
No todas las noticias de la semana podían ser malas: según la NASA, en el 2032 caerá un meteorito sobre la zona norte de Suramérica, en concreto sobre Circombia —en concreto sobre Bogotá— que no dejará piedra sobre piedra: se trata del asteroide 2024 YR4, una roca del tamaño de dos canchas de fútbol, más alta que la estatua de la Libertad, en cuyas entrañas de brasa bullen 7,7 megatones de TNT suficientes para reventar por completo tres ciudades o la finca completa de El Ubérrimo. Para que se lleven una idea, cada megatón equivale a una pequeña bomba atómica, a dos años de gobierno de Berto, y la probabilidad de que aquella mole de llamas choque contra el planeta es de una entre 38: la más alta de la historia desde que la Agencia Espacial mide este tipo de riesgos. Las mismas posibilidades de que a estas alturas peguen los injertos de Berto; de que Gustavo Bolívar gane las elecciones; de que Falcao García no encargue niño este año.
La noticia no podía llegar en un mejor momento. La semana misma ha sido un disparate. El presidente Berto dice que ya no vale la pena ser presidente, y acto seguido asevera que los vampiros se achicharran bajo el sol, y, como cabeza del primer gobierno de izquierda de la historia, enseguida nombra en el Ministerio de Defensa a un militar. Varias ciudades amanecen sitiadas por la guerrilla. Crece el riesgo de un apagón energético. ¿En esto consistía, entonces, el gobierno de Gustavo Retro? ¿En viajar a los años noventa? ¿Qué sigue? ¿Que Maripaz Gaviria de nuevo sea noticia?
Y, a pesar de todo, las declaraciones presidenciales opacaron titulares no menos delirantes, como el que produjo el ministro de Comercio cuando confesó que Roy Barreras lo había comparado con Messi y luego lo había amenazado:
—Me dijo: “eres el Messi de la política, pero imagínate lo feo que sería que a Messi le rompieran las piernas” —declaró a la prensa.
Son nuestra Nancy Kerrigan y nuestra Tonya Harding. Con razón no han dejado de patinar en estos dos años y medio.
Para no hablar del director de la UNP, que asistió a una diligencia en la Fiscalía y ventiló, como quien no quiere la cosa, que Berto se había reunido dos veces con Papá Pitufo. La frase misma parece una alucinación: ¿qué puede pensar un extranjero al leer semejante titular? ¿Qué puede pensar un suizo? ¿Qué puede pensar Gárgamel, incluso? ¿Tiene sentido la vida? ¿Tiene futuro el país? ¿No es mejor cortar por lo sano con un buen asteroide que ponga las cosas en su lugar?
Se viene, pues, al verdadero “agamenón”, pronosticado oportunamente por el presidente Berto, quien —lo imagino desde ya— calificará la implosión estelar como otro golpe, esta vez contra su legado: contra el megatubo de agua potable que dejó en La Guajira, o el aeropuerto de Tolú, o el tren elevado, o el tren bala. O la universidad del Catatumbo. Por eso no construyó ninguna obra: haciendo gala de un enorme sentido de la anticipación, de un infinito olfato para la historia, se ahorró el esfuerzo de sacar adelante aquellas construcciones faraónicas para que el asteroide no tuviera contra qué estrellarse. Esa será su jugada maestra, su forma de derrotarlo. Cuando la roca galáctica penetre la atmósfera envuelta en candela, no encontrará bases o cimientos para devastar. Deambulará en vano sobre el sistema de salud, sobre el de pensiones, sobre los créditos del Icetex, y los encontrará previamente destruidos, convertidos en ruina: su milenario viaje a través el cosmos no habrá tenido sentido alguno porque el petrometeorito se le habrá anticipado.
A modo de consuelo, eso sí, volverá trizas los 300 metros de la vía de Tamalameque que pavimentó Gustavo Bolívar y las carpas de hospital que Berto ordenó templar en El Plateado, y luego presentó en su cuenta de Twitter como un hospital de segundo nivel: ¿no es, más bien, de quinta? Eran cuatro carpas. Podía haberlas anunciado como un glamping: el primer glamping en zona roja para promover el turismo de aventuras con el que logramos reemplazar los ingresos de la industria petrolera.
Pero el meteorito convertirá en chatarra, especialmente, el metro de Bogotá: después de ochenta años de diseños, prediseños, robos, renders y licitaciones, el metro arderá de forma simultánea a su apertura.
La bola de fuego bajará rasante por toda la loma de La Calera, dejando tras de sí una estela de chispas, y quemará las lonas verdes de las calles rotas, que son la verdadera infraestructura de la ciudad. No respetará sus tesoros arquitectónicos: la pirámide de la Gobernación de Cundinamarca, cuyos vidrios de espejo saltarán por los aires; el Museo de la Memoria del que ya nadie se acuerda. La estatua de Américo Vespucio de la carrera séptima. Y chocará con violencia contra los relucientes vagones rojos y amarillos, durante el acto mismo de inauguración. La comitiva del alcalde Juan Daniel Oviedo y los músicos contratados para el acto huirán despavoridos, mientras los relucientes rieles se retuercen de calor hasta quedar chamuscados, convertidos en polvo negro.
Será una de las más grandes alegrías del presidente Berto:
—¡Les dije que han debido hacer el metro subterráneo: ahora mismo tendrían dónde esconderse! —celebrará mientras sacude al viento los largos implantes y promueve en la tarde un estallido semejante al del meteorito: su famoso estallido social, esta vez contra Vicky Dávila, que atravesará su segundo año de mandato luego de que Gustavo Bolívar le entregara el poder en 2030, en unas elecciones donde los votos de Tamalameque fueron determinantes.
Bienvenido, pues, el meteorito. Que culmine el shu-shu-shu iniciado por el gobierno de Berto. Que nos libere de todo lo que viene: del ministerio de Armandito Benedetti: ¡el cambio será con Armandito o no será!; del reinado ide Elon Musk, de la amistad de Putin con Trump. De las películas de El paseo que vienen; ¡de los partidos de Santa Fe!
Y que sus destellos no alcancen a quienes huyan a las carreras, como el ministro de Comercio. Siempre y cuando haya logrado eludir a Roy Barreras.
¡CIRCOMBIA VUELVE!
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