Daniela Maturana
21 Mayo 2023

Daniela Maturana

#AfroColombia

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Nací en mayo. El día 20, más precisamente, y cuando niña no había una fecha que esperara con más entusiasmo ni que me produjera mayor alegría. Al comenzar cada año ya pensaba en qué hacer ese día, cuál sería la temática de la fiesta y dónde nos reuniríamos. Al crecer, las celebraciones y pomposidades pasan a un segundo plano y llega el momento en que lo que vale son los pequeños detalles y estar rodeada de las personas queridas. Es entonces cuando el Día de la Madre pasa a ser el más importante del mes. Hace siete años y medio, al morir mi madre, mayo dejó de ser el mes de mi felicidad infantil y se convirtió en ocasión para recordarla y avivar la nostalgia que procura sentirla más cerca. 

Poco después ocurrió algo que dio un giro a mi vida. Y fue descubrir que ese mismo mes escondía una fecha de enorme significado para el país y, sobre todo, para la comunidad afrocolombiana, a la que pertenezco. El 21 de mayo de 1851, durante el gobierno del presidente José Hilario López, quedó abolida la esclavitud. Me duele reconocer que personalmente lo desconocía. Vine a enterarme de esta efeméride histórica cuando era concejala de Medellín y se cumplían, con pocas horas de diferencia, mis treinta años —¡treinta!— y los ciento sesenta y cinco de la libertad de las personas esclavizadas.
Lamento mucho haber llegado tarde a tan trascendental conmemoración. Pienso y pienso. No sé bien dónde estuvo el error: ¿en mi familia? ¿En la educación? Tuve la oportunidad de estudiar en un colegio maravilloso donde nació mi amor por lo público y el servicio a los demás. Pero hay una realidad: mi colegio, como muchos otros, como la gran mayoría diría yo, carecen de una visión diversa de la historia de nuestro país. Y es que nos enseñan de memoria el viaje de La Pinta, La Niña y La Santa María, el Renacimiento, los sistemas feudales, etcétera. Pero poco de la trata trasatlántica de seres humanos, el mercado triangular y el legado que dejó un sistema sustentando en el racismo y que tuvo más de doce millones de víctimas. Tampoco nos hablaron de las riquezas de los imperios africanos; solo nos mostraron, como diría Chimamanda Ngozi Adichie, una parte incompleta de la historia.
No teníamos presente nada de esto aquel miércoles 21 de mayo de 1851, cuando, tras arduas luchas y debates, el Congreso de la Nueva Granada dictó la ley que ordenaba la libertad total de los esclavos a partir de enero de 1852. 
Desde entonces mayo cambió para mí. Ahora es el mes de la herencia africana. Cuando ponemos la vista en esa tercera raíz nacional, como dice la historiadora Diana Uribe, que hace parte de un país pluriétnico y multicultural cuya historia no aprendimos en el colegio y sobre la cual aún hay reservas, prejuicios y rechazos.
Se trata de un legado de formidable riqueza que se manifiesta en el currulao, la cumbia, el vallenato, la salsa; en el plátano con queso; en las trenzas; en la marimba de chonta; en el San Pacho, el Petronio o el NegroFest de Medellín. Es una herencia que ha dado a luz a grandes líderes de nuestra historia, como Benkos Biohó, fundador del primer pueblo libre de América en San Basilio de Palenque; el almirante Padilla, prócer de la independencia; Juan José Nieto, el único presidente afro que ha tenido el país; y muchos otros personajes de nuestra historia reciente como Manuel Zapata Olivella, médico, antropólogo y escritor; Jairo Varela, creador del Grupo Niche; el gran Joe Arroyo; las maestras Zuly Murillo y Mary Grueso; Sandra Hinestroza, la mujer chocoana que preside HP; Paula Moreno, primera ministra negra de Cultura en la historia del país. Y, ¿por qué no mencionarlo?, mi padre, Francisco Maturana, primer campeón de la Copa Libertadores con el Atlético Nacional, director técnico de la Selección Colombia del 90 y 94 y, entre otros títulos, único técnico campeón con la selección de mayores de la Copa América. Fue de él precisamente de quien heredé mis raíces afrocolombianas, de las cuales me siento orgullosa. 

Un día después de mi cumpleaños, el 21 de mayo, celebro ser una mujer negra y honro mis raíces chocoanas, mis ancestros. Disfruto la herencia de los trenzados, de los que fueron los caminos a la libertad; de los turbantes; de la gastronomía; de las cantadoras; de los arrullos; de la chirimía; de los saberes ancestrales; del aporte histórico a la construcción del país y mucho más. 

Conmemorar y reservar un día en el año para hablar de los derechos a veces me resulta incómodo. El día de los derechos de las mujeres y de la herencia africana debería ser 365 veces del año. Es raro que tengamos que recordar a través de efemérides parte de la historia y la necesidad de la garantía de los derechos para grupos poblacionales específicos. Es raro pero necesario. Y es apenas justo apelar a la memoria para reparar y reconstruir la historia de nuestro país sin dejar a nadie de lado. En Colombia aún se discrimina y rechaza por el color de la piel, y se cree que las personas afro son inferiores, menos humanas, menos merecedoras. 
El 21 de mayo se debe seguir conmemorando porque aún nos falta reconocer lo que somos como país, aún no sabemos cuántos grupos étnicos tenemos, cuántas lenguas nativas hablamos, tradiciones y culturas. Hay que conmemorar hasta que la realidad cambie, se transforme. Esta es una tarea de todos, no solo del sistema educativo. Mientras esto pasa yo quiero invitar a los lectores hoy, un día después de mi cumpleaños, a aprender más de nuestra herencia africana, a celebrar y a ver en la diversidad nuestra mayor oportunidad. 

La autora fue viceministra de Deportes y actualmente es directora ejecutiva de la Corporación Manos Visibles y hace parte del directorio referentes del Programa Juntanza Étnica de USAID y ACDI/VOCA. 
 

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