
“Uno no escribe para sanarse sino para enfermarse más”: Héctor Abad Faciolince
Héctor Abad Faciolince.
Crédito: Federico Ríos
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‘Ahora y en la hora’ es un libro que le costó mucho trabajo escribir a Héctor Abada Faciolince. Es el relato muy pormenorizado de su terrible experiencia en Ucrania, donde estuvo a punto de morir por la explosión de un misil ruso, pero también una reflexión sobre la vida, la vejez y la muerte. También es un grito de resistencia contra el horror de la guerra y de quienes quieren imponer su voluntad a sangre y fuego.
Por: Eduardo Arias

Héctor Abada Faciolince pudo escribir Ahora y en la hora por una casualidad. Un cambio de puesto en la mesa de un restaurante en la ciudad ucraniana de Kramatorsk, muy cerca del frente de batalla, donde minutos después cayó un misil que mató a la escritora y activista ucraniana Victoria Amélina, con quien había intercambiado su silla. Este episodio, muy reseñado en la prensa colombiana, también involucró a Sergio Jaramillo, negociador del acuerdo de paz con las Farc, y la periodista Catalina Gómez, experimentada reportera de guerra.
Ese viaje testimonial que terminó en tragedia llevó a Héctor Abad a escribir este libro, en el cual no solo relata los pormenores del viaje que tuvo tan trágico final, sino también para reflexionar acerca de la vida, la vejez y la muerte, así como de los efectos devastadores de la violencia y la guerra, la indignación por la muerte de los inocentes, la culpa y el estupor de quien no ha caído, y su inapelable impulso de contar lo presenciado y reflexionar sobre la extraña y azarosa experiencia de sobrevivir una vez más.
Héctor Abad Faciolince nació en Medellín en 1958. Estudió Lenguas y Literaturas Modernas en la Universidad de Turín (Italia). Su obra literaria como novelista, cronista, ensayista y crítico es muy amplia. Además de ensayos, traducciones y críticas literarias, ha publicado, entre otros muchos libros, Angosta, El olvido que seremos, La oculta, Lo que fue presente y Salvo mi corazón, todo está bien. Sus obras se han traducido a 15 idiomas. CAMBIO habló con él acerca de Ahora y en la hora y las motivaciones y dudas que tuvo al abordar este proyecto.
CAMBIO: ¿Qué tan difícil resultó para usted escribir este libro?
Héctor Abad Faciolince: Nunca había sentido tanta angustia ni tanta ineptitud para escribir un libro. Volví a ser un principiante, un bisoño, un aprendiz en las primeras armas. Los párrafos no me salían, el orden del libro tampoco. No sabía si escribir una crónica o una novela y escribí las dos cosas. El libro llegó a tener el doble de páginas, y la mitad desaparecida era una novela que ocurría en la frontera entre Egipto y Gaza. Me atormentaban las dos guerras y las dos masacres. Pero realmente solo viví el horror de la invasión a Ucrania. Yo tenía estrés postraumático y además me sentía muy viejo, muy deprimido y sin fuerzas. Al mismo tiempo sentía la obligación de darle voz a una escritora enmudecida por un crimen de guerra. Estaba seguro de que si el muerto hubiera sido yo (como parecía ser mi destino), ella estaría describiendo este crimen por mí. Pero me sentía indigno de hacerlo. De pronto empecé a creer que ella me iba a dictar cosas y me iba a ayudar. Obviamente, esto es solo una fantasía, pero llegué a creer en ella; en ese sentido, la crónica o el ensayo tienen algo ficticio y sentido en el terreno de la imaginación. Yo le entregué a mis editoras el libro doble, con la mitad novelada. Ellas, con mucha sensatez, dejaron solo la parte de no ficción. Creo que así está bien, mucho mejor. Yo puedo escribir mejor con la experiencia y con la memoria que con la imaginación. Pero muchas veces pensé que no sería capaz, que ya el lenguaje y el don de la escritura me habían abandonado para siempre.
CAMBIO: Algo que me llama la atención es la composición del grupo que padeció el ataque. Es como una representación de diversas aproximaciones a una guerra. El escritor que viene de muy lejos (usted), el experto negociador, la reportera de guerra y la escritora investigadora de crímenes de guerra, que podría representar la resistencia y también a las víctimas, así como el guía y conductor que los lleva a Kramatorsk.
