
Tal vez hace décadas el planeta no vivía un 8 de marzo con tan pocas razones para celebrar y tantas para arreciar la lucha por la igualdad entre los géneros. El neofascismo tecnológico que amenaza con tomarse el mundo es trazado por machitos inseguros cuya obsesión más apremiante es el odio contra las mujeres, en especial contra las que son libres y dueñas de sí mismas.
Claro, el fascismo como ideología política siempre ha contado con el sometimiento femenino como presupuesto fundamental. Además, los hombres que se sienten insatisfechos han sido, desde que existe la humanidad, un problema que deriva en violencia y exclusión. Pero la versión que ahora enfrentamos es especialmente detestable.
Por eso algo de esperanza siente el feminismo global, o por lo menos el latinoamericano, al observar a la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum. La atención mundial se fijó sobre ella gracias a su audaz manejo del impredecible Donald Trump y sus continuas amenazas de imponer aranceles y culpar a México por el consumo de drogas, como el fentanilo, de sus propios ciudadanos.
El aplomo, inteligencia y certeza con los que Sheinbaum ha manejado el asunto le ha permitido en dos ocasiones desactivar la amenaza comercial que le respira en la nuca. Claro que nada de lo que haga garantiza que un día la pataleta sea irreversible, pero su forma de entablar el diálogo, de informar a la ciudadanía y de conseguir sus estrategias resulta merecedora de aplauso. Y la gesta no es poca porque ella, una mujer mexicana, logró que Trump manifestara públicamente cuanto le agrada su homóloga y acordara trabajar, por ahora, de su mano.
En los otros embates, más discursivos, pero no por ello menos insultantes, Sheinbaum también eligió un camino decoroso y eficaz. Como cuando se burló de Trump al proponerle que en lugar de renombrar el Golfo de México adoptara el nombre de “América mexicana”. Y entonces ha decidido emprender una reclamación ante Google para que no modifique mapas de manera irregular, en lugar de insistirle a Trump que se detenga en un eslogan que le sirve para alimentar el nacionalismo con el que promete el entierro de la democracia estadounidense.
La defensa de Sheinbaum de su país ha sido digna, porque entiende que debe descifrar maneras de lidiar y tramitar la imposición y el abuso, pero hacerlo también con la frente en alto. Ha sabido elegir el momento, el tono y la forma de comunicarse con sus antagonistas y con el público. Lo que se le nota especialmente a Sheinbaum es que, como cualquier mujer exitosa de su generación, sabe perfectamente cómo lidiar con los señores que se sienten dueños del mundo. Para hacerlos creer que ellos son los que tienen las mejores ideas y es gracias a ellos que se disuelven las tensiones y se resuelven los problemas.
Ese carácter aséptico, científico y parco que tanto se le criticó en campaña es ahora uno de sus más valiosas monedas de cambio. La seriedad y compostura con que ha manejado la toma fascista que se apodera de los gringos han traído sosiego a su industria y su pueblo. Claudia no participa en la guerra de egos que proponen Trump y tantos otros mandatarios megalomaníacos en el mundo. Ella no pierde tiempo en corregir bobadas y armar peloteras inútiles; es la inteligencia emocional de quien ha roto suficientes techos de cristal.
Además, no ha tenido vergüenza o temor de reivindicar las banderas feministas; de hablar sobre las grandes mujeres mexicanas que han tejido su historia; de celebrar el valor de las amas de casa; de hablar y pensar sobre las políticas del cuidado; de sugerirle a las niñas que sueñen con lo que quieran ser.
Ella sabe que debe su carrera política a un movimiento y está dispuesta a reivindicarlo sin excusas, y eso resulta refrescante, en especial cuando muchas de su generación reniegan del valor de la lucha feminista. Un canto que se multiplica ahora sin vergüenza por el mundo, incluso acá, en donde líderes políticas juran que nada deben o agradecen a un movimiento sin el cual no podrían hacerse elegir.
Hoy se pronuncia desde el Zócalo de la Ciudad de México, porque esta habilidosa estratega no perderá ni un centímetro de los réditos que pueda cosechar en estas aguas turbias.
Claro que Claudia es ante todo una política. Una que además carga las banderas populistas de Andrés Manuel López Obrador y que no abandona esas malas mañas, como Las mañaneras en las que ocasionalmente agrede a la prensa o la peligrosísima reforma al sistema judicial. Pero en este oscuro 8M nos da la oportunidad de celebrar a las mujeres valientes cuyas voces importan. Claudia Sheinbaum ahora reclama su lugar como una de las más poderosas del mundo, capaz de enfrentarse y ganarles a los matones sin que ellos se den cuenta.

