Continúan los ecos del debate entre Kamala Harris y Donald Trump. Aquel en que Trump se indignó de que los inmigrantes pobres devoraran las mascotas de los residentes ricos, en vez de escandalizarse porque a estas alturas de la historia hubiese gente en Estados Unidos condenada a comer gatos y perros. Pero todo era mentira, como buena parte de lo que dice Trump.
De ese debate se ocupa hoy Víctor Mallarino.
Cada risa compasiva,
cada ceja bien arqueada,
un suspiro, una mirada,
pasar gruesa la saliva…
Letales como una ojiva
de masiva destrucción
son los gestos de reacción
de Kamala en el debate:
agua para chocolate
contra el ego del patrón.
Cuando mira, no la mira,
cuando habla, no le habla
y cuando el diálogo entabla
se refugia en la mentira.
La izquierda, dice con ira,
ha creado un movimiento
de aborto posnacimiento...
y la curva de inmigrantes
muestra cifras inquietantes
mayores que el cien por ciento.
Preguntado si en enero
su conciencia algo debía,
por las ramas se salía
inventando a un forastero
comegatos y ratero.
Ante esta nueva cagada,
ella, serena y callada,
lo mira un breve momento
sin requerir argumento
y suelta una carcajada.
Taylor Swift hace su magia
diciendo con transparencia
que no busca descendencia.
De la tal mascotofagia
se burla y luego presagia
que condenará al destierro
al misógino gamberro.
Da luces sobre su voto
y con su pussy en la foto,
posando le pega al perro.
Mientras uno se plantea
si pueden caer más bajo,
Elon Musk se da al trabajo
de resolver la tarea.
Y es cuando aflora la idea
jactanciosa de ofrecer
darle un hijo a una mujer.
Megalómanos güevones,
perdieron las poblaciones
más urgentes de atraer.