¿Cómo pudo un antiguo vendedor de salchichas llevar a Rusia al borde de la guerra civil?
29 Junio 2023 03:06 pm

¿Cómo pudo un antiguo vendedor de salchichas llevar a Rusia al borde de la guerra civil?

Crédito: Foto Reuters.

El intento de rebelión de Yevgueni Prigozhin y su ejército de mercenarios deja al descubierto las grietas del poder autocrático de Vladimir Putin, quien durante años fabricó cuidadosamente la imagen de único restaurador posible de la fuerza militar, la estabilidad económica y la armonía social en Rusia tras el fin de la URSS.

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Por: Matías Afanador Laverde

Durante los casi 24 años al mando de la Federación Rusa, Vladimir Putin ha hecho gala de la vieja estrategia de la memoria histórica para justificar, entre otras cosas, la invasión a Ucrania, y de su astucia de fomentar la competencia permanente entre sus siloviki (hombres fuertes) para controlar sus aspiraciones de reemplazarlo.

Sin embargo, fomentar la competencia entre sus siloviki le está resultando contraproducente. Tras varios meses de ignorar las disputas entre el ministro de Defensa, Serguéi Shoigú; el jefe del estado mayor de las Fuerzas Armadas, Valeri Guerasimov, y el director de la organización mercenaria PMC Wagner, Yevgueni Prigozhin, Putin terminó sufriendo un estrafalario intento de golpe militar.

Prigozhin, un exconvicto que en tiempos de la URSS cumplió una sentencia de casi nueve años de cárcel por robo, fraude y empleo de menores de edad en actividades criminales del submundo del hampa de la antigua Leningrado, amenazó con tomar Moscú y estuvo a punto de provocar la mayor crisis institucional rusa desde 1991, cuando otro intento de golpe militar aceleró la disolución de la Unión Soviética.

Durante meses, Prigozhin acusó a Shoigú y Guerasimov de sabotear deliberadamente el esfuerzo de guerra de sus mercenarios en el frente ucraniano, al privarlos de munición, víveres y demás apoyo logístico, en retaliación por la superioridad de sus hombres en comparación con las tropas regulares del ejército ruso, durante los momentos más decisivos de la contienda.

El hombre que –tras salir de prisión– evitó cualquier escrutinio público de sus actividades y fue conocido sarcásticamente como el 'cocinero de Putin', por el meteórico enriquecimiento personal que le trajo la adjudicación irregular de contratos estatales en la industria de la hostelería y los alimentos, abandonó todo rastro de la moderación que había conservado desde febrero del año pasado, cuando empezó la guerra.

El fracaso del asalto inicial emprendido por las fuerzas armadas rusas contra la capital ucraniana, y el desplazamiento de un número cada vez mayor de unidades mercenarias del Grupo Wagner hacia el frente de batalla, pusieron a Prigozhin ante la tarea de coordinar sus actividades con los deficientes esfuerzos logísticos del Ministerio de Defensa.

A medida que la situación militar se deterioraba, Prigozhin comenzó a usar una retórica cada vez más agresiva contra los mandos del ejército de su país, aunque jamás aludió directamente al presidente como responsable de las decisiones tomadas.

Tras quejarse por lo que él consideró desvío premeditado del material de guerra, Prigozhin llegó al extremo de culpar al ministro y al jefe del estado mayor por las elevadas pérdidas que sus hombres sufrieron en los combates acaecidos a partir de agosto de 2022 en la región noroccidental de la cuenca del Donbás, particularmente en las ciudades de Bajmut y Soledar.

El polémico empresario se valió de sus cuentas en redes sociales para difundir una serie de truculentos videos en los que, al final de una jornada de intensos combates, aparecía rodeado de los cuerpos sin vida de sus mercenarios, y proclamaba de manera histriónica que la mayor parte de sus vidas habría podido salvarse si el Ministerio de Defensa no hubiera ignorado sus exigencias logísticas.

¿Por qué Prigozhin reaccionó así?

Según reportaron los sitios web de BBC Mundo, Deutsche Welle y el Think Tank estadounidense ISW (Institute for the Study of War), la gota que colmó la paciencia de Prigozhin –y que finalmente condujo a los inesperados acontecimientos del pasado 23 de junio– fue el bombardeo de uno de los campamentos del Grupo Wagner. Según Prigozhin, el perpetrador fue el propio Ministerio de Defensa ruso, con el fin de librarse de sus virulentas críticas y asumir el control exclusivo de las operaciones militares en lo que resta de la invasión.

La afirmación del jefe mercenario no pudo ser verificada por ninguna fuente independiente. El ISW especula sobre la manipulación del registro videográfico que Prigozhin y sus hombres pudieron haber llevado a cabo para impulsar la siguiente fase de un plan que parecía no tener marcha atrás; cuando denunció el fuego amigo y se aventuró a sugerir que el Ministerio de Defensa había engañado al país y al presidente desde un principio. Ni Ucrania ni la Otan suponían una amenaza existencial para Rusia en vísperas de la llamada “operación militar especial”.

La perspectiva de una ruptura total entre la cúpula militar rusa y el Grupo Wagner ponía a los ucranianos ante lo que el propio Volodimir Zelenski y su viceministra de Defensa, Hanna Maliar, denominaron como “una ventana de oportunidad en el frente”. Se referían a la contraofensiva que el ejército de Kiev adelanta desde hace algunas semanas en varios sectores del territorio ocupado y que, antes de la sublevación armada de Prigozhin, solo había reportado ganancias menores.

