'Yo soy yo’, el desgarrador drama de un hombre trans, en la pluma de Ana María Echeverri

Ana María Echeverri.

1 Noviembre 2024 07:11 am

'Yo soy yo’, el desgarrador drama de un hombre trans, en la pluma de Ana María Echeverri

La periodista Ana María Echeverri cuenta la historia de Martín Castillo, un hombre trans que debió soportar toda suerte de rechazos, agresiones y violaciones físicas, y la discriminación social. El telón de fondo, la intolerancia y la violencia que desgarran a Colombia.

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Por Diego León Hoyos

Ana María Echeverri emprendió la tarea de indagar y reconstruir el universo de una persona trans. El resultado es este libro, una conmovedora y heroica relación de la historia de Martín Castillo, quien debe soportar humillantes rechazos, aterradoras agresiones y violaciones físicas, discriminaciones sociales, obstáculos y dificultades de toda índole, a las cuales logra milagrosamente sobrevivir gracias a una enorme dosis de perseverancia y valor; a una asombrosa comprensión y paciencia para soportar lo peor de la condición humana y a una fascinación casi mística ante el milagro de la vida y la naturaleza. Pero este libro, es mucho más que la dramática historia de la vida de un ser humano y sus tribulaciones: el relato de la vida de Martín, está íntimamente conectado, en toda su brutalidad, con aspectos muy dolorosos de la historia y de la vida de nuestro país; con las aterradoras convicciones y prejuicios de la cultura profundamente machista que nos gobierna, y con la pobreza y la ignorancia que siempre nos han marcado. Por eso este libro es también una reflexión sobre la sociedad y la cultura en Colombia.

La belicosidad colombiana aparece aquí en la zona esmeraldífera, escenario de la infancia de Martín, a quien debemos llamar también Jazmín porque ya desde esa época su alma y su cuerpo estaban escindidos entre la masculinidad y la feminidad, y ese dilema debió enfrentarlo en uno de los sitios más violentos de Colombia: “La guerra no dejaba espacio para pensar demasiado en los niños, ni en las niñas. Solamente había tiempo para salvar nuestras vidas, correr cuando había que correr o esconderse cuando llegaban los tiroteos. Por la noche no se podía salir porque te mataban así fueras hombre, mujer, niño o niña… Era un toque de queda absoluto para que “ellos”- los dueños del pueblo- pudieran tomarse la calle… Allá dirigían la vida unos grupos armados que se autodenominaban los pájaros, que venían de la época de la violencia y eran autodefensas pagadas por los terratenientes, por los poderosos del lugar que habían heredado parte de la mina”.

A esta situación de zozobra y peligro, Jazmín tuvo que agregar el infame rechazo al cual fue sometida por su madre, una mujer cuya infancia también había transcurrido en medio de la intolerancia y la agresión, quien fatalmente reproducía ese ciclo en su hija. “…’Siéntese como una niña’ y yo ni siquiera sabía cómo se sentaban las niñas.” Incapaz de entender a Jazmín y menos tolerar que tuviera comportamientos masculinos y le gustara la ropa de hombre, le daba unas palizas verdaderamente brutales… “me pegaba con todo, quedaba tan maltratada, que a veces no me mandaba al colegio. Me golpeaba con palos de escoba, me mojaba y me azotaba con cables, me daba puños, patadas, me tiraba objetos o me pegaba con una escoba y me la partía en el cuerpo”.

La confusión y la depresión debieron ser tremendas:Yo solamente le contaba mis cosas a la hija de la señora que nos ayudaba en la casa. Ella era mi amiga, éramos novias… (risas), jugábamos todo el día, nos mandábamos cartas y nos contábamos nuestras intimidades, porque a ella le pasaban cosas muy parecidas. Sin saberlo hacíamos catarsis, después de hablar lo enterrábamos, nos bañábamos en el río, ¡nos auto curábamos! Cuando yo me acuerdo de esa niña, me digo: “¡Dios mío!, ¡ella fue mi salvación!”.

