
El hundimiento de la consulta popular es un revés para el Gobierno, así como la resurrección de la reforma laboral es una oportunidad para la oposición. Si tiene la inteligencia de jugársela por una reforma progresista, que le quitaría banderas a Petro. Y si lo hace rápido, porque el tiempo apremia.
El Pacto Histórico no la tiene fácil. Sus rencillas intestinas, la evidente falta de coordinación interna, la polémica salida de la minJusticia, los choques que creó la llegada de Armando Benedetti —además del desconcierto que crea una errática conducción del Estado— dejan la sensación de que el presidente no está encima de las cosas.
Su reacción ante el revés de la consulta en el Senado, al hablar de "fraude" y llamar a la huelga general, lo pinta como un mal perdedor, dispuesto a envenenar el ánimo popular y jugar con candela con tal de sacar adelante sus propuestas. A plata de hoy, le quedará cuesta arriba.
El distanciamiento con fieles aliados como Laura Sarabia y Gustavo Bolívar no favorece su imagen ni ayuda a la cohesión de su gobierno. Desconozco los motivos, pero no habla bien de su lealtad o gratitud, virtudes que en política brillan a veces por su ausencia.
Hay quienes atribuyen lo de Sarabia a fricciones con Benedetti y lo de Bolívar a la convicción de Petro, tras sondeos al respecto, de que no podría ganar en segunda vuelta. Me sorprendió su defenestración, tratándose de la persona que hoy encabeza encuestas y del más carismático y elocuente vocero que ha tenido el presidente. Arrancarán las especulaciones y vendrán las consultas internas que definirán los candidatos presidenciales.
Y hablando de consultas, Petro anuncia que presentará una nueva, con pregunta adicional sobre la salud, lo que agitó más el cotarro político y se prestará para que siga radicalizando el ambiente y aclimatando su estrategia para que el Pacto Histórico continúe en el poder después de 2026. De cara a esa elección crucial, la oposición tampoco la tiene tan clara —Sergio Fajardo me sigue pareciendo la mejor opción presidencial—, pero aún falta tiempo.
De cara al futuro inmediato, lo mejor para el país es que unos y otros —incluyendo gobierno y oposición (me perdonarán la ingenuidad)— se pusieran de acuerdo ya sobre una reforma laboral que le restituya a la clase obrera colombiana derechos sindicales perdidos durante el gobierno Uribe. Sería una muestra de unidad nacional, es de elemental justicia y no quebrará la Nación.
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Hace cincuenta años, en las selvas y arrozales del Vietnam, Estados Unidos sufrió la primera derrota militar de su historia. Y no a manos de poderosos contingentes soviéticos o de la China comunista, sino de un ejército de campesinos descalzos que se oponían a la ocupación extranjera de su país. No sé cuanto recuerden, conozcan o les interese a los jóvenes de hoy lo que fue la guerra del Vietnam, donde Estados Unidos descargó más bombas de las que lanzó en toda la Segunda Guerra Mundial.
A mi generación la sacudió a fondo y al mundo lo puso a marchar contra una guerra equivocada y atroz. Tampoco sé qué tanto tengan presentes las impactantes imágenes que a todos se nos grabaron de esos años, comenzando por la de la caótica evacuación americana de abril de 1975, con gente colgando de los helicópteros que despegaban frenéticamente de la azotea de la embajada mientras las tropas vietnamitas hacían su ingreso triunfal a Saigón.
Tal vez algunos recuerden la foto de la niña quemada por napalm corriendo despavorida y desnuda por una carretera. O las del coronel survietnamita disparándole en la cabeza a un guerrillero esposado del Vietcong, los universitarios gringos quemando públicamente sus órdenes de reclutamiento militar, las masivas manifestaciones por la paz en todas las ciudades...
Una frase que no se me olvida es la de Muhammad Alí, despojado de su título mundial por negarse a ir a pelear a Vietnam: “¿Por que me piden que vaya a matar a esa gente que nada me ha hecho, cuando en Louisville los negros son tratados como perros?”, se preguntó el mejor boxeador de todos los tiempos.
Imágenes y frases que recorrieron el mundo entero y cimentaron la creencia de que Estados Unidos alentaba una guerra perversa e injusta. Nada que ver con la que libró contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial. Y en la medida en que se fue enredando en los pantanos vietnamitas fueron aumentando sus bajas y la indignación de una opinión pública que ya no creía nada de lo que decía el gobierno sobre la marcha de la guerra. La televisión jugó un papel crucial, al llevar en vivo y en directo a los hogares la brutalidad del conflicto.
Cuando sus muertos pasaron de cincuenta mil (cerca de dos millones de vietnamitas habían perecido), la indignación doméstica se hizo incontenible y Estados Unidos tiró la toalla. La oposición del público fue determinante y por algo el histórico líder vietnamita Ho Chi Minh dijo que una batalla decisiva fue la que se libró en el frente interno de la opinión americana.
Para Washington el costo de esta aventura militar fue enorme. Y no solo en términos económicos y humanos sino en la credibilidad y prestigio que perdió en todo el mundo. Pero sobre todo entre su gente, que no ha logrado recuperar del todo. El Vietnam partió en dos la historia de Estados Unidos y quebró la confianza histórica que tenía el pueblo norteamericano en su gobierno.
Y sin embargo hay lecciones que no se aprenden. Después vinieron Iraq, Afganistán y Vietnam dejó ser la única debacle militar. Pero quizás no la última. Porque "quienes no recuerdan el pasado...".
