La guerra en Ucrania cumple un año y la paz está lejana
24 Febrero 2023

La guerra en Ucrania cumple un año y la paz está lejana

Crédito: Colprensa

El agresivo discurso de Putin ante la Asamblea y la división interna que lo enfrenta con el oligarca ruso Yevgueni Prigozhin dan para pensar que el nuevo capítulo en Ucrania no será precisamente un acuerdo de paz.

Por: Redacción Cambio

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Por: Matías Afanador Laverde

A un año de la invasión que acabó con esa engañosa paz en la que dormitaba Europa (al menos la occidental) desde 1945, y en vista de los sucesivos anuncios realizados en lo que va de 2023 por los gobiernos de Alemania, Inglaterra, Canadá, Estados Unidos y otros países de la OTAN, sobre su intención de enviar tanques pesados de diversa índole al gobierno que preside Volodimir Zelenski, el mundo se pregunta si puede realmente haber paz en Ucrania este año.

Hace días, un cada vez más aislado Putin se dirigió a los diputados de la Asamblea Federal de Moscú en una alocución de casi dos horas para ofrecerles un balance del estado del país tras meses de sanciones y conflicto internacional sin final a la vista. El presidente —que a simple vista parece recuperado de los graves problemas de salud que se le adjudicaron en los primeros meses de la guerra, e indiferente a los rumores esparcidos por el propio Zelenski sobre su supuesta muerte y reemplazo por un doble—, aprovechó la ocasión para radicalizar su mensaje conservador, nacionalista y antioccidental.

Putin comenzó culpando a Estados Unidos por el estallido de la guerra y el sabotaje a todos sus intentos de resolver diplomáticamente la cuestión ucraniana entre 2014 y 2022. Recordó a sus oyentes el papel de la OTAN en la destrucción de Siria, Libia e Irak, y señaló el poco valor que tenía la palabra dada por Occidente, en relación con los acuerdos de cooperación y seguridad internacional que han marcado la historia global desde el fin de la URSS. Seguidamente, el líder ruso aludió a la perversión moral y espiritual imperante en Washington y Bruselas, mientras lanzaba estrambóticas acusaciones de ateísmo, materialismo y pederastia contra sus principales representantes.

Pese a que la audiencia no aplaudió con el entusiasmo que en su momento llegaron a suscitar los grandes tiranos del siglo pasado, es claro que las palabras del presidente contaron con su aprobación general. Los conocimientos históricos de Putin suelen estar por encima de los que exhibe el servidor político occidental promedio, y por ello nadie se mostró sorprendido al escucharlo decir que “en la causa de defender a Rusia, todos debemos unificar y coordinar nuestros esfuerzos, derechos y responsabilidades para apoyar el único derecho histórico superior de Rusia: el derecho a ser fuerte”.

La referencia al pasado

Esta cita casi textual corresponde a Piotr Stolypin, ministro del Interior durante el reinado del zar Nicolás II y una de las figuras históricas preferidas del actual mandatario a raíz de su férrea defensa del “reformismo conservador”. Stolypin pasó años trabajando en la modernización económica y estructural del país, con el fin de dotar al poder autocrático del zar de mayores recursos, para defenderse de los cada vez más duros ataques de anarquistas, socialistas y reformistas radicales a inicios del siglo pasado. Unificó a las élites feudales en pro de una rápida transición rusa a la economía plenamente capitalista e industrial, convenciéndolas de que solo así estarían en condición de oponerse a cualquier concesión social “perniciosa” que pudieran exigir aquellos contaminados por la influencia extranjera (léase occidental) que ponía en peligro los “valores tradicionales rusos”. Más allá de su éxito económico, el ministro es recordado por la siniestra “Corbata de Stolypin”, apodo que dieron al nudo del cadalso los muchos revolucionarios ejecutados durante su permanencia en el cargo.

Stolypin fue asesinado en 1911 mientras asistía a una obra de teatro en Kiev, esa ciudad que un siglo después se convirtió en la mismísima encarnación de esa “influencia perniciosa” a las puertas del mundo ruso. No es exagerado decir que el muy contradictorio Stolypin (al igual que su actual admirador) dejó a Rusia a medio camino entre el pasado y el futuro. Tras la referencia al ministro, Putin aprovechó su discurso para agradecer a los oficiales, soldados, médicos, conductores y demás miembros de las fuerzas armadas que han tomado parte en la invasión del país vecino, excusándose por no poder nombrarlos a todos, y comparando sus “inconmensurables sacrificios” con los de aquellos jóvenes que dieron su vida por la supervivencia de la URSS durante la Segunda Guerra Mundial.

La diatriba presidencial continuó con una larga serie de órdenes directas e indirectas a los distintos ministerios del Estado, que iban desde la creación de un fondo federal especial para cubrir las necesidades de todas las familias que pudieran acreditar al menos un muerto en combate, hasta instrucciones para la pronta reactivación de una vida cultural y económica “a la rusa” en las regiones de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia —que el mandatario anexó desde septiembre del año pasado en un referéndum no reconocido por occidente.