El propio Vladimir Putin se refirió a esta posibilidad, cuando, tras enterarse del abandono de los campamentos wagneritas en la zona de combate, y la subsiguiente captura de la central de mando de las fuerzas armadas en la ciudad de Rostov del Don (desde donde se coordinan gran parte de las operaciones militares rusas en el frente ucraniano), dirigió a la nación un dramático discurso de cinco minutos en el que se comprometió a castigar rigurosamente a los alzados en armas. Juró que Rusia no recibiría “otra puñalada por la espalda como en 1917, cuando los bolcheviques privaron al país de toda posibilidad de victoria durante la Primera Guerra Mundial, para luego arrastrarlo hacia el fratricidio y la guerra civil”. Una inquietante referencia histórica a la llamada operación Faustschlag, la ofensiva lanzada por los ejércitos de Alemania y el Imperio Austrohúngaro en el desarrollo del caos interno generado por la revolución de octubre, que dejó a la joven Rusia soviética fuera de combate, obligándola a firmar un tratado de paz humillante que contemplaba la cesión de grandes territorios.

Las preguntas abiertas que deja el intento de golpe

Si bien la rápida y sorprendente negociación, mediada por el presidente bielorruso Aleksandr Lukashenko, excluyó este “fatídico desenlace” cuando las fuerzas rebeldes se encontraban a menos de 300 kilómetros de Moscú (según varias fuentes, Putin había huido y dejado al mando al alcalde Serguéi Sobianin bajo un régimen antiterrorista de excepción), el golpe deja varias preguntas abiertas, y sin duda tendrá un impacto significativo sobre el futuro desenlace de la guerra, independientemente de cuáles sean los términos en los que se firme la paz.

En primer lugar, el hecho de que Putin se viera forzado a huir de la capital y a dar por cerrada la causa penal que había ordenado abrir contra Yevgueni Prigozhin en tan solo unas horas, deja al descubierto preocupantes grietas en torno al poder autocrático de quien durante años fabricó cuidadosamente su imagen como único restaurador posible de la fuerza militar, la estabilidad económica y la armonía social en Rusia tras el fin de la URSS.

Esa imagen, que actualmente se encuentra más resquebrajada que nunca, pone a Putin ante una crisis de legitimidad que solo podría resolverse con un éxito militar rotundo en la siguiente fase del conflicto, algo bastante difícil en su situación actual.

Los pocos detalles que se conocen de la negociación entre Lukashenko y Prigozhin, y que incluyen el exilio de este último en territorio bielorruso, una amnistía legal para los miembros del Grupo Wagner que participaron en la sublevación, nuevos contratos con el Ministerio de Defensa ruso para los que no lo hicieron, y un posible cambio en la dirección del estado mayor de las fuerzas armadas como exigió el propio Prigozhin durante las primeras horas de la rebelión, resultan particularmente humillantes para un Putin, quien rara vez deja pasar de largo una ofensa personal y quien durante toda su trayectoria política ha considerado al presidente bielorruso como uno de sus “socios menores”.

Lukashenko, por su parte, ha asegurado la continuidad de su propio gobierno al salvar al de Putin, y puede convertir la presencia de Prigozhin en Bielorrusia en una poderosa herramienta para luchar contra sus propias disidencias internas, siempre y cuando Putin no persiga algún tipo de vendetta personal contra el líder mercenario cuando este deje de estar en el centro de la atención mediática.

Con respecto a la mediación de Lukashenko para el traslado del golpista y sus hombres hacia Minsk, el general británico Richard Dannatt, antiguo jefe del estado mayor de las fuerzas armadas de ese país, se aventuró a sugerir que podría tratarse de una maniobra del propio Putin para organizar un nuevo asalto sobre Kiev desde territorio bielorruso, con el Grupo Wagner como punta de lanza, algo que supuestamente convertiría al intento de golpe en una operación de bandera falsa.

Sin embargo, esto resulta poco probable ya que, desde el fracaso del asalto inicial ruso en febrero de 2022, Zelenski y su gobierno han invertido sumas multimillonarias en el refuerzo de las fortificaciones del perímetro de la capital y de su frontera norte, aumentando exponencialmente el riesgo de cualquier maniobra militar en la zona. Esto por no mencionar la escasa probabilidad de que Vladimir Putin confíe nuevamente en quien ha causado tales daños a su autoridad e imagen.

Mucho más plausible es la hipótesis de que el bombardeo a los campamentos mercenarios que desencadenó la intentona golpista realmente haya sido ordenado por el Ministerio de Defensa ruso, con la esperanza de que al liquidar a Prigozhin como competidor directo, los wagneritas restantes se vieran obligados a aceptar nuevos contratos que los dejaran bajo control directo de Shoigú y Guerasimov; un punto que, como se ha mencionado anteriormente, fue aceptado por una porción considerable de los mercenarios tras la intervención del líder bielorruso.

Finalmente, cabe señalar que, más allá de este tipo de especulaciones, la principal certeza que dejó el caótico fin de semana pasado a los rusos, es que tanto Putin como Prigozhin han tomado conciencia de que el fin de la guerra difícilmente los verá sanos y salvos a ambos.

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