Daniel Samper Pizano
28 Mayo 2023

Daniel Samper Pizano

¿DÓNDE ESTÁN LOS CAPITANES?

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¿Es Colombia un país asesino? No. Pero hay asesinos que nos dan una siniestra imagen.

¿Es España un país racista? No. Pero hay racistas encargados de regar por el mundo la idea de que lo es. El asunto es que los racistas —en España y en el mundo— no aparecen en espectáculos de tenis, baloncesto, boxeo, ciclismo, toros, conciertos de rock, ballet clásico ni exposiciones, pero anidan, en cambio, en las tribunas de fútbol. Desde allí, revueltos y emulados por otros bárbaros como ellos, se esconden en el anonimato de una masa fanática y desde su cobarde promontorio escupen venenosas consignas.

La última bomba que ha estallado en ese polvorín es el escándalo de los insultos contra el futbolista pretinho brasileño Vinicius, del Real Madrid. Desde hace muchos domingos algunos hinchas ultras lo han convertido en objeto de vituperios y mofas, que van desde el clásico “negro de mierda” hasta bufidos y ademanes simiescos. No es propiamente un homenaje al evolucionismo de Darwin, aunque está probado que Vinicius, el papa y Miss Universo bajaron todos del mismo árbol hace millones de años, sino un modo de despreciarlo por su color de piel. Ocurre todas las semanas en muchos estadios, incluso colombianos, y muy rara vez los que insultan son sancionados.

Esta vez no fue así. Vinicius se encaró con quienes le gritaban en el campo del Valencia y los señaló. Acabó expulsado, pero el episodio sacudió España y adquirió dimensiones internacionales cuando Lula da Silva, presidente del Brasil, protestó por el maltrato a su compatriota y llegaron ecos a la ONU. Efectos de la queja de Vinicius (que no es un santo y, como casi todos los futbolistas profesionales, se insulta con los contrincantes en voz baja, exagera y reparte codazos en los tiros de esquina) han sido una vigorosa reacción contra el racismo, castigos al Valencia y anulación de la tarjeta roja a la víctima. 

Desde que sigo de cerca el fútbol español, hace apenas cuatro décadas, he visto escenas parecidas. A sobresalientes jugadores negros los han insultado durante años; a otros les han tirado plátanos, manjar predilecto de los monos, y alguno (Dani Alves) peló y se comió un banano en ademán de desdén al imbécil que lo lanzó al césped. A nuestro Tren Valencia lo menospreció ante las cámaras el entonces presidente del Atlético Madrid, un excriminal vulgar que llegó a ser alcalde de Marbella. Y Freddy Rincón encuelló y alzó medio metro a un compañero del Real Madrid en el vestuario la primera vez que este intentó hacerle un chistecito por su condición racial.

El caso Vinicius tiene alborotado el zoológico futbolero. Cacarean los árbitros, chillan los protagonistas, sancionan los cacaos, los periodistas no paran de hablar, los políticos se desgarran la camisa, la policía anuncia capturas y todos dicen en coro que esto no puede seguir así.

Yo me pregunto, sin embargo, dónde están los capitanes. Sí, esos jugadores que, se supone, representan y guían al equipo con su liderazgo y popularidad. El reglamento solo les asigna un papel decorativo: llevar banderitas, acudir al sorteo de campo, firmar la planilla... Y advierte, para que no haya dudas, que “el capitán no gozará de categoría especial o privilegio alguno”. Los manuales recomiendan que sea “ante todo un gran comunicador, y la voz de los jugadores ante cualquier conflicto”. No ocurre así. Generalmente capitanean los veteranos o los famosos. Messi, que es mudo, fue capitán de Argentina.

Cuánto eché de menos a los grandes capitanes esa tarde de Vinicius... Puyol, Pasarella, Beckenbauer, Gerrard... Me habría encantado que los líderes del Valencia y el Madrid hubieran decidido, de inmediato y de consuno, que los dos equipos se retiraban del campo en solidaridad con su camarada agraviado. Pero todo se quedó en riñas y gestos.

No es una mera anécdota. Las estrellas del espectáculo, los ídolos famosos que ganan millones de dólares y tienen millones de seguidores, ocupan un lugar subalterno, apocado y humilde en el círculo de decisiones. Así se lo han propuesto y así lo han logrado los dirigentes, astutos dueños del poder. Sabedores de la enorme influencia que podrían tener los jugadores, los matonean para que no se agremien, no opinen, no exijan. Les niegan, incluso, lo que la ley les concede. En la última Copa Mundo, celebrada en tierras homófobas, siete capitanes de selecciones europeas quisieron saltar al campo portando un brazalete arcoíris (símbolo de la libertad sexual), y la Fifa amenazó con expulsarlos. De inmediato agacharon la cabeza. ¿Nadie los instó a defender sus derechos? ¿Nadie les explicó que la Fifa está derrotada de antemano si se enfrenta a los jugadores?

Ningún estamento con más autoridad para combatir el cáncer del racismo en las tribunas que los cracks. Imaginemos: tres idiotas insultan a un negro, y todos sus compañeros y rivales se retiran del campo. A ver cuántos partidos abortados aguantan esos espectadores que hoy guardan silencio... 

Los colombianos no estamos lejos de un viniciazo. Carlos Puche González, exfutbolista que fundó el gremio Acolfutpro, me explica que “en Colombia existe una cultura racista” y cita ejemplos de directivos que insultaron a sus jugadores afros. Todos fueron denunciados por su entidad, pero la Dimayor (regente del fútbol profesional) se abstuvo de investigarlos. 

Los periodistas no somos una excepción. Nicolás David Corredor Rojas, comunicador recién graduado, escribió su tesis de 56 páginas sobre el papel de la prensa ante el racismo futbolístico. Denuncia en ella que los reporteros deportivos consideran normales los insultos racistas y no se interesan por “las problemáticas sociales”. Conclusión del estudio: la prensa especializada debe rechazar el racismo y no seguir aceptándolo como mal inevitable. 

Todo ello conduce a añadir a la pregunta central —¿Dónde están los capitanes?— otra de parecida importancia: ¿dónde estamos los periodistas? Que lo averigüe Vinicius....
 

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