Vladímir Vladímirovich transmitió a los asistentes su sincera convicción de que dichas políticas evitarían que el progreso social y económico del país se viera afectado por el aumento exponencial del gasto militar a lo largo del último año, cosa que inmediatamente contrastó con la política occidental de “cañones en vez de mantequilla”, que según él ha permitido que los gobernantes de países hostiles inviertan billones en armar “hasta los dientes al régimen neonazi de Kiev”, mientras emplean a Rusia como chivo expiatorio para justificar el rápido deterioro de los estándares de vida ante sus ciudadanos.

En este sentido, criticó también a los oligarcas rusos que durante años se jugaron todo su capital invirtiendo en el sistema financiero global que dominan las naciones occidentales. En un tono más bien burlesco, les recordó que nadie en Rusia había lamentado los graves daños que las sanciones económicas ocasionaron a sus fortunas personales e indicó que la riqueza generada por el trabajo de los rusos sobre sus fronteras debía ser siempre reinvertida en un mayor desarrollo de la economía nacional, en lugar de enviada a cuentas y propiedades extranjeras que podían ser fácilmente expropiadas o congeladas por cualquier potencia hostil a la “madre patria”. La intervención de Putin finalizó con un inquietante recordatorio al mundo de que es “imposible” derrotar a su país en el campo de batalla, y puede resumirse como una respuesta cuidadosamente calculada ante la reciente visita de Joe Biden a Kiev —mediante un ejercicio de victimismo y exhibición de esa “unidad de mando” que, según la prensa occidental, está cada vez más resquebrajada dentro de su gobierno.

La división interna

La afirmación de que el disenso va en aumento dentro del Kremlin, pese a las demostraciones públicas de su líder, adquiere mayor peso cuando se consideran los últimos acontecimientos de naturaleza estrictamente militar en su bando. La “batalla de aniquilación”, que libran ambos ejércitos desde finales del año pasado en los alrededores de la localidad oriental de Bajmut, ha dejado entre 10.000 y 30.000 muertos dependiendo de la fuente que se consulte, y ha tensado gravemente las relaciones entre el líder ruso y uno de sus más poderosos aliados. El oligarca Yevgueni Prigozhin, exconvicto y fundador de la organización mercenaria PMC Wagner —que el departamento de estado norteamericano designó recientemente como grupo criminal transnacional—, ha sido durante años un apoyo leal y eficiente para su gobierno, y ha asumido un rol de primer orden como “bombero del presidente” ante la crisis ucraniana, dirigiendo el programa no oficial de reclutamiento de convictos para revitalizar las maltrechas filas del ejército ruso.

Los integrantes del grupo Wagner han asumido el peso de la ofensiva rusa sobre Bajmut, y han otorgado al denominado “Chef de Putin” una importancia política inusitada para quien antes de la guerra procuraba evitar exponerse excesivamente en público. Prigozhin se ha valido de esta nueva fama para criticar abiertamente la estrategia del gobierno en Ucrania (más no al propio Putin), y exigir medidas drásticas contra la naturaleza ineficiente, corrupta y blandengue de los militares al mando. Así pues, y sin tener ningún tipo de rango militar oficial, Prigozhin ha puesto al mandatario ante la incómoda elección de mediar o tomar partido entre los empleados del ministerio de defensa —que tradicionalmente han resultado de mayor importancia para su larga permanencia en el poder —, y los oligarcas de línea dura que, como él mismo y el líder checheno Ramzan Kadyrov, permanecieron en el país tras el aluvión de sanciones occidentales.

Según el Think Tank estadounidense ISW (Institute for the Study of War), las tensiones entre Prigozhin y el Ministerio de Defensa Nacional han llegado al extremo del sabotaje, y el estrafalario magnate ha denunciado a varios oficiales por “impedir” que las tropas de su organización mercenaria reciban el apoyo y los suministros necesarios para continuar con su sangriento avance sobre el este de Ucrania. La molestia del oligarca ante tal situación lo llevó a lanzar acusaciones puntuales de alta traición contra la institución militar rusa y motivó al Kremlin a limitar drásticamente la difusión que reciben los mensajes del grupo Wagner y su fundador en los medios de comunicación estatales.

Teniendo en cuenta que esta organización posee alrededor de 50.000 miembros, según los cálculos de la inteligencia norteamericana, queda bastante claro que el surgimiento de un ejército “paralelo” con intereses distintos al oficial difiere bastante de la imagen de “unidad en la defensa del derecho de Rusia a ser fuerte”, que Putin quiso proyectar en su discurso del día 21. Si la paz está lejos de Ucrania, puede que esté aún más lejos de los herméticos muros del Kremlin.

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