El período de los cambios físicos fue desgarrador y confuso. Hubiera preferido no ser una niña porque la educación de ellas es básicamente el manual del miedo

Por suerte Jazmín tenía una buena relación con su padre, un gran gusto por el estudio y, desde muy niña, empezó a sentir un amor y un interés por la naturaleza cercanos a la veneración. “Mis preguntas eran sobre lo que me rodeaba. Quería saber que era el cielo, pero nadie me daba respuesta porque en un lugar donde prima la guerra, no hay tiempo para describirle a los niños ni a las niñas qué es el cielo… No hay tiempo, no hay oportunidad”.

Desde muy niña fue víctima de numerosas violaciones. Incluso 'El Escorpión', un temible pariente de su padre, la secuestró y la esclavizó sexualmente. “Sé que para cualquiera es muy difícil entender cómo una niña de nueve años sobrevive ocho meses a un encierro como ese. Aunque no sé cómo explicarlo totalmente, creo que algo dentro de mí me salvó. Por ejemplo, me comunicaba con los animales de afuera, con los pájaros: “fsssppp” y ellos respondían a mis silbidos.” Logró volarse gracias a esa insólita alianza, como también logró eludir y soportar múltiples sinsabores y peligros a lo largo de su vida.

Tras un recrudecimiento de la violencia en Muzo, la familia se trasladó a Bogotá en donde literalmente llegaron a padecer hambre. Su madre se alcoholizó en forma dramática mientras que el padre llegó a desplegar unos celos y un furor contra la señora cercanos al asesinato. Jazmín tampoco escapó a esa barbaridad paterna, pues el hombre, acusándola de creerse muy machito, la retaba y la golpeaba a puñetazo limpio.

Sin embargo, la ciudad conmovía la sensibilidad de Jazmín.La vista desde la casa era impresionante. Abajo se veía toda la ciudad, de noche era mágico, bonito. Las lomas son como un mirador sobre Bogotá. Creo que durante un tiempo muy largo estuve muy asustada”.

Abandonó todo, la familia, el colegio y se enfrentó a la soledad y al más temible de todos los desafíos: vivir en las calles bogotanas.

La vida de Jazmín transcurrió entre el cuidado de sus hermanitos, la violencia en la casa y el colegio que adoraba. El período de los cambios físicos fue desgarrador y confuso. Hubiera preferido no ser una niña porque la educación de ellas es básicamente el manual del miedo. “No sales, no puedes ir sola porque eres niña”. Esperaba ansiosamente que le ocurriera lo mismo que a su hermanito mayor, que le salieran pelos, le cambiara la voz y le creciera el pipí. “¿Y a mí cuándo me va a salir?, le pregunté, pero él no me contestó, sino que se partió de la risa. Yo no entendía cuál era la gracia”. Un día jugando fútbol Jazmín sangró por primera vez. Su madre le extendió una cosa que era como un pañal: “Se va a colocar esto y ahora se ha convertido en mujer… Fui consciente de ese rol de niña y como que dije: ‘No pertenezco al mundo de los niños y nunca voy a pertenecer’. Me ensimismé más en la casa, me gustaba mucho jugar ajedrez sola”. Pero siempre siguió buscando a alguien semejante: “Yo solamente quería ser los dos, no quería matar al uno ni tapar al otro. Yo quería que me dejaran ser yo”.

Libro

Con el tiempo dejó florecer también su condición masculina, se cortó el pelo, se empezó a vestir de hombre. “Sentía algo raro, me chirreaban las tripas, me dolía el estómago”. Abandonó todo, la familia, el colegio y se enfrentó a la soledad y al más temible de todos los desafíos: vivir en las calles bogotanas.

