
Siguiendo la disección de los géneros narrativos, que empezó con el espagueti wéstern, Víctor Mallarino ofrece hoy los diez mandamientos del thriller o suspenso policiaco. Pónganse cómodos y templen los nervios.
Los diez mandamientos
del thriller policiaco
Una nutrida manada
de agentes de policía
caminaba cada día
por esa cuesta empinada
de mi Calderón Tejada
acudiendo a la estación.
Alguno, tras un ladrón,
con revólver, par esposas,
bolillo y otras mil cosas
colgando del cinturón
se afirma contra la frente
el kepis de "peloeburro".
Es bien diferente al churro
de ojo azul y blanco diente
que se metió diariamente,
altanero y seductor,
a nuestro televisor.
Diez mandamientos destaco
del suspenso policiaco
para el querido lector.
Siempre habrá un exdetective
que por un trauma pasado
fue depuesto y humillado,
y aunque sueldo no percibe
él vuelve terco y proclive
a seguir investigando.
Termina a todos salvando
con un arma sin permiso
y el informante preciso
y lo acaban reintegrando.
Habrá un vídeo clandestino
lleno de grano y a oscuras
que tiene pruebas seguras
del lugar y el asesino,
pero es borroso y cochino.
Es cuando sale un pelado
medio nerdo y atembado
que deja el vídeo en cuestión
en alta resolución
con un dedo en el teclado.
Hay un alma atribulada
que siempre escoge el momento
de más angustia y tormento
para manejar cansada
con la consciencia alterada
por un cacho, un submarino,
seis vodkas y una de vino;
espera a que haya tormenta
y en el carro, a ciento ochenta,
se revienta contra un pino.
Siempre habrá algún principiante
pilo que se desenfrena
contaminando la escena
y al final, en un instante,
resuelve el interrogante
de las pistas que ha dejado
el asesino en cifrado
acertijo matemático
para atraparlo en un ático
justo antes del atentado.
Siempre cuestiona al patrón
venerable, probo y recto
un papacito insurrecto,
rebelde por vocación,
entre sucio y guapetón,
que trabaja por períodos
con sus mañas y sus modos
y violando el protocolo
se va sin backup él solo
y les salva el culo a todos.
El momento en que uno grita
con angustia y frenesí
"¡No sea bruta, no entre ahí!”
se da cuando una bonita
policía que está solita
oye un ruido en el rellano
y, aunque el miedo es soberano,
hace traquear la madera
bajando por la escalera
con una vela en la mano.
Un patólogo sin guantes
come sánduche de queso
metiendo en formol un seso.
De pronto ve que los que antes
lo escuchaban expectantes
se esfumaron de su vista.
Ignora el especialista
que entre tal berenjenal
algún indicio crucial
le entregó al protagonista.
Una desaparecida,
que es un ángel en la foto,
en su pasado remoto
se descubre que su vida
era oscura y pervertida.
Y un policía judicial
se pensiona y al final
acepta un caso sonoro
pa cerrar con broche de oro
y todo le sale mal.
Al policía más apuesto
da un trato vil y fatal
Ana, su pareja actual,
y en un momento funesto
olvida que su hijo Ernesto
tocaba el piano en la noche.
Y de reproche en reproche
su vida se hace confusa
y acaba solo, con tusa
y durmiendo entre su coche.
