Los migrantes le cuentan a CAMBIO la tragedia de vivir en Estados Unidos en tiempos de Trump

Crédito: Reuters

11 Febrero 2025 08:02 am

Los migrantes le cuentan a CAMBIO la tragedia de vivir en Estados Unidos en tiempos de Trump

El feroz ensañamiento de Donald Trump contra la población migrante repercute en la cotidianidad y en el espíritu de los millones de esos foráneos que pueblan y, en gran medida, dan forma a Estados Unidos. Les contamos mano cómo viven la zozobra del estigma y la persecución.

Por: Juan Francisco García

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Según un informe de Harvard Business Review, el 61 por ciento de la fuerza de trabajo de la agricultura estadounidense es fuerza migrante –de la cual, el 42 por ciento son migrantes no documentados–. Está probado por organizaciones de política pública como Brookings, de Washington, que en Estados Unidos los migrantes son esenciales para sostener industrias como la de los restaurantes, la automotriz, la construcción y el housekeeping o de cuidado. Así como que las deportaciones masivas que Trump ha prometido y puesto en marcha, en sus primeros días del segundo mandato, tendrían un fuerte impacto en la economía más grande del mundo. No solo porque los foráneos son un vector relevante en el movimiento fiscal del país y la captación de impuestos –en el año 2022, los migrantes indocumentados pagaron 96,7 billones de dólares en impuestos federales y locales–, sino porque su ausencia golpearía fuertemente a los proveedores de servicios y bienes. 

Además, muy a contravía de la perorata incendiaria, xenófoba y racista de Trump, la falta masiva de migrantes causaría la pérdida de puestos de trabajo para los estadounidenses 'pura cepa', ya que las industrias sostenidas históricamente por estos tendrían forzosamente que desacelerarse. Las exportaciones –basta con hacer énfasis en la cosecha y venta de frutas como las fresas, frambuesas, uvas y moras–serían otro ámbito en el que se echaría en falta críticamente a los trabajadores extranjeros, esos que a boca llena Donald Trump llama criminales, animales y parásitos.  

Es evidente, pues, que la arremetida populista y supremacista de Mr. Trump en sus primeros días como presidente es a todas luces temeraria, nociva e impulsiva. Y que su puesta en escena, mediática y ejecutiva, al son maniaco de sus órdenes presidenciales, está afectando la experiencia existencial de los millones de migrantes que hay en su país.  

CAMBIO contactó a varios de ellos para dimensionar sus vivencias que, como suele pasar con todos los fenómenos sociales en Estados Unidos, están llenas de claroscuros. 

Nicolás Linares, el poeta de los migrantes en Queens 

Nicolás Linares, poeta y profesor bogotano, llegó a Estados Unidos hace más de 20 años por motivos de seguridad. Las condiciones económicas que encontró en el país del norte lo motivaron a quedarse. Por doce años, con un grupo de bardos migrantes, recorrió Nueva York de sur a norte y de oeste a este, como un acto de apropiación de la ciudad. La lengua como conjuro y armadura. 

Hoy es profesor de un colegio público en East Elmhurst, un vecindario situado en Queens, Nueva York, cuyos habitantes son en su mayoría inmigrantes. De Colombia, México, Tíbet, Perú, Ecuador, África, India –la mayoría migrantes de primera y segunda generación–. Además, el poeta y docente es uno de los líderes del Colectivo Mazorca, organización que busca la colectivización de la experiencia migrante: preservar, lejos de casa, las costumbres tradicionales y ancestrales de las más de 60 familias que por diversas razones han “vuelto a empezar” en Estados Unidos y que, de forma itinerante, hacen parte del grupo. 

Juntanza migrante en Nueva York
Nicolás Linares y la comunidad migrante y multicultural de Nueva York 

Usando el método de los círculos de palabra que en Colombia han utilizado desde siempre nuestros indígenas, la comunidad migrante de East Elmhurst se reúne, cada semana –al son del mambe –, para compartir prácticas colectivas y a conversar sobre la cotidianidad y sus tribulaciones. Desde el 20 de enero, cuando Trump se posesionó por segunda vez como presidente, la gran angustia de la comunidad ha sido, según le dijo Linares a CAMBIO, las redadas de la Policía de Inmigración (ICE, por su sigla en inglés). 

“No porque las deportaciones sean algo nuevo –explica el profesor al añadir que, en los últimos gobiernos demócratas de Bill Clinton, Barack Obama y Joe Biden, las deportaciones de migrantes han sido una política sostenida y en crecimiento–, sino porque la naturaleza pública, racista y violenta con las que el gobierno Trump ha abordado su política migratoria han repercutido profundamente en la experiencia vital de los migrantes”.  

