No hay nada que altere más el ánimo ciudadano que los eternos trancones. Le roban horas de tiempo valioso a la gente, afectan su calidad de vida y hasta su salud mental por el estrés que producen. Resulta difícil de entender entonces que a una ciudad como Bogotá, que ya padece una insoportable crisis de movilidad, se pretenda clavarle ahora un proyecto de “Corredor Verde” por la carrera Séptima que la puede agravar.
Pero en eso sigue empeñada nuestra fogosa alcaldesa, animada por una consciencia verde digna tal vez de mejor causa. A fines del año pasado dije aquí que de buenas intenciones como estas se pavimenta el camino a un infierno: el de la congestión que se armaría en la más emblemática vía de la capital con un corredor lleno de plazoletas, árboles, caminos peatonales, ciclovías, buses híbridos (que irían por la mitad), además de carros, taxis, motos, vehículos de reparto... No hay cama para tanta gente.
La Séptima y sus veintidós kilómetros de deplorables andenes es todo menos una arteria ejemplar. En los últimos veinticinco años ha habido por lo menos siete intentos por transformarla. Se ha propuesto de todo: tranvía, TransMilenio integral o light, transporte público eléctrico etc. Miles de millones de pesos se ha gastado la ciudad en estudios, diseños y consultorías, y nada ha funcionado. Está bien que se apueste a sistemas de movilidad distintos del carro particular, pero no para pasar de Guatemala a Guatepeor.
Muchos conocedores del tema coinciden en sus interrogantes. ¿Cuál será el impacto de reducir a un carril el flujo vehicular sentido norte-sur desde la calle 100 a la 39? ¿Cómo se controlará el flujo de carros que van sentido occidente-oriente y viceversa? ¿Cuál va a ser el impacto sobre las calles 13 y 11, hacia donde se piensa enviar buena parte del tráfico de la Séptima? ¿Cómo harán los habitantes que viven hacia los cerros y necesitan del carro particular? ¿Se triplicará el flujo en la Circunvalar, que se supone que es vía exprés, o se llenará de semáforos? ¿Es cierto que se piensa eliminar la ciclorruta de la carrera 11 que hoy tiene miles de usuarios?
Son apenas algunas de las inquietudes que se escuchan sobre una iniciativa de la Alcaldía que no parece haber sido pensada a fondo. Lo da a entender el propio gerente del Corredor Verde, Juan Pablo Caicedo, cuando dice en entrevista en El Tiempo que “el IDU está trabajando en mejorar el proyecto” y que las críticas recibidas los ha llevado a revisar algunos puntos. “Están metidos en un berenjenal”, según uno de los promotores de la movilización de días pasados contra el Corredor Verde, el arquitecto Jaime Ortiz, quien advierte sobre “el efecto desastroso” que tendría el empeño en forzar una solución (ET/22-02-23).
Pronto arrancará la campaña para las elecciones de octubre y este se volverá tema de todos los políticos locales en busca de discusión y vitrina, que bien podrían tumbar el proyecto. Cabe recordar que al alcalde Peñalosa se le cayó el TransMilenio ocho días antes de adjudicarlo por la controversia política que se desató, liderada en su momento por la combativa senadora Claudia López que ya tenía el ojo puesto en la Alcaldía de la capital, segundo cargo de elección popular más significativo en Colombia. Tampoco hay que olvidar que el alcalde Petro quiso implantar el tranvía pero desistió cuando se supo que un concuñado tenía vínculos con una de las firmas licitantes.
Si bien la política bogotana se ha purificado mucho, inquieta que problemas de fondo de la ciudad dependan tanto de factores electorales y salgan elegidos alcaldes y concejales tan mediocres como algunos de los que hemos padecido. No me dolería en todo caso que el Corredor Verde tuviera un frenazo mientras se estudian otras alternativas al dilema de la Séptima. Que no es por supuesto el único drama de movilidad ni el más grave que tiene la ciudad, ni tampoco este país sin autopistas decentes. Hay que ver cómo se encuentra la célebre Ruta del Sol con sus doce costosos peajes y sus miles de huecos.
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¿Y para que hablar del metro? Ya parece un chiste malo. La francesa hace décadas bogotanizada Florence Thomas escribió en su columna que no podía entender cómo la capital de Colombia aún no tenía metro (en su ciudad natal de Ruan se construyó en cinco años uno de tres líneas), si desde los años cincuenta estuvo contemplado en todos los planes urbanísticos. Ella misma ofrece una explicación: la incapacidad de los políticos para construir proyectos de desarrollo a largo plazo. Eso, claro, y la crónica y corrupta ineficiencia del Estado en la ejecución y continuidad de sus obras publicas.
Y en materia de aeropuertos, tan claves en la pretensión de convertir el turismo internacional en la gran fuente de divisas, viví esta semana un episodio tristemente ilustrativo en el de Cartagena, primer destino de ese turismo. Cierre súbito de la pista durante más de dos horas, con pasajeros de varios vuelos ya embarcados, mientras retiraban una pequeña avioneta que se había descarrillado. Nadie entendía, sobre todo exasperados viajeros gringos y europeos, que no hubiera algún vehículo para despejar la pista. Como no se entiende el funcionamiento de tantas dependencias oficiales que no responden ni dan explicaciones de sus errores. “A quejarse al Mono de la Pila”, aconseja el antiguo dicho bogotano.