Daniel Samper Ospina
29 Junio 2025 03:06 am

Daniel Samper Ospina

EL PETROVERSO

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Bienvenidos al otro lado de la realidad, la dimensión simétrica pero opuesta que sucede en otra ventana del universo en la cual gobierna el presidente Petro: un mandatario ejemplar, incluyente, mesurado, respetuoso de quienes no votan por él. Que además duerme en piyama.
 
En el PetroVerso, el presidente llega temprano a sus citas; sube a la tarima a las víctimas de la oficina de Envigado. Y sobrelleva su calvicie con dignidad, mientras luce a la vez una soberbia papada que de todos modos lo dignifica.
 
Recordemos la forma en la que en el PetroVerso el presidente canceló, por prudencia, su cuenta de Twitter y cuelga en Instagram los logros privados de su familia: el doctorado en Filosofía y Ética obtenido por su hijo Nicolás; los retratos artísticos y pudorosos de su otro hijo, llamado Pedro (o José, o Juan). Porque en el PetroVerso existen nombres para los hijos diferentes al de Nicolás.
 
Ingresamos a este paisaje atravesado por un arcoíris y detengámonos en aquella pradera luminosa en la que los cuatro mil hombres más ricos del país se toman de la mano y danzan en círculo, mientras pagan, gustosos, la mayor carga tributaria. Lo hacen felices porque nadie ha respetado tanto el dinero público como este presidente en cuyo gobierno el sector privado trabaja de forma articulada y armónica con el público. La economía prospera, como lo reconocen los mercados del mundo. Aplaudamos al responsable de este logro, el único ministro de Hacienda que ha tenido el Gobierno, otra prueba de su estabilidad: el corpulento y siempre respetado ministro Bonilla, Bonillota para sus amigos, dada su enorme estatura de metro con noventa por la cual sobresale en los consejos de ministros: aquellos encuentros técnicos y ejecutivos, cuya privacidad el presidente defiende con recelo, en los cuales Bonillota defiende riguroso el cumplimiento de la regla fiscal, entre otro tipo de reglas, como la de no sobornar congresistas. Son las mismas reuniones en las que brilla por su presencia la ministra de Cultura, de elegante pelo cortado al rape, y por su ausencia el exdirector de Prosperidad, Gustavo de Paula Santander, quien se fue del Gobierno tras confesar públicamente que odia al presidente.
 
Reconozcamos también la discreción de la primera dama, la estética —y estática— mujer que renunció a su séquito de asesores, salvo a Nerú, el masajista que la soba gratis en el gemelo y la ingle, y sin morderla, mucho menos en la nalga. Porque en el PetroVerso nadie da mordidas. Al revés. Lo puede afirmar desde la cárcel el exministro Benedetti a quien el mismo presidente entregó a la justicia.
 
Hablamos de un presidente fraternal, que no induce a la lucha de clases ni ataca a la prensa; un gran hombre de Estado que respeta la división de poderes y enseña con el ejemplo de su propia austeridad. Viaja a los eventos internacionales estrictamente necesarios. Ni siquiera conoce el centro histórico de Panamá. Alguna vez asistió a un importante encuentro en París, donde, como lo reconoció en elogiosa carta reciente su propio canciller, dio cátedra de pulcritud: “De usted aprendimos el respeto, excelentísimo señor, cuando uno de sus escoltas padeció en el avión presidencial una emergencia gastrointestinal y usted, con sus propias manos, lo ayudó”, redactó el jovencísimo Álvaro Leyva.
 
Ingresemos ahora al Catatumbo, capital nacional de la paz. Celebremos a los desmovilizados del ELN que dejaron las armas en los primeros tres meses de gobierno y ahora estudian en la universidad construida por el gobierno, dirigida por la rectora Tierra Rusinque, doctorada cum laude . Es el sueño cumplido del ministro de Educación, apodado el “Ned Flanders de la pedagogía”, por su trato en exceso respetuoso y su alergia a la grosería.

Hoy en día, millones de turistas con los que el país reemplazó la renta petrolera visitan el Catatumbo y de ahí conducen por la autopista a La Guajira para conocer el famoso megatubo de agua potable con que el Gobierno solucionó para siempre el problema ancestral de aquella comunidad. Allá mismo pueden tomar el tren bala que parte de Riohacha y llega hasta Barranquilla, y aun hacer tránsito con el tren eléctrico, moderno y elevado que continúa su viaje hacia el Chocó: el departamento que ha recibido la mayor tajada presupuestal del Gobierno y en el cual la gente idolatra a Francia Márquez, la protagónica vicepresidenta que, como dato curioso, teme a las alturas y siempre viaja por tierra. Posteriormente podrán visitar la capital para conocer su famoso metro, inaugurado hace poco a cuatro manos por el alcalde y el primer mandatario como ejemplo de la doctrina presidencial de “construir sobre lo construido”.
 
En el PetroVerso no se importa gas del exterior porque, como bien lo dijo la experta exministra Irene Vélez, quedan reservas suficientes hasta el año 2048. Esa tranquilidad y una comercialización inteligente de los combustibles fósiles permitieron financiar una transición hacia las energías limpias. Tan limpias acaso como el exdirector de la Unidad de Gestión y Riesgo: un pulcro militante del M-19 cuyo reemplazo es el eficiente y lampiño Carlos Carrillo, ejemplo de cordura en las redes y baluarte de la tecnocracia por encima del activismo.
 
Celebremos al ministro de Justicia, doctor Llanotriste, reputado y famoso jurista de alta talla profesional (y corporal), y de exuberante cabellera, a quien el mismísimo Jurgen Habermas habría citado por sus frases ingeniosas. Y recordemos, a propósito, la de esta semana: “Las naciones decentes no cambian su Constitución ante los caprichos del caudillo de turno”.
 
Palabras festejadas por la congresista Isabel Zuleta, la líder de pelo lacio reconocida por haber echado agua al candidato ahora laico Sergio Fajardo, y por el científico Alfredo Saade, el sabio que contuvo al virus del Covid con su célebre frase de “Agáchate, Colombia”.
 
Bienvenidos, pues, al PetroVerso. Disfruten de su estadía. Y brinden en honor al modesto presidente con cualquier trago que les guste, salvo café. Porque él detesta el café.

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