
Tuve la ilusión de que la segunda carta de Álvaro Leyva abundaría en detalles morbosos: que describiría escenas en las que Berto encarnaría a Charly García con párrafos del estilo de “aquella vez, presidente, usted destrozó la suite del hotel y extendió un polvillo blanco sobre una mesa de vidrio frente al que todos temimos lo peor: que fuera caspa”, entre otras descripciones sucias, que servirían lo mismo para hacer oposición que para inspirar la próxima telenovela de Gustavo Bolívar.
Pero para encontrar detalles sucios esta semana bastaba con leer las noticias que salpican al Gobierno, como la detención de los expresidentes del Senado y de la Cámara por haber sido sobornados, presuntamente, desde la Casa de Nariño. Los integrantes del Pacto Histórico, tan beligerantes en el pasado, ahora no abren la boca. El único que ha dicho algo memorable fue el propio presidente Berto cuando afirmó en su cuenta de Twitter: “amoarecer busvo en em amor la.foema de extraee dinwros para pagar campañas en Bohitá”, en palabras dictadas, probablemente, por Navarro Wolff.
Los demás han guardado acomodado silencio, como David Racero, célebre por su doble ídem: ¿qué le diría el David Racero del pasado al David Racero de hoy ante el escándalo de Andrés Calle, socio político del presidente? ¿Qué hubiera dicho si Iván Duque no hubiera asistido al entierro del papa porque se estaba recuperando de una lipo?
Pero sobre todo: ¿qué tipo de estallido social estaría promoviendo si Martuchis hubiera renunciado al gobierno de Duque y detallara la vez que Ivancho se perdió dos días en París para comprar chocolates?
La idea de redactar extensas cartas con reflexiones y denuncias no es propia de Álvaro Leyva: la tomó de un compañero de su promoción de colegio que hacía lo propio con los Corintios, el alumno San Pablo. Leyva quiso imitarlo escribiendo en un inicio largas epístolas a los hinchas de un equipo de fútbol brasileño, los Corintians, y posteriormente decantó su estilo hasta lograr esta redacción alambicada y barroca con la que no sólo renunció al petrismo, sino al uso de las comas.
Publico entonces este modelo con el fin de que inspire al doctor Leyva para su próxima entrega:
Señor Presidente:
Me dirijo a usted con el ánimo de dar continuidad a la carta que de manera comedida le hice llegar esta semana para inmiscuirme en terrenos íntimos suyos Presidente tomando como propias las acotaciones traídas por el universalmente los filósofos católicos Antonio Millán-Puelles, Agustín de Hipona y en una dimensión más nacional la Negra Candela.
Señor Presidente Petro, usted está enfermo. Su desaparición en París puso de manifiesto una vez más la gravedad de su adicción.
Desde antes de su posesión usted Presidente venía produciendo haceres absolutamente insoportables y vergonzosos ante el mundo entero como dormir desnudo o someterse a implantes y cirugías estéticas a sus 65 años.
En enero fuimos a Chile y usted se desapareció. La comitiva lo encontró en el bar El Tufo con Garganta de Lata y otros personajes de Condorito. En Davos me correspondió atender al ex primer ministro del Reino Unido, Tony Blair a quien durante tres horas hube de explicarle de la importancia de la familia Leyva en el país y las ideas de Álvaro Gómez en general. En China nos sirvieron diez platos a la usanza de los banquetes oficiales chinos de los cuales dio cuenta el influenciador Wally, a quien usted ordenó llevar en la comitiva diplomática por si pasábamos por Corea del Norte. En la larguísima mesa bellamente adornada, pidió usted sancocho trifásico y posteriormente decidió no hablarle a su anfitrión el Presidente XI Jinping como no fuera de la importancia de hundir el metro de Bogotá. Mantuvo absoluto silencio todo el tiempo. Por poco se calza los guantes blancos con que manipula la espada de Bolívar para hacer como un mimo. Posteriormente Wally pasó mesa por mesa recogiendo los sobrados de los diez platillos y nos causó a todos insoportable vergüenza.
En otra ocasión, tras pedirme la señora Laura Sarabia que lo comunicara a usted con el Presidente de Turquía porque usted quería cotizar los implantes capilares en los que aquel país es potencia mundial, se logró que el Jefe de Estado accediera a llamarlo el día sábado 18 de febrero pero usted no paso al teléfono. Se me solicitó que otra vez buscara la repetición de la comunicación. Erdogan, serísimo Presidente, accedió. La nueva llamada fue igualmente desatendida. En una tercera llamada usted incluso imitó voces y preguntó si allá lavaban ropa.
Pero el episodio más delicado sucedió cuando usted se desapareció dos días en París durante una visita oficial. Como si Inteligencia francesa fuera incompetente como para no haber conocido su paradero. Lo siguieron señor Presidente en todo lo que hizo. Cuando reclamó a los gritos que pusieran su estatua en la plaza de los mártires; cuando gritó los nombres de Benedetti y Laura Sarabia en la plaza de la Concordia; cuando pidió whisky fino para iniciar lo que dio en llamar la toma de la Bastilla. De forma literal. Esa fue la noche en que llamó a unas aprendices del Sena para meterse desnudo en el río y luego asistió a un espectáculo en el Lido en el cual se metió con la primera línea, pero esta vez de bailarinas. Vestido de mujer, elevó la pierna hasta mostrar la enagua y gritó uno a uno los ingredientes de la famosa sopa de cebolla parisina —el pan es el pan, el ajo es el ajo, la cebolla es la cebolla— para justificar el nombramiento de Benedetti.
Esas conductas insólitas son propias de una enfermiza condición. El Presidente del país de la coca, cayó en la trampa. Llegó la hora de revisar su permanencia en la Presidencia de la República. Aspiré a decírselo personalmente. Imposible. Se encontraba usted aspirando precisamente”.
El presidente, pues, es una caspa: como la de Charlie García. Así lo dice su ex canciller. Esperamos con ansias la próxima carta en la que ojalá no falten los detalles. O por lo menos las comas.
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