Daniel Samper Ospina
2 Marzo 2025 03:03 am

Daniel Samper Ospina

EL PALACIO POR CÁRCEL

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Todavía no sé cuál es la noticia de la semana: ¿que Laurita resultó mencionada en un escándalo de saqueo al sistema de salud? ¿Que el juicio de Uribe está que arde aunque, a juzgar por sus últimos videos, Uribe ya perdió el juicio? ¿Que el ministro de Educación reprobó la sustentación de su tesis de maestría a la que seguramente llegó tarde, como en el consejo de ministros? 

Me imagino la escena:

—¿En qué basó su tesis Programa de trabajo garantizado en Colombia? —pregunta el jurado.
—En mi colega de gabinete, Armando Benedetti, que ha sabido garantizar el trabajo en Colombia; al menos el suyo propio.
—Pero todas las cifras están mal… —ataca el jurado.
—Es que saqué las matemáticas del marco cognitivo, señor…  ¿Señor? ¿Me pone atención, por favor?

El presidente, posteriormente, lo felicitó: “yo ni tuve tiempo de presentarla”, le confesó, orgulloso. Su maestría, al parecer, era en cinismo.  

Pero una noticia llamativa, y menos comentada, fue la invitación que el presidente Berto le formuló al periodista Gonzalo Guillén para cumplir en Palacio una orden de arresto por desacato. Según el juez, Guillén achacó a Carlos Mattos delitos que no ha cometido, al menos no todavía, pero acaso no descarta cometer, porque Carlitos es así, con él nunca se sabe: de alguna manera debe financiar aquel retrete de oro que nos mostró en un video inolvidable, que misteriosamente desapareció de las redes, en el cual también aparecía con un elegante esmoquin en su isla en el Caribe: uno se sentía observando a Tatoo en La isla de la fantasía

El presidente Berto se enteró del asunto y trinó lo siguiente:

“Quiero ofrecerle la casa de Nariño, a Gonzalo Guillén para que pase su arresto. La casa de un periodista libre y de un parresía. Parresía era el que decía lo que pensaba y tenía el coraje de decirlo ante el tirano, como sócrates” (sic).


Sí: parece extraño, yo sé. 

Si uno cambiara de reparto, pero no de trama, muchos espectadores que hoy aplauden esa misma película se saldrían avergonzados de la sala: si —por decir algo— en el gobierno anterior, Luis Carlos Vélez se hubiera negado a rectificar una información sobre el empresario Danilo Romero, un juez dictara su arresto, y el presidente Duque le ofreciera pernoctar en Palacio:

“Ofrezco la casa de Nariño a Luis Carlos. Podemos destapar los Milky Ways que me  trajo el fiscal Barbosa de San Andrés y jugar el reto rockero. Ya pido a mi mamá que llame a la suya para gestionar los permisos”.

Pero lo que resultaba inadmisible en el pasado suele ser admirable en el gobierno del cambio, y de esa forma el presidente Berto invitó a Palacio a Gonzalo Guillén, y Gonzalo Guillén aterrizó con maleta en la sede de Gobierno para departir de parresía a parresía en la piyamada presidencial.

Ingresó por la novena, ya no por el garaje, como el Santo Job. Conversaron durante horas sobre Hegel, sobre los ingredientes del sancocho. Hicieron pegas telefónicas a los exministros. Jugaron en el polígrafo de Marelbys, con la espada de Bolívar. Se pusieron de gorro el sombrero de Pizarro. Se disfrazaron con la sotana de Camilo Torres para asustar a un guardia. Y en las noches prendían la chimenea y departían de lo lindo mientras la vida en Palacio continuaba: mientras entraba a las carreras Angie Rodríguez, el reemplazo de Laurita en el cargo de niñera presidencial.

—Señor, en la línea dos, el general quiere darle parte sobre Catatumbo —alertó al presidente la segunda noche.
—Somos dos parresías, Angicita. A este señor de acá sí le gusta el sancocho. Por favor que llame luego.
—Ahora por la tres llama el gobernador del Cauca —intentó de nuevo la juvenil funcionaria.
—¿Es que no comprende, Angie? —respondió, tajante, el mandatario, y luego continuó su conversación con el parresía:

—Nosotros no somos más que agua pensante condensada en la energía de nuestros cuerpos, Gonzalo —le dijo, mientras entraban y salían funcionarios.

El presidente le presentó a algunos.

—Mira, Gonzalo, llegó Nerú.
—¿Gustan de un masaje? —ofreció Nerú.
—Y mira, Gonzalo: este es Bolívar.
—Yo a usted lo amo, don Gonzalo. 
—Vale —respondió, indiferente, Gonzalo.
—A Benedetti le dije que viniera, pero está en un coctel de homenaje que le rinden las feministas del Pacto —le explicó Berto.

Y enseguida, se entregaban de nuevo a sus charlas, par de herederos de Sócrates.

—Yo soy amigo del papa, es mi compañero del alma —le comentó Berto—, y soy amigo de Mc Cartney. Y soy heterosexual.

Porque Berto a veces lanza frases semejantes. No olvidemos aquel trino en el que dijo eso, con esas palabras, como única respuesta al video en que aparecía caminando con una mujer en Panamá.

—Presidente…
—¿Otra vez usted, Angie Lizeth?
 —Es la gobernadora del Chocó, que los guerrilleros se están tomando el departamento.
—Y nosotros nos estamos tomando unos tragos. Pero no fuertes, porque la “gastristis” no me deja. Que llame luego.

¿Se arroparon con los edredones de plumas de ganso? ¿Asignaron al señor Gonzalo el cuarto en el que Iván Duque jugaba a la pelota? ¿O durmieron en la misma cama como uno dormía con los primos, los pies del uno al lado de la cabeza del otro, para caber mejor? El periodista independiente ¿llevó piyama a la piyamada o el presidente le prestó una de las suyas? Ojala haya llevado: recordemos que, según confesó de forma innecesaria en una entrevista, el primer mandatario duerme desnudo. 

—Por favor, voltéese, don Gonzalo, que me voy a poner la piyama.
—¡Ay, perdón, presidente, me volteé antes de tiempo!
—No, es que ya me la puse. 

El presidente innovador ha hecho del Palacio no solo un museo para exhibir el sombrero de Pizarro, la sotana de Camilo o la espada de Bolívar, sino también un calabozo para amigos. Que lo sepan quienes no son capaces de reconocerle un solo logro.

Acaso a los parresías les haya quedado tiempo para mirar algo por Netflix: de golpe Tesis, la película de terror protagonizada por el ministro de Educación. O La isla de la Fantasía, con la actuación estelar de Carlos Mattos. Desde su inodoro dorado.

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