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El Rally Dakar: la sobrenatural tarea de conquistar la carrera más peligrosa del mundo
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El Rally Dakar es la carrera más difícil del mundo. Para los colombianos que sueñan con correrla, el camino es largo y espinoso. Salir vivo de sus 10.000 kilómetros de competencia es un milagro y una gesta diseñada para extraterrestres. Así se vive la carrera desde adentro.

Desde su primera edición en 1978, entre participantes, aficionados, mecánicos y periodistas, 74 personas han muerto en el Rally Dakar. De ellos, 24 han sido pilotos de moto que, por razones ajenas a la razón, le han dicho que sí a 'navegar', durante 12 días y a campo abierto, a través de los desiertos más voraces de la Tierra.
Motociclistas como el bogotano de 34 años Francisco Álvarez, que desde hace unos días se metió en el vientre del Rub ‘al Khali –el desierto saudí de 65.000 kilómetros cuadrados que tiene dunas de hasta 300 metros de altura– para intentar vencer la carrera más peligrosa que al ser humano le ha dado por inventar.
CAMBIO habló con los pilotos colombianos que han logrado la gesta.
El Rally Dakar: la gran quijotada
Ricardo Soler, periodista de motos y carros para BluRadio, hizo parte de la primera expedición colombiana al Rally Dakar. Fue en 2004, en la categoría para aficionados, en la edición que empezó en Clermont Ferrand, al centro de Francia, y terminó en Dakar, la capital de Senegal, al extremo oeste de África.
Para lograrlo, tanto él como Fernando Jaramillo, el piloto principal, y Ana Cristina Orjuela, la navegante, pusieron de su plata, gestionaron los patrocinadores y negociaron con Café de Colombia un patrocinio cuyo 50 por ciento dependió de que lograran completar la carrera más difícil y peligrosa del mundo. La Toyoya Hilux Hi Rider– pintada de amarillo, azul y rojo– con la que lograron llegar a la meta, fue ensamblada en Envigado, desde donde viajó hasta Francia.
Soler le dijo a CAMBIO que pudieron con el desierto –nunca más vería tan de cerca la muerte– siendo amateurs, alienados por un espíritu cabalmente quijotesco. "No es que fuéramos amateurs: éramos buñuelos", aclara.
Fueron los primeros, los pioneros; pero, por suerte, no los últimos.

Christian Cajicá, piloto de cuatrimotos bogotano, fue uno de los que les copió la idea y, en 2015, después de vender su negocio, su carro, endeudarse y de "trabajar todo el año para 15 días de competencia" –según confesó a CAMBIO–, llegó a Buenos Aires con la consigna de alcanzar la meta, 15 días y 9.500 kilómetros después, en Rosario. El mapa de ruta atravesaba el Salar de Uyuni, en Bolivia, Iquique, Copiapó, Antofagasta y Calamá, en Chile, y Salta y Termas de Río, en Argentina.
Sin dinero ni para la gasolina –recuerda hoy el piloto, con emoción y con nostalgia–, pudo correr gracias a que Chevrolet, en el último instante, puso a su disposición una camioneta para llevar su cuatrimoto hasta Argentina. "Me querían matar cuando, en diciembre, les tocó hacer todo el papeleo para que un carro suyo pudiera ir de Colombia a Buenos Aires", dice.
Francisco Álvarez, para los expertos el mejor piloto de motos de la actualidad en el país, se planteó ir al Rally Dakar desde hace 10 años, cuando, satisfecho por haberlo ganado todo en Colombia en el Enduro –su primera carrera fue a los 12 años–, se aventuró a probar el rally y fue una de las grandes sorpresas en el Desafío Inca Dakar Series, en Perú.