La estigmatización de la política de Trump, que ha puesto sobre la población migrante el manto generalizado de criminales peligrosos (a pesar de que en los últimos años menos de la mitad de los deportados han tenido antecedentes) ha exacerbado la sensación de una cotidianidad atravesada por la persecución e incertidumbre.

“Todavía no dimensionamos lo que significa para el proceso formativo de los niños de la comunidad el hecho de sentirse, tanto ellos como sus familias, perseguidos y señalados. Pues, aunque todavía no ha pasado, no descartamos que en los próximos días la Policía de Inmigración entre al colegio en busca de un menor de edad indocumentado”, dice Linares. 

Para él, la sensación de persecución tiene el agravante del perfilamiento. Las redadas que se han dado en su comunidad parecen haber estado dirigidas a personas específicas, algunas de ellas con antecedentes, que estarían en alguna lista negra de la Policía. “Ellos saben muy bien cómo meterle miedo a la comunidad. Se han vuelto una especie de camisas pardas de la Alemania nazi. Su sola presencia, deliberadamente, genera mucha zozobra”, advierte. 

Círculo de palabra en Queens
Un 'Círculo de Palabra', en Queens, Nueva York 

Este fin de semana, en la tradicional parroquia de San Gabriel de East Elmhurst, el cura de la parroquia y un mayor nativo de la comunidad Navajo –la tribu amerindia más numerosa en Estados Unidos– harán un rezo conjunto por la protección de la comunidad migrante, que por estos días no puede sentirse segura ni yendo a misa. 

El contraste de la zozobra y el trato denigrante de la nueva administración –dice Linares–, está en que la nueva ofensiva de Trump podrá fortalecer las iniciativas comunitarias y colectivas para resistirse ante las injusticias. “La comunidad hispana en Nueva York tiene que preguntarse cómo lograr injerencia local y nacional para protegerse de los abusos sufridos”, agrega. Prueba de esto fueron las manifestaciones 'Un Día sin Inmigrantes' que la población extranjera hizo en Nueva York y otras ciudades y con las que se buscó denunciar las fisuras de un sistema que, al mismo tiempo, depende y desprecia a los extranjeros. “Lo digo sin ningún temor a equivocarme: es la fuerza migrante la que mantiene a flote a Manhattan”, remata Nicolás Linares.  

Su consigna y la de su colectivo, nos dijo, seguirá siendo acompañar a la comunidad en esta nueva realidad que, aunque no es nueva, sí es, bajo Trump 2.0, inéditamente violenta, vulgar y discriminatoria. 

'Maduro te va a joder y Trump te va a sacar a patadas de acá' 

Jonathan y su familia dejaron Venezuela porque recibieron amenazas explícitas de los colectivos armados con los que el régimen de Nicolás Maduro sitia y apremia a sus contradictores. Como a miles de venezolanos, marchar en contra del régimen y estar vinculado a una organización de la oposición le supuso una cruz que solo pudo quitarse de encima migrando. A Costa Rica, por el rumor de ser un país próspero y con oportunidades de trabajo. 

Sin embargo, por tener más de 50 años –le contó a CAMBIO–, conseguir trabajo fue una quimera. Así que vendió comida venezolana de forma ambulante hasta que consiguió los ahorros suficientes para comprarse un carro usado y trabajar en aplicaciones de transporte. Aunque conseguía lo suficiente para subsistir, la xenofobia que sufrió su familia terminó por cansarlos y entonces se propusieron, como sea, llegar a los Estados Unidos. 

90 días duró su travesía –Costa Rica, Guatemala, México– hasta poner los pies en El Paso, Texas, la tierra prometida. Llegar a suelo estadounidense le costó, en coimas a los coyotes, la policía y los militares mexicanos, 14.000 dólares. Su relato incluye días con noches congeladas en un calabozo de Tapachula, Chiapas, ver de frente la cara más corrupta de las autoridades migratorias tanto en México como en Estados Unidos, extorsiones a mano armada de los carteles para dejarlos pasar y el temor, latente, de que, de caer en malas manos, a las mujeres de su familia, por nada, las podrían violar y matar. Trayectos a pie, en bus, en lanchas ilegales en el mar. En fin: la odisea infernal de entrar por 'el hueco' al país de la fortuna. 

11 millones de migrantes indocumentados en Estados Undios
Hay 11 millones de migrantes indocumentados en Estados Unidos. Crédito: Reuters 

Recién tocó piso gringo, pidió el asilo político que, en su caso, perseguido por Maduro y sus esbirros, no incluyó retóricas migratorias. Por un año vivió junto a su familia en un refugio que el Gobierno dispone para los asilados, pero al no contar con permiso formal para trabajar, se ganó el sustento subrepticiamente, contratado 'en negro' por un patrón que se vale de las circunstancias migrantes para contar con fuerza de trabajo por menos del mínimo: 10 dólares por hora en un taller y lavadero de carros. 

