Viajera frecuente, MacLamus ha recorrido buena parte de América, y dejó en muchos países la impronta del acento colombiano. Igualmente, no pocas embarradas por culpa del léxico local. En estas décimas nos cuenta algunas de ellas.
¡Cuidado con lo que dice!
Cuando se vaya de viaje
por los países cercanos
donde se habla castellano
cuide tanto su lenguaje
como su propio equipaje.
En nuestro vocabulario
hay términos de uso diario
que utilizamos sin miedo
de que se presten a enredos
o a jocosos comentarios.
En La Paz, el mes pasado,
con mi amiga Amalia Pando,
lo pasábamos andando
de un lado hacia otro lado.
Los terrenos, muy quebrados,
las calles tan empinadas,
nos hacían sentir cansadas,
y propuse en mi sintaxis:
“Mejor cojamos un taxi”,
cuando oí su carcajada.
“¿No es una idea suicida
esa operación forzosa
de hacer práctica tal cosa?”,
me dijo muy divertida.
Caí en la cuenta enseguida
de que otra vez, una más,
de manera contumaz,
yo seguía usando un idioma
que levanta muchas bromas
de la gente suspicaz.
Porque aquí en nuestro país
lo vamos cogiendo todo:
cogemos un sobretodo,
cuando el frío apura un tris,
y sin que suene a desliz
le decimos a un taxista
que “coja” por la autopista.
Cogemos a todo tiro,
no le damos un respiro
a todo aquello que exista.
Así que un día, en Argentina,
cuando no había celular,
tardé un rato en encontrar
a un amigo en su oficina.
Cuando me oyó dijo: “¡Mina…
llegaste, qué bueno, che!”.
“Sí —le dije— pero fue
muy demorado este viaje,
movido el aterrizaje,
aunque bueno… ya llegué”.
Pero uno no se imagina,
que es fácil meter la pata
por una costumbre innata,
y así agregué por rutina:
“Cogerte a ti en la oficina
es difícil, ¿qué sucede?”.
Como es obvio, no fue adrede,
mas su respuesta, genial,
fue un derechazo frontal:
“Difícil... pero se puede”.
