Ana Bejarano Ricaurte
21 Julio 2024 03:07 am

Ana Bejarano Ricaurte

EL INTOCABLE JESURÚN

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

La devoción por el fútbol en Colombia ha servido para normalizar y justificar todo tipo de abusos. Es apenas explicable que ello sea así porque en un país de gente pasional —uno de los eufemismos con los que justificamos la violencia y desborde de emociones— el fútbol registra alto en el rango de impulsos febriles. 

Las fibras de nuestra nación futbolera han servido para habilitar a una cantidad de señores a sentirse reyezuelos autorizados para todo, incluida la agresión física a quien se atreva a cuestionarlos.

Por ejemplo, cuando la Superintendencia de Industria y Comercio demostró que Ramón Jesurún, Álvaro González Alzate y otros lideraron un esquema de reventa de boletas, esa certeza no fue suficiente para la Fiscalía de Iván Duque, que decidió salvarlos. Allá sigue durmiendo ese expediente cargado de evidencias incontrovertibles contra la decadente dirigencia del balompié criollo. Nada pasará. Lo que sí ocurrió meses después fue el anuncio de que Duque sería nombrado en la Junta Directiva Mundial de la Fundación FIFA. 

¿O qué decir sobre el nefasto, oscuro y antitécnico contrato de la televisión para el fútbol? La estafa legalizada con la que someten a los clubes a las peores condiciones, y les garantizan a unos intermediarios que se llenen los bolsillos con las ganancias que deberían contribuir a sustentar a los equipos. No para que sus directivos salgan de fiesta sino para financiar la profesionalización y democratización del acceso a la experiencia transformadora que puede ser el fútbol. Es el fallido experimento de Win Sports, que ahora quieren cambiar por otra cosa, mientras proteja y enriquezca a los mismos de siempre.

Han contado además con el silencio o aquiescencia —que pueden servir para lo mismo— del periodismo deportivo y de investigación en Colombia, porque con contadísimas excepciones nadie se ocupa de cuestionarlos o criticarlos, ni siquiera de auscultarlos suficientemente como sería lo justo sobre semejantes centros de poder económico y social. Reiteradamente se ven las más improbables piruetas argumentativas para justificar lo de la reventa de boletas, lo del contrato de la televisión, lo de las coimas. 

La capacidad de cerrar y abrir bocas con pauta publicitaria es otro ingrediente que se suma a esta ausencia de control sobre los barones del fútbol colombiano. Y, por supuesto, la persecución a las pocas voces críticas, como el valiente periodista Alejandro Pino que pagó con su puesto el atrevimiento de preguntar lo prohibido. 

En esa receta para la impunidad no se puede olvidar la invitación reiterada que hacen a congresistas, ministros, gobernadores, alcaldes, magistrados de altas Cortes y de ahí para abajo, fiscales, procuradores, periodistas y otros poderosos del establecimiento mediático y político, para que viajen a los partidos, o ingresen al comité disciplinario de la FIFA y cosas semejantes, para ganarse su favor antes de que las causas siquiera les lleguen. Cada foto del palco de los importantes en un partido de la selección es la revelación del lobby que adelantan estos señores para torcer las cosas a su favor. 

Por eso, ¿cómo va a sorprender que el señor Ramón Jesurún y su hijo, quien no trabaja, por lo menos oficialmente, para ninguna institución del fútbol colombiano, agredieran a una guardia de seguridad que hace su trabajo y revisa credenciales? ¿Cómo se iba a atrever, además una mujer, a decirles no a los señores del sí incondicional; a los que nadie cuestiona o detiene nunca?

No hay suceso que mejor sirva para ejemplificar el abuso que ha habilitado la fiebre futbolera en Colombia que la vergüenza protagonizada por Jesurún y su hijo en la final de la Copa América en Miami. El directivo que quiere ingresar a su familia a un área restringida, la violencia contra una guardia de seguridad que hace su trabajo, el silencio o esfuerzos de lavar cara de quienes están llamados a controlarlos. Y esta no es la primera trifulca de Jesurún en un estadio.

¿Cómo es posible que la división mayor del fútbol colombiano, la que se encarga de organizar, administrar y reglamentar los torneos profesionales en Colombia salga en defensa de Jesurún y su familia y no pronuncie ni una palabra sobre las faltas al sano espíritu deportivo, a la decencia? ¿Cómo se puede explicar que justifiquen todo con la excusa ridícula de que la agresión fue apenas un caso de activación del instinto paterno? ¿No hay nadie en esas organizaciones que sienta más vergüenza que miedo de los Jesurún y semejantes?

Y los jugadores, la liga femenina, la hinchada ilusionada están abandonados a su suerte porque el negocio del fútbol en Colombia es para todos menos para ellos. Bueno, no para todos: en realidad es para unos pocos intocables a quienes nadie puede decirles que no. Por eso, incluso después de vestirse de naranja y exhibirse esposado por agredir a una mujer en un evento deportivo, ahí seguirá reinante el intocable Jesurún, hasta el próximo abuso.  

Cambio Colombia
Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí

Más Columnas