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Final de la Copa América: la vergüenza somos nosotros
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Los desmanes de los hinchas colombianos en la final de la Copa América en Miami sonrojan a todo el país, que ayer brilló por la viveza, la trampa y la violencia de quienes mostraron la peor cara de nuestra idiosincrasia.
Escribimos, para el Especial de Copa América del fin de semana, que el fútbol, como nada, alimenta las cosas importantes. Aunque tal afirmación sigue siendo verdad, los desmadres de los hinchas colombianos en Miami, que retrasaron más de 80 minutos la final, demuestran, también, que el fútbol alimenta lo peor de nuestra idiosincrasia.
Los videos son incontestables: miles de hinchas colombianos vestidos de amarillo, azul y rojo de los pies a la cabeza intentan, de todas las formas –saltando muros, por los aires acondicionados, forzando estampidas en los puntos de requisa y entrada– entrar ilegalmente al Hard Rock Stadium. Colarse. Robarse la boleta.
Con naturalidad, ante los ojos del mundo, avalados por una supuesta pasión, irrumpen en la final como vándalos. Es la imagen repetida, como un eterno loop, de los estadios en Colombia. También hay que decir, y con énfasis, que la camiseta de la selección sigue siendo el disfraz predilecto de tantos fanáticos y energúmenos que, en horda, con “la pasión del pueblo” de fondo, se sienten capaces (y en derecho) de todo.
Si son capaces de desafiar la seguridad de los gringos, famosa por su severidad y saña cuando de latinos –y afrodescendientes, migrantes y minorías– se trata, no hay que ser un genio para entender cuán riesgoso es ir a un estadio en Colombia. ¿Cómo seducir a los hinchas jóvenes, niñas y niños, para que se enamoren de un club local si presenciar un partido de fútbol en el país es sinónimo de atestiguar todas nuestras violencias, materiales y simbólicas?
Escribimos el fin de semana que, gracias a James y sus compañeros, por estos días Colombia había sido tendencia mucho más por el arte y la valentía de sus deportistas que por las miserias que ocurren dentro de sus fronteras. Pues bien, la historia, como casi siempre, no podía terminar bien –y no por perder la final, que es lo de menos– y siguiendo nuestra adicción al estigma y el desprecio, en las redes se hizo viral esa otra facción tan nuestra.
La de individuos violentos y tramposos que, aferrados a un símbolo y al fanatismo irracional, son capaces de todo. La de individuos alienados que “por el amor de los colores” ponen en riesgo su vida y la de los otros. Esos a quienes no les importa si hay adultos mayores, niñas, o ciudadanos que, cumpliendo un sueño, apelaron a los ahorros para pagar boletas muy caras para disfrutar de la promesa del espectáculo del “deporte más lindo del mundo”.
¿Cómo pedir, después, que desde afuera no se nos mire y se nos trate como bárbaros? El fútbol es, para bien y para mal, la expresión cultural que más amplificación tiene. Los desadaptados from Colombia saltando muros y colándose por ranuras y techos ya fueron denunciados en todos los idiomas. ¿Cómo juzgar a un ciudadano local que, luego de ver el bochorno, se exprese con rabia y desprecio por estos visitantes non gratos? ¿Alguien quisiera que a su país llegaran, de a cientos de miles, individuos tan familiarizados con la trampa y el caos?
No son la mayoría. Eso debe quedar claro. Los colombianos que ayer avergonzaron al país y al continente no son la muestra estándar de los compatriotas en Miami –ni en Estados Unidos–. Son muchos más los hombres y mujeres lúcidos, trabajadores, estudiosos, que vieron con desazón y vergüenza el boicot de los “hinchas” con quienes comparten pasaporte.
Pero son los suficientes. En Miami y en Soacha y en el Parque de la 93 y en todos los rincones de Colombia, los que se permiten la barbarie y la estupidez cada vez que la circunstancia redonda “lo excusa”. Y como son tantos, y como pasa tan seguido, hacen parte de nuestra idiosincrasia. Nos representan.
Por eso nos corresponde hacernos cargo y, por esta vez, mirar primero nuestra viga en el ojo antes de denunciar campantes la desastrosa organización de la Conmebol en la Copa América. La vergüenza primaria no es la de los operadores incompetentes para ingresar 70.000 personas: es la de los que viven para detectar, y poner en marcha, la trampa.
Estados Unidos falló estrepitosamente en la organización de la Copa América. La exaltada denuncia de Marcelo Bielsa, el técnico de Uruguay, sobre las negligencias de la organización deben ser reveladas y denunciadas. Bolivia no pudo entrenar un día por el estado del campo del predio de entrenamiento. El estado del césped, en la mayoría de los estadios, fue una amenaza para las estrellas. Las familias de los jugadores estuvieron desprotegidas. Y la seguridad, en una final, debió ser mucho más eficiente.
Pero la vergüenza de ayer fuimos nosotros. Capaces de opacar, por violentos, la alegría de la tercera final en Copa América en 108 años. Y como cereza del pastel, el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, Ramón Jesurún, y su hijo, fueron detenidos presuntamente por actos violentos contra la organización. Ellos, por desgracia, también representan. Pensar en directivos de fútbol en Colombia es pensar en trampa, violencia, vergüenza, machismo e incompetencia.