No había cumplido 30 años cuando juré que jamás volvería a hacer un debate presidencial. Era mayo de 1994 y los dos noticieros del prime time, QAP y CM&, se juntaron para invitar a los candidatos que alcanzaran un puntaje en las encuestas. Clasificaron Ernesto Samper y Andrés Pastrana. Los moderadores serían Yamid Amat, María Isabel Rueda y María Elvira Samper. Los tres decidieron que yo fuera el director de un debate que se llevaría a cabo en los estudios de Inravisión, el mismo edificio en la Avenida El Dorado que hoy ocupa RTVC.
Las reglas del evento fueron discutidas con los delegados de los candidatos: Fernando Botero y Rodrigo Pardo, compromisarios de Samper; por Pastrana acudieron Luis Alberto Moreno y Guillermo Ricardo Vélez. Todo estaba resuelto la víspera pero un detalle final estuvo a punto de acabar con el programa. Pastrana quería usar un micrófono inalámbrico, nadie entendía por qué pero los delegados de Samper suponían que detrás de la petición había una trampa.
Al final, el tema fue resuelto por Gabriel García Márquez, accionista de QAP y uno de los diseñadores del debate, quien llamó por teléfono a Andrés Pastrana y le pidió no insistir en el inalámbrico. Por cortesía con el nobel el candidato retiró la inexplicable exigencia.
En las toldas de Samper había temor porque Pastrana era un hombre de televisión, tenía años de experiencia frente a las cámaras y además había acudido a esos mismos estudios cada noche durante más de una década, por lo cual los trabajadores de Inravisión lo veían con simpatía más por su amabilidad personal que por razones políticas.
Esa noche los candidatos llegaron uniformados. Los dos con traje oscuro, camisa azul y corbata roja. El debate avanzaba intenso:
–Doctor Samper tiene la palabra para controvertir al doctor Pastrana– indicó María Elvira.
–Bueno yo quedé todavía más confundido con esta respuesta que con la anterior… –empezaba a contestar Samper cuando algo inesperado sucedió –Hola Antonio.
Una sombra de perfil conocido empezó a recorrer la parte del estudio que estaba en penumbra. Se trataba de Antonio Navarro Wolff, candidato del desmovilizado M-19, quien no había alcanzado el margen mínimo en las encuestas para ser invitado al debate.
–¿Qué ha habido? –preguntó Navarro feliz de su hazaña mientras caminaba hacia el lugar donde estaba Pastrana.
–¿Quiere sentarse, Antonio? –le preguntó Andrés Pastrana mientras trataba de quitarse el micrófono de solapa para entregárselo al recién llegado.
–Por favor –tomó la palabra Yamid y subiendo el tono exclamó –interrumpimos un momento el programa, vamos a comerciales por favor, vamos a comerciales.
Era un momento televisivo único. Yo, que estaba en la sala de control, sentí que esos instantes serían los que perdurarían de ese debate y a pesar de lo que pedía Yamid con exaltación, le ordené al director de cámaras, Diego Noé Alfonso, permanecer al aire unos segundos más.
–Quédate. Vamos con la grúa –le dije– la imagen de Yamid regañando a Navarro Wolff se veía mientras retumbaba la voz pregrabada del locutor “Este es el gran debate”.
Navarro salió del estudio caminando mientras un general de la Policía, un coronel del Ejército y un alto directivo del DAS, encargados de la seguridad del evento y de los candidatos, llegaban al trote mar hasta la sala de control. Había decenas de uniformados en el edificio, francotiradores en los techos, detectores de metales en cada puerta y perros antiexplosivos. A pesar de todo, el candidato no invitado pudo llegar, quizás, a través de la parrilla de luces que el foro donde se realizaba el debate compartía con otro estudio. El laberinto que conectaba los dos escenarios lo conocían bien los luminotécnicos de Inravisión.
Lo que siguió no importó. De acuerdo con las mediciones de audiencia, 21 millones de personas vieron ese debate donde el último que habló, por sorteo, fue Ernesto Samper.
–…que por lo menos tengan la primera oportunidad en sus vidas para salir adelante. Muchísimas gracias –fue su frase de conclusión.
–Mil gracias a Daniel Coronell, a los equipos periodísticos de los dos noticieros –se despidió Yamid– María Isabel tiene la palabra.
–No, yo solamente, muchas gracias a los dos candidatos, María Elvira –María Isabel golpeó suavemente la mesa y soltó un “Hummm” que retrataba el estado de ánimo de los moderadores.
Un minuto después, Yamid estaba en la sala de control y me susurró al oído:
–Qué bueno que no cortaras, me leíste el pensamiento.
Ese momento absolutamente inesperado había hecho que el debate valiera la pena. Fue la presencia del intruso y no la controversia entre los invitados lo que quedó en el recuerdo.
Incumplí mi juramento. No me pude alejar de los debates. He hecho dos más en Colombia y otro en Estados Unidos donde se enfrentaron Hillary Clinton y Bernie Sanders por la candidatura demócrata.
Debo decir que el vértigo de hace 30 años –a la vez horrible y fascinante, ingrato y adictivo– lo vine a revivir en estos días no a raíz de un debate sino de dos foros comunitarios que dirigí esta semana y la anterior con los candidatos Kamala Harris y Donald Trump. Como ustedes lo saben, uno de ellos será elegido presidente o presidenta de Estados Unidos en quince días.
Como no habrá mas debates, estos foros tan cerca de las elecciones, con los dos aspirantes en el mismo formato, son la única oportunidad de verlos en escenarios comparables. Después de meses de intentos, la invitación de TelevisaUnivision para que los candidatos hablaran con miembros de la comunidad hispana se concretó. El martes 8 de octubre acudiría el expresidente Trump en Miami y dos días después lo haría la vicepresidenta Kamala Harris en Las Vegas.
72 horas antes del primer foro, el huracán Milton obligó a posponerlo para el 16 de octubre. El proyecto siguió adelante con Las Vegas. La idea consistía en que ciudadanos del común le pudieran hacer preguntas a quien ocupará la Casa Blanca.
Hubo interrogantes muy duros que hoy siguen siendo noticia en Estados Unidos, pero a mi juicio van a ser dos preguntas, una en cada encuentro, las que quedarán en la memoria de la gente.
Yvett Castillo, hija de inmigrantes indocumentados nacida en Estados Unidos, le contó a la candidata demócrata que su mamá había muerto seis semanas antes sin poder recibir la atención que necesitaba porque, a pesar de trabajar tantos años en ese país, había tenido que vivir y morir en las sombras por no haber obtenido un estatus legal.
En el encuentro con el candidato republicano hubo también muchas preguntas y respuestas memorables pero, más allá de la coyuntura noticiosa, me impresionó la que formuló Jorge Velásquez, un trabajador agrícola que le contó que se había pasado la vida con la espalda doblada sobre la tierra, recolectando fresas y cortando brócoli para concluir preguntándole cómo van a llegar esos alimentos a los mesas de las familias estadounidenses, y a qué precio, si Trump cumple con su promesa de deportar a los indocumentados, quienes mayoritariamente realizan ese duro y mal pagado trabajo.
Oírlos fue una lección de vida. Ratifiqué que las mejores preguntas vienen del corazón y encontré alivio a mi estado de ánimo cuando recordé que realmente trabajo para ellos y que eso hace que todo valga la pena.
P.D.: Si usted quiere ver el programa completo con la vicepresidenta Kamala Harris puede hacerlo aquí en español o si lo prefiere en inglés.
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