Natalia Vergara, amiga personal de 'Pacho' y periodista experta en deportes de motor, señala, sin disimular su admiración, que estar compitiendo ahora mismo en el corazón de uno de los desiertos más feroces de la Tierra, en el Rally Dakar de Arabia Saudita 2025, fue posible gracias a que por tantos años Francisco fue su propio manager, entrenador, director de Comunicaciones y community manager. "Y encima tiene un trabajo –remata–, pues acá nadie puede darse el lujo de vivir de competir".
Ir al Rally Dakar, además de estar dispuesto a hacer las paces con la muerte para poder verla frente a frente, llega a costar hasta 200.000 euros. Lograrlo en un país sin cultura en los deportes de motor, en el que cuesta sangre conseguir apoyo de la empresa privada y del sector público, es quijotesco.
Los pilotos con los que los colombianos se topan en la competencia son profesionales cuya vida gira en torno a entrenar y competir. Para ellos debe resultar impensable, por no decir delirante, emprender la odisea del Dakar con una moto alquilada que no está hecha a la medida como la de Francisco Álvarez. O sin masajista ni psicólogo, "porque no hay billete para eso", como afirma Christian Cajicá. O con un solo motor de repuesto, cuando la evidencia prueba que, para 10.000 kilómetros, en esas condiciones, lo sensato es llevar cinco.
Como en la primera edición, comandada por Soler, Jaramillo y Orjuela, hoy ir al Dakar habiendo nacido en Colombia es digno de una novela de las que leía, alienado, Francisco Quijano.
La 'adicción' de vencer al desierto
La segunda etapa del Rally Dakar 2025 le implicó a los pilotos recorrer 1.000 kilómetros en 48 horas, durmiendo, sin atisbo alguno de la civilización, en el desierto. El concepto de esta etapa, según la página oficial de la competencia, consiste en “equilibrar los desafíos de resistencia y rendimiento mientras se atraviesan mil kilómetros de desierto en dos días. Los competidores deben gestar su propio equipo y recursos limitados, enfrentándose a condiciones extremas sin asistencia mecánica, lo que revive el espíritu aventurero de las ediciones clásicas del Dakar”.
Al llegar al campamento que da por terminada la etapa, los pilotos se encuentran con una carpa sin armar, una ración militar de comida y una linterna. Si la moto sufrió algún daño durante los dos días de aventura, deben repararla sin ayuda técnica. La recompensa, dicen, es dormir sin otro estímulo que el corazón exhausto y el cuerpo extático y agotado bajo las estrellas infinitas que alumbran el desierto.

Lograrlo puede tener el efecto de una droga, le explica a CAMBIO Daniel López, el mejor amigo de Francisco Álvarez y siete veces campeón nacional de Enduro. Saberse capaz de navegar uno de los desiertos más feroces de la Tierra –hasta 100 kilómetros de sólo dunas–, racionando la gasolina a una velocidad promedio de más de 100 kilómetros por hora, sin desgastar de más las llantas, el embrague, y el cerebro “es de extraterrestres”, afirma.
Mateo Moreno, piloto paisa que tiene siete Rally Dakar en la espalda, suscribe la afirmación de López y le asegura a CAMBIO que la carrera se ama o se odia. Y que, aunque en los dos primeros meses que le siguen uno no quiere saber nada de motos ni de carros, después “queda picado por el vicio de volver a llevar todo al límite”. También señala que fue en mitad del desierto saudí, volcado bocarriba mirando las estrellas en medio del arenal infinito, que oyó por primera vez el silencio.
Soler, uno de los tres pioneros, aclara que sí, que el Dakar sin duda es adictivo. Para explicarlo, le relata a CAMBIO que, en aquella edición de 2014, en medio de los obstáculos de la carrera, atravesaron por un campo minado en el Sahara Occidental, en el que tanquetas azules de la ONU les advirtieron del peligro letal de desviarse del camino. También sortearon un retén de la mafia senegalesa que los extorsionó en la frontera entre Mauritania y Senegal, y sufrieron con la posibilidad latente de ser mordidos por una mamba negra, la culebra más venenosa del mundo, cuando, en Burkina Faso, por la alta concentración de sílice en la arena, les falló el GPS. Y, sin embargo –confiesa–, a los 15 días de volver, cuando me hicieron la pregunta de si regresaría a esa locura, respondí que sí: claro que lo haría".
En una edición de la carrera en Perú, Nicolás Robledo –piloto antioqueño que la ha corrido seis veces en cuatrimoto–, en una caída en los primeros kilómetros, se fracturó tres costillas. Corrió así por el resto de los 10.000 kilómetros hasta llegar a la meta, inyectándose todas las noches y escondiendo la lesión ante los médicos de la carrera, que lo hubieran obligado a volver a casa. “Cualquier caída o golpe me podía perforar el pulmón, que allá es casi sentencia de muerte”, recuerda. Para él, más que una adicción, el Dakar es una forma de vida.
“Es superar y desfogar todo lo que se vivió en el año, lo bueno y lo malo, y desafiar todos los límites. Sólo los que hemos estado ahí, tomando decisiones solos en el desierto, sabemos que, por más plata que tengas, el Dakar no es un juego sino un sueño, una forma de habitar el mundo”, destaca.