A los 9 meses le llegó por fin el permiso de trabajo y pudo atender y cuidar formalmente a un adulto mayor. Hoy trabaja en el área de mantenimiento del aeropuerto internacional JF Kennedy. Sobrevive y un poco más: cumple el sueño de poder mandar un poco dinero, todos los meses, a su familia en Venezuela. Y, claro, paga impuestos: 2.400 dólares el año pasado. 

Por haber entrado como asilado político antes del 31 de junio de 2023, Jonathan cuenta con un Permiso de Protección Temporal (TPS, por su sigla en inglés) que, hasta el 4 de febrero de este año, cuando el gobierno de Trump anunció su suspensión, le daba cierta estabilidad y posibilidad de proyección. La arremetida del mandatario, para él como a 300.000 venezolanos más beneficiados por el TPS, le remeció los planes. Y como en Venezuela “lo que me espera es el calabozo y la tortura”, nos contó que ya ha empezado a buscar nuevos países para asilarse. Alemania es la primera opción.  

Es decir, volver a empezar. Otro idioma. Otra cultura. Y aún más lejos de casa. Es decir que podrá hacerse verdad el matoneo vulgar con el que un colega de trabajo, él sí ciudadano, "lo vacila": "Maduro te va a joder y Trump te va a sacar a patadas de acá". 

'Tenemos más miedo, pero todo sigue funcionando igual que antes' 

Hace un año que Rainiero Ramírez está como indocumentado en Denver, Colorado. Empero, es gerente de una lechería, tiene licencia de conducción en orden, cuentas de banco activas y puede, sin ningún obstáculo, enviar dinero a su familia en Colombia. Médico veterinario de profesión, llegó a Colorado gracias a la visa de intercambio J1 que se otorga a profesionales que van hacia al norte a capacitarse. En su caso cuenta con desencanto–, más que capacitarse lo que hizo fue trabajar por un año cobrando muy barato. Las empresas explica se valen de la urgencia de los trabajadores de todas partes para, con la excusa de capacitarlos, emplearlos con salarios bajos. 

Cuando se le venció la visa, tras probar que, en Estados Unidos, a diferencia de Colombia, "se trabaja no solo para sobrevivir, sino para forjarse un capital y cumplir sueños", decidió quedarse, consciente del significado de vivir por fuera de la ley en el país de la ley y el orden. 

Su vivencia, contraria a la de los testimonios anteriores, no le inquieta particularmente. "Al menos en Colorado, donde hay cientos de miles de granjas y mucha necesidad de migrantes, las cosas siguen igual", le contó a CAMBIO.

El sistema, bajo su visión, entiende perfectamente que no puede operar sin la fuerza de trabajo extranjera. Si en este país uno viene a trabajar y a no meterse en problemas, las oportunidades están ahí, es su mensaje. Trabajar y pagar impuestos: 10.000 dólares es su cálculo en tributos para este año como gerente. 

Eso sí, Rainiero advirtió que ya hizo las paces con que cada día puede ser el último viviendo y trabajando en Estados Unidos. "La lotería está en que, así uno viva sin líos ni antecedentes, si las redadas llegan al lugar de trabajo y se encuentran con un migrante que consideran peligroso, por asociación, se llevan al resto". 

Otros migrantes con los que conversamos coinciden con Rainiero en la tesis de que, en Estados Unidos, por unos pocos malhechores, muchos extranjeros de bien viven en la zozobra. Aunque matiza que el temor no es nuevo y repite categórico y elocuente que aunque Trump es un perro rabioso que ha convertido la migración en un hito político y mediático, sus antecesores, en silencio y soterradamente, deportaron a muchas más personas. "Obama deportó a 5,8 millones, mientras que, en su primera administración, Trump sacó menos de 2 millones", anota de memoria. 

Eso sí, reconoce que en los últimos días el miedo se ha intensificado. Sobre todo, porque se ha hecho evidente que la policía de migración opera de civil, sin la alarma estridente de las sirenas de los carros oficiales. Pero las granjas siguen ahí, como la demanda de leche, huevos, verduras y frutas. "No sé si es por ser irresponsable, pero estoy muy tranquilo así, y por ahora no pienso hacer nada para sacar papeles", termina. 

* Los nombres de los migrantes que quisieron hablar con CAMBIO fueron cambiados en razón de su tranquilidad. 

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