El sonido distorsionado del rock bogotano
Diego Leonardo González.
Diego Leonardo González se dio a la tarea de investigar acerca de la historia del rock en Bogotá y el resultado es el libro 'Bogotá: volumen y distorsión', un testimonio en profundidad de cómo han vivido, pensado y actuado los rockeros que han habitado a Bogotá en los últimos 60 años.
Por: Eduardo Arias
En estos últimos tiempos ha crecido el interés de muchos periodistas, investigadores e incluso músicos por conocer más y más acerca de la historia del rock en Colombia. Bogotá no ha sido la excepción. Hace algunos meses apareció Una idea descabellada, de Luis Miguel Vega y Umberto Pérez, que recreó la historia del rock bogotano entre 1957 y 1975.
Diego Leonardo González ha dado un nuevo paso al publicar su libro Bogotá: volumen y distorsión (Cinco décadas de rock) que le dio cabida a una ingente cantidad de voces. Desde el baterista de un grupo de rock que sólo conocieron en su barrio, hasta figuras muy destacadas que tienen en común en haber aportado al crecimiento del rock en Bogotá y a afrontar múltiples obstáculos y adversidades que se han atravesado en su camino.
La investigación que hizo posible este libro es, como señala su autor, “una memoria polifónica de bateristas, bajistas, guitarristas, vocalistas que han participado, en diferentes décadas, en la construcción de la escena bogotana del rock”. González considera que su libro no busca ser una verdad revelada sobre el rock bogotano, sino que es, más bien, “una colcha de retazos compuesta de recuerdos, divagaciones y monólogos de muchos de los que alguna vez tronaron un instrumento dentro de un garaje”.
Diego Alejandro González nació en Bogotá en 1979. Es periodista egresado de la Universidad los Libertadores en 2008 y en 2016 viajó a Buenos Aires, donde cursó la maestría en periodismo del diario Clarín y la Universidad de San Andrés. Ha escrito para diversos medios de Colombia y América Latina. CAMBIO habló con él acerca de su libro, que este domingo presenta en la Feria Universitaria del Libro que se celebra en Pachuca, estado de Hidalgo, en México.
CAMBIO: ¿Cómo y cuando surgió la idea de escribir este libro?
Diego Leonardo González: La idea del libro surge al contarle del rock bogotano a una novia mexicana. Ella conocía sólo a los Aterciopelados. Me entusiasmé al contarle lo enérgico y variado que era el rock colombiano de los noventa. Me pareció que era importante relatar esa historia. Reunir en un texto a muchas agrupaciones que había escuchado en vivo. La investigación inició en 2013. Pero al revisar el estado del arte, encontré muy pocas referencias bibliográficas, algunos artículos en revistas universitarias o artículos difíciles de encontrar en internet.
CAMBIO: ¿Cuánto tiempo le tomó llevar a cabo este proyecto?
D. L. G.: En total fueron 10 años. Ocho de investigación, el resto fue de escritura, reescritura. Fueron años de seguir la pista a músicos que no viven en el país, a músicos retirados que no querían conversar del tema o, por el contrario, conversar por horas con músicos que confesaban historias increíbles, que daban pistas de otros músicos claves en la construcción del rock hecho en Bogotá.
CAMBIO: En estos últimos, digamos, diez años se han publicado al menos cinco libros sobre rock nacional y uno en particular sobre rock en Bogotá. ¿Cómo su libro, Bogotá: Volumen y distorsión, complementa esos otros trabajos?
D. L. G.: Es un intento por vincular cinco décadas de nuestro rompecabezas roquero. La clave está en que el libro conecta diferentes décadas, une la historia de los hippies de los 60 con la de los muchachos que hicieron parte del rock en español y, a estos, a su vez, vincularlos con el movimiento alternativo de los 90. Al leer esta investigación se deduce que nuestro rock tiene unos rasgos propios de nuestro tiempo: la autogestión, la violencia, la gratuidad, la migración, entre otras. Bogotá: volumen y distorsión se suma a las investigaciones que atestiguan que tenemos un patrimonio roquero.
CAMBIO: ¿Al terminar la investigación cambió la mirada que usted tenía del rock bogotano o, por el contrario, confirmó lo que usted pensaba?
D. L. G.: La cambió. Conocer la historia de la autodeterminación de esos muchachos es sorprendente. Entender que muchos jóvenes, en su momento, escogieron el camino de la música, a pesar de las adversidades, es inspirador.
CAMBIO: ¿Qué piensa usted del rock en Bogotá? ¿En su concepto existe un rock bogotano, un rock “que suene a Bogotá”? De ser así, ¿cuáles agrupaciones que usted ha escuchado son “bogotanas”?
D. L. G.: No existe el rock bogotano. Pero sí hay agrupaciones cuyo punto de encuentro fue Bogotá. La pestilencia, por ejemplo. El rock que se ha hecho en Bogotá fue construido por músicos de todas partes de Colombia. Pero es cómo la ciudad, su clima, la arquitectura, la inseguridad y el tráfico se reflejan en el sonido y en las letras. Hay una canción de Ultrágeno que dice “no está de más que mire para atrás, la calle me quiere agredir”. Quien haya caminado por la avenida Caracas, a mediados de los noventa, entiende el nivel de agresividad que manejaba la ciudad. Ese rock al que hago referencia, lo resumiría como enérgico y callejero; en algunas ocasiones agresivo, en otras, mordaz. Pero no existe el rock bogotano, es sólo una etiqueta para exponer el rock que se ha hecho en esta ciudad durante 50 años. Algunas agrupaciones bogotanas: La Santa Bulla, Odio a Botero, Prácticas Extramuros, La Severa Matacera, Polikarpa y sus Viciosas.