H. A. F.: De alguna manera, tres colombianos en Ucrania, en esa guerra, éramos como extraterrestres, pero quizá el más extraterrestre y el más ajeno al mundo de la guerra era yo. Sergio se ha ocupado de guerras y conflictos durante decenios; Cata es una gran reportera de guerra en el Medio Oriente y ahora en Ucrania. Mi colega Victoria había dejado la ficción y la literatura infantil para dedicarse a documentar crímenes de guerra; y nuestro fixer era el que mejor sabía actuar en situaciones de peligro. De hecho, podría decirse que él salvó a Catalina obligándola a tirarse al suelo antes de la explosión. Yo ni siquiera quería ir, era el más despistado, el menos cómodo, el más viejo también. Mi único equipaje eran mis sentidos (turbios) y mi curiosidad de novelista. Creo que todos teníamos motivos distintos para estar ahí. El único que estaba por trabajo, el único a quien le pagaban por ese viaje, era el fixer. Catalina nos quería acompañar, de querida que es; Victoria tenía motivos personales para ir a despedirse de esa región y de algunos soldados amigos suyos que, pensaba ella, probablemente iban a morir mientras ella se iba a escribir un año a París; Sergio quería que su movimiento, ¡Aguanta Ucrania!, viera a través de sus ojos los horrores de la invasión rusa. ¿Y yo? Yo realmente no sé qué pitos tocaba ahí. Es como si hubiera sentido, al envejecer, que la muerte no era una cosa tan grave. Y después de la experiencia me di cuenta de que es la peor forma de morir: por violencia y, en mi caso, como falso héroe. Como lo que no he sido nunca ni quiero ser jamás.
CAMBIO: Usted ha vivido en Colombia de diversas maneras lo que se conoce como una guerra irregular. Muy por encima y a grandes rasgos, ¿cómo es vivir lo que se conoce como una 'guerra convencional'?
H. A. F.: Los que de verdad pueden comparar bien la diferencia entre el conflicto interno colombiano, nuestra interminable guerra o guerrita civil, son los soldados jubilados que están combatiendo en Ucrania a cambio de un sueldo. Ellos nos lo han dicho: una cosa es enfrentarse a un enemigo que lanza pipetas de llenas de tornillos, que dispara con fusiles o quizá alguna ametralladora, y otra enfrentarse a la máquina de muerte que es uno de los ejércitos más potentes de la tierra: aviones de guerra, misiles, drones, helicópteros, barcos, tanques de guerra, miles de soldados (incluso coreanos) que atacan en oleadas y que van cayendo como moscas, pero siguen avanzando por la fuerza de la cantidad. La guerra de Colombia, ahí, parece una escaramuza de barrio. De hecho, en 40 años de conflicto armado, los muertos colombianos fueron unos 460.000. En solo tres años de invasión rusa, los muertos entre soldados ucranianos y rusos son más de un millón, y los muertos civiles se cuentan por decenas de miles. Hospitales, escuelas, edificios enteros, puentes, ciudades arrasadas donde no queda piedra sobre piedra... Lo nuestro es un goteo desesperante de muertos y más muertos. Lo de allá es un agujero negro que se traga vidas como si fueran moscas. No hay comparación. Sin embargo, como aquí en los peores años, allá también hay pausas, monotonía, días normales en los que la gente puede gozar y fingir que la vida sigue. La cercanía de la muerte da muchas ganas de aprovechar lo que nos queda por vivir.
CAMBIO: Al terminar el libro, verlo publicado… ¿qué sensación le deja? ¿Le ha servido para, de alguna manera, sanar un poco la herida? O, por el contrario, ¿la ha ahondado?
H. A. F.: Escribiendo este libro me di cuenta de que uno no escribe para sanarse, como se suele decir, sino para enfermarse más. Yo me iba enloqueciendo al escribirlo; yo no quería escribirlo, sino que más bien sentía la obligación y la responsabilidad de escribirlo aunque me doliera mucho hacerlo. Me costó gritos, tristeza, aburrimiento, desesperación. Todo el tiempo tenía la tentación de abandonarlo, de tirar la toalla. La tentación del silencio era lo que más me atraía. Y al mismo tiempo sentía que no podía no contar la historia de Victoria, hablar por ella después de que el crimen ruso la hubiera callado para siempre. Lo curativo en este caso no fue escribir, pero sí haber escrito. Ahora sí puedo dedicarme a lo que más me gusta y en lo que soy un experto: en olvidar. Sé que voy a olvidar lo fundamental, pero ya los detalles no van a estar siempre en primer plano, sino escondidos en una parte más oscura y sellada de mi mente. Siquiera.
