Daniel Samper Ospina
15 Septiembre 2024 03:09 am

Daniel Samper Ospina

EN EL MANICOMIO DE POLÍTICOS

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

El paciente estaba recluido en un cuarto especial, forrado de colchones.

—¿Y eso? —pregunté a un doctor que parecía buena persona, al lado del cual me ubiqué.
—Es para que no se lastime: nos da miedo que se haga daño, que se dé un autogolpe, por ejemplo.

Me llamó la atención que hubiera tantos médicos observándolo a través de unos ventanales grandes, que, vistos desde dentro, reproducían espejos para que el paciente no se incomodara, pero desde fuera ofrecían una vista de acuario. 

Los doctores tomaban nota. Era evidente que el pobre enfermo les consumía una atención fuera de lo común.

—¿Y a él qué le sucede? —pregunté de nuevo.
—Es un caso de estudio, un desafío para todos. Nunca habíamos recibido a nadie con tantos síntomas. 
—Pero ¿qué le pasa? —insistí.
—Es el poder: los vuelve locos, los enajena… Aunque este es un caso aparte. Además, puede estar mezclándolo con otros estimulantes; café, por ejemplo. 
—Café de leche —anoté, por decir algo.

En ese momento el doctor me miró. 

—Encantado —me dijo—. Soy el doctor Castro. El señor es…
—Un visitante, doctor.

Tras los cristales, el paciente estaba ensimismado. Vestía de blanco, como todos los internos, pero en su caso con un traje de lino, y parecía más un turista proveniente de Panamá que el enfermo más importante del manicomio de políticos. 

—Rara la pinta —anoté.
—Nos llegó vestido de esa forma —respondió.

Me contó entonces que lo tenían bajo estudio porque atravesaba una fase paranoide.

—¿Pero es peligroso, doctor? —indagué—; ¿nos podría hacer algo?
—Hasta ahora no ha hecho nada. Y lo digo en serio: no ha hecho nada: no ejecuta. Solo arenga o se ensimisma. Quizás todo sea producto de un trauma de infancia… 
—De golpe no lo criaron…
—De golpe. Con él nunca se sabe —me dijo con evidente preocupación.

El manicomio para políticos es un lugar casi secreto. Terminé conociéndolo por dentro por un pariente al que tuve que visitar, un tío. Pero si no lo ven mis ojos, juraría que no existe. 

El doctor, al que por alguna razón caí en gracia, me invitó a caminar por los pasillos. 

Quedé deslumbrado. 

Nadie podría decir que la arquitectura es semejante a la de una cárcel. Al revés: son espacios luminosos, blancos, cómodos, en cuyos cuartos atienden a enfermos de poder, a políticos que necesitan sanar, casi todos con los mismos patrones psicóticos. Inicialmente, el patrón era la megalomanía. Después, el patrón fue Uribe. Ahora puede ser cualquier cosa.

—Ese cuarto de allá, doctor: ¿podemos verlo? —indagué.

Me dijo que no. Que era el famoso “cuarto de electrochoques Francisco Santos” reservado para tratamientos extremos.

Supuse que aquellos casos se trataban, a lo sumo, con camisas de fuerza, pero me dijo que únicamente tienen una sola camisa y que debe estar disponible para “él”. Dijo así: “él”. No se atrevió a pronunciar su nombre. Se refería —era evidente— al famoso caso de un líder con delirios de emperador. 

—Tenía el complejo de Napoleón —recordó, todavía sin nombrarlo—, cosa que sucede a los bajitos. Amenazaba con que si el pueblo dejaba de quererlo, se amarraba una piola y se tiraba al Magdalena: un cuadro clásico de manipulación.

El doctor no sabía que yo soy periodista y aproveché esa ventaja para averiguar sobre otros pacientes.

—Hace poco tuve un caso de piromanía: una mujer que quemaba a sus rivales. Un peligro —me dijo.
—¿Los quemaba de verdad?
—¡En un rapto de locura, además, se enajenó y se creía un brócoli!
—¿Pero un brócoli orgánico, al menos? —pregunté.
—Recuerdo otro —continuó el doctor, casi animado— que se creía presidente cuando lo nombraron presidente. Un caso complejo porque además resultaba difícil no reírse, y uno es ante todo un profesional. Desarrolló un complejo de Edipo complicado; trataba de ser idéntico a su papá político. Se ponía sombreros vueltiaos. Poco a poco fue se fue infantilizando: un día tocaba guitarra; otro día se creía presentador de televisión y se hacía autoentrevistas en inglés.

Habíamos dado toda la ronda por el pasillo circular y nos acercábamos de nuevo a la habitación del paciente en estudio.

—Pero este caso es inédito. Nunca antes habíamos tenido uno parecido. Es de temer.

Nos pusimos de pie frente al ventanal para observarlo. El pobre enfermo se  quedaba pensativo, ido. De golpe tomaba el teléfono celular y escribía de forma frenética, salido de sí.

—Este no es tan bajito como Napelón —anoté, para decir algo.
—Bajito solo de punto —me dijo—. Pero igualmente se cree emperador.

Me contó entonces que una patrulla lo había traído desde Armenia donde había manifestado  una crisis sicopática mientras daba un discurso en una bodega. O ante unas bodegas, no comprendí bien.

—Lamentaba que no mataran a los periodistas que él no consideraba independientes, decía que lo iban a tumbar, hacía alusiones a Salvador Allende, a Habermas, a Rocinante: ¡por poco delira!
—¿Y no saben lo que tiene? 
—Bueno: hay rasgos de mitomanía, de narcisismo, de paranoia…  hay delirios de persecución. Lo invaden pensamientos obsesivos con el cosmos, con el infinito. Es muy extraño. 

Pensé entonces en el primer vuelo de turismo espacial lanzado por Elon Musk esta semana, y en una coincidencia asombrosa el doctor añadió:

—Esta mañana musitaba insultos contra Elon Musk. Llamamos a unos colegas venezolanos porque allá tuvieron un caso parecido.

Pensé que su locura podía ser contagiosa; que la sociedad entera perdería la razón por culpa suya, y entonces me invadió una ola de angustia y sentí la necesidad de salir del lugar.

De todos modos no me quedaban fuerzas para visitar a mi tío, a quien aquella mañana iban a someter a un tratamiento cubano.

Me despedí del doctor con el pretexto de que se hacía tarde. 

En la calle recordé la frase de Habermas según la cual la locura es un escape. Aunque pudo haberla dicho Rocinante. O Elon Musk. Y entonces sentí alivio de que no me hubieran dejado allá adentro. 
 

CIRCOMBIA VUELVE A BOGOTÁ EN SEPTIEMBRE

BOLETAS ACÁ

¡LLEGA LA GRAN GIRA NACIONAL DE CIRCOMBIA!

Haga click en cada destino para comprar las boletas:

Villavicencio (septiembre 26)

Cúcuta (octubre 10) 

Neiva (octubre 15)

Ibagué (octubre 16)

Cartagena (octubre 24)

Santa Marta (octubre 25)

Barranquilla (octubre 26)

Medellín (noviembre 2)

Bucaramanga (noviembre 9)

Montería (noviembre 16)

Popayán (noviembre 21)

Cambio Colombia
Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí

Más Columnas