En la calle vive todo el mundo: el ñero, el pandillero, el jíbaro, la prostituta, la travesti, el vendedor ambulante… Hay algo en común en la calle: la drogadicción… Yo veía la gente desesperada por conseguirse una bicha, las mujeres prostitutas locas por el alcohol robando para conseguir ‘pal’ vicio… Conocí de cerca las llamadas ollas… una olla literalmente muy grande en la que cocinan huesos de muertos, de NN que nadie reclama, mezclados con todo lo que no sirve, basura, escoria, etcétera y luego se fuman esoVi todo lo que llaman ‘limpieza social’. El sufrimiento de las prostitutas, los asesinatos de las travestis, la persecución, la guerra entre los barrios. Los abusos de la policía y de otros entes del Estado”.

Pero de manera sorprendente, este viaje de Martín a los círculos del infierno le permitió conocer la enorme solidaridad que produce la desventura, e iniciar un camino vital e intelectual para tratar de remediar tanta infamia. Una noche él y varios compañeros trataron de auxiliar a una compañera que estaba pariendo en plena calle, la llevaron al Hospital San José y a allí fueron salvajemente golpeados por la policía. Por suerte el niño nació en ese momento y un médico al oír el llanto detuvo la golpiza y atendió a la mujer. La indignación de Martín fue tremenda. “Solamente quería matar a todos los que atentan contra la gente más pobre”. Pero un entrañable compañero de calle, 'El Maestro', una suerte de ángel protector de los ñeros, lo detuvo diciéndole: “Ni un arma, ni una bala… si usted quiere cambiar esto tiene que salir de acá. Tiene que ir a buscar las raíces de la injusticia".

En los libros de 'El Maestro' (un intelectual enredado en la trampa de la droga), Martín empezó a consolidar una reflexión no sólo sobre las injusticias sociales sino también sobre las terribles discriminaciones a las que se ven sometidas las personas que tienen la condición trans. Para no ir muy lejos, en la universidad a la cual había ingresado en desarrollo de sus inquietudes intelectuales, un día “entraba en el baño de los hombres y de pronto le pegaron una patada a la puerta, entraron varios y me empezaron a golpear. Como pude me subí los pantalones; uno me golpeaba y los otros hacían corrillo. Me defendí con mis puños, grité y pude escaparme”.

Sin embargo, perseveró y a pesar de las agresiones y los peligros logró estudiar Pedagogía Comunitaria en la Universidad Pedagógica de Bogotá y recibió una Maestría en Desarrollo Sustentable en la Universidad Nacional de Costa Rica. Entre tanto, desarrolló una activa militancia en el movimiento LGTBI, profundizó su relación espiritual con la naturaleza, consiguió derrotar tantos años de discriminación e incluso de auto-rechazo y vivió conmovedoras relaciones amorosas.

Con sus colegas de movimiento redactaron una propuesta durante el Proceso de Paz en la que pedían “una reparación integral para las personas LGBTI afectadas por el conflicto armado. Yo leí este comunicado ante cientos de personas en la Universidad Pedagógica Nacional. Fue la última vez que hablé en público, pues ahí empezó mi persecución política, que incluyó tres intentos de homicidio, que nunca se supo de dónde venían”.

A la par con sus estudios, Martín ha seguido reflexionando sobre su condición y restaurando momentos erosionados de su vida, como la traumática relación con la familia. Este libro de Ana María Echeverri forma parte de ese proceso. Aquí Martín – Jazmín nos regala esta reflexión: “… empecé a darme cuenta de que no soy un hombre, pero tampoco soy una mujer. Soy una persona trans; es decir, soy una persona que transita entre esos géneros entre esas identidades. Tengo un sexo con el que nací y nací completo. Antes me sentía incompleto porque existen unos códigos sociales y yo no me encuentro en ninguno de ellos. Ahí es donde empecé a decir ‘Yo soy Martín y Martín es independiente de su género. Martín es un ser creativo, Martín es un ser amoroso’. Empecé a encontrar mis fortalezas, que van más allá de si soy hombre, mujer o trans”.

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