CAMBIO: Al final del libro, su hija Daniela le reprocha diciéndole que ir al frente de batalla fue un acto de vanidad. ¿Cómo lo siente usted ahora?
H. A. F.: Yo siempre creo que mis hijos tienen razón. Ellos me conocen más de lo que yo me conozco. Sin embargo, yo no fui con la intención de que nos tiraran un misil encima. Fui porque me dejé convencer por un experto en negociación. Tal vez el acto de vanidad haya sido no haberme quedado callado, en silencio. Sin hacer psicoanálisis, sin la inútil terapia de arrepentirme de algo que ya no se puede borrar, esta experiencia me enseñó que, aunque esté viejo, de ahora en adelante voy a estar volcado hacia el futuro y no hacia el pasado. Me quiero cuidar para poder cuidar a los hijos de mis hijos. Aunque es posible que incluso el amor a los nietos sea un acto de vanidad: una felicidad por sentir que la propia vida se prolonga en otros que son sangre de tu sangre.
CAMBIO: Yo siento que el libro, además de ser un relato de un viaje muy accidentado, es también un grito de resistencia que no viene desde el agitar de banderas de alguna ideología sino desde la misma defensa a ultranza de la dignidad humana. ¿Lo ve usted así?
H. A. F.: No lo había visto así. Yo tengo una visión muy confusa de lo que es mi propio libro. No sabría definirlo; pero si esa es su definición, se la agradezco mucho. Lo que sí es seguro es que lo escribí como un grito en defensa de tantas víctimas injustamente masacradas. En contra de una invasión imperial en pleno siglo XXI. El libro tenía también una parte ficticia en la que un viejo intentaba meter comida de contrabando en Gaza, porque la gente se estaba muriendo de hambre. Esa parte, que desentonaba con el resto del libro de no ficción, la suprimimos, pero lo cuento para que se sepa que no solo me duelen las víctimas de Ucrania, sino también las de Gaza, las de Sudán y, por supuesto, las de Colombia en nuestra guerra de baja intensidad con bandas criminales.
CAMBIO: ¿Podría decirse que este libro es una conversación con usted mismo, una especie de exorcismo o, si se quiere, de auto-psicoanálisis?
H. A. F.: Este libro es la lucha de un viejo por no quedarse callado; por entenderse y por entender a los otros. Un libro que nace de mi confusión, de mi tristeza, de la ira, del dolor por la muerte de personas pacíficas que no merecían morir por el solo hecho de estar documentando crímenes ajenos. Contando la verdad. El libro es una lucha contra el silencio, contra la propaganda y contra la mentira. Contra los que dicen, como Trump, que la culpa de esta guerra la tiene Ucrania por el solo hecho de no rendirse y de querer defenderse de una invasión. El discurso de Trump, su amenaza, es terriblemente odiosa y autoritaria: debemos siempre rendirnos ante el más fuerte para no morir. Hay situaciones en la que es mucho más digno morir, dejarse matar, hacerse matar, con tal de no perder lo que nos hace humanos: la libertad, la belleza, la independencia, la dignidad.
CAMBIO: ¿Usted volvería a hacer un viaje como este?
H. A. F.: Aunque suene en contradicción con lo que acabo de decir, no. No volvería a hacer un viaje así. Pienso volver a Ucrania cuando ganen la guerra, cuando expulsen a los invasores, antes no. Ya no soy apto para la guerra; ya no me aceptarían en ningún batallón ni rogando, por viejo, por inútil, porque estorbo más de lo que ayudo y detesto estorbar. Solo sirvo para dos cosas ahora: para escribir lo que pueda, y para cuidar a los hijos de mis hijos. No me quiero morir como el héroe que fue mi papá; me quiero morir de viejo como mi mamá, rodeado de la gente que quiero, de mi mujer, mis hijos y mis nietos.
