácil". En su día a día comprobó que el canadiense promedio carece de empatía frente a esta crisis, en gran parte debido a la estigmatización mediática y a la falta de conocimiento real sobre el tema. “Mis últimos tres proyectos artísticos han estado relacionados con la migración. Siempre me ha conmovido que, tras las presentaciones, ciudadanos canadienses se acerquen, sorprendidos y entre lágrimas, confesándome que desconocían por completo que esta realidad existiera en su propio país. ‘Jamás lo imaginamos de esta manera’, suelen decirme. Pensaban que era una realidad que ocurría en Estados Unidos y jamás en Canadá. Estos encuentros han fortalecido mi compromiso con la necesidad de seguir alimentando estos diálogos interculturales”.
A manera de conclusión, Padilla deja abierta una reflexión. “Es necesaria cualquier acción que mitigue la estigmatización, que se intensifica día a día en los medios de comunicación canadienses y en los discursos de sus dirigentes. Esta narrativa predominante, que culpa a la migración de la crisis social, económica y de la estabilidad del país no solo desinforma, sino que también instrumentaliza a esta comunidad con fines políticos, perpetuando su vulnerabilidad”.8