La misma adicción, quizás, es la que hizo que Christan Cajicá, después de ser rescatado por un helicóptero – inconsciente por deshidratación aguda a 47 grados centígrados en Chacó, Paraguay– en el Rally Dakar de 2017, volviera a intentarlo el año siguiente. "Somos pilotos. Necesitamos correr, pase lo que pase", dice.
Navegar los desiertos del Dakar, en palabras de Nicolás Robledo, parece simple: “ir de un punto A a un punto B por una ruta imaginaria, pasando por pasos imaginarios. Una vez llegas al punto, con el GPS lo validas”. El problema está en que desviarse, saltarse alguno de los puntos imaginarios, además de acarrear penalidades en tiempo que se reflejan en la tabla de clasificación, puede implicar perderse en el corazón salvaje e infinito del desierto.
El Rally Dakar está hecho, concuerdan todos, para que el 60 por ciento o más de los pilotos no lo terminen. ¿Cómo no va a ser adictivo saberse uno de los extraterrestres capaz de hacerlo?
Rally Dakar 2025: el sueño desde adentro
Francisco Álvarez se ganó el derecho a la inscripción al Rally Dakar 2024 –20.000 euros para la categoría de motos– por ganar el ansiado premio Road to Dakar al ser el mejor piloto en el W2RC de Sonora, México, en 2023. Sin embargo, por no sentirse lo suficientemente preparado, le pidió a la organización aplazar la inscripción para este año. Esto –comenta Natalia Barrera– da cuenta de la madurez del piloto que, según la periodista, tiene el proyecto más robusto que jamás haya tenido un colombiano en la competencia tanto en el entrenamiento, como en la estrategia de comunicación, apoyo de los patrocinadores y preparación previa.
Por ser parte del equipo Hero To Dakar, Daniel López lo visitó en la ciudad móvil de 30 hectáreas que alberga a 3.000 personas en la mitad del desierto, en el el primer día del Rally Dakar 2025 en Bisha, Arabia Saudita. Sobre su encuentro, le explica a CAMBIO que 'Pacho' quiso hablar de todo, menos de la carrera. "Es normal, esto satura a todo el mundo", afirma. Lo dice porque sabe, mejor que nadie, que la rutina de entrenamiento del piloto durante todo el año pasado tuvo tres turnos: en la mañana, bicicleta. Después del mediodía, entrenamiento en pista y, en la noche, gimnasio. Así todos los días. Sin excusas. Sin cumpleaños. Sin matices.
A través de Lopez contactamos a Francisco para que confesara, desde adentro y en tiempo real, cómo es vivir el sueño. A qué suena el silencio del desierto. En qué tipo de trance entra el cuerpo y la mente cuando debe tomar decisiones, en absoluta soledad, en el vientre de esa estepa sin contornos que parece no terminar nunca. No recibimos respuesta.
¿Cómo culparlo? Tiene 3.443 kilómetros entre pecho y espalda, otros 6.400 por correr en los próximos seis días y la presión de lograr la mejor clasificación en moto de nuestra historia.
Yo también apagaría el celular y me tiraría, boca arriba, a mirar las estrellas y escuchar el silencio.

