Daniel Samper Ospina
8 Diciembre 2024 03:12 am

Daniel Samper Ospina

EN MI PESEBRE COLOMBIANO

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

Todo sucedió muy rápido: arrimé una silla para bajar del altillo la caja donde guardamos el pesebre, la arañé con los dedos para alcanzarla y se vino abajo como si fuera la acción de Ecopetrol: se desplomó contra el suelo y quedó como la paz de Santos, como el sistema de salud después de Petro: hecho trizas, convertido en migajas el pobre pesebre de toda una vida al que le llegó su shu-shu-shu con el gobierno de Berto, como a todo.

Quedé paralizado, sin reacción alguna. Bajo la sonrisa de un Cristo de yeso, y por problemas en la caja, el pesebre se había quebrado: expuesto así, el diagnóstico podía ser el mismo de lo que lo sucederá con el país con la ley de participaciones. 

Pasmado por el inminente regaño de mi esposa, me entregué entonces a una extraña ensoñación, una suerte de escapismo mental al que acudo cada vez que el alma se me sale del cuerpo: sin necesidad de cerrar los ojos, imaginé entonces que tenía el tamaño de Dios y podía alzar, con los dedos como pinzas,  a los personajes de la vida nacional para reemplazar con ellos las figuras de barro que acababa de romper. 

Extendí, entonces, esta Colombia de 2024 debajo de la chimenea, como si fuera la bandera del M-19 en Uruguay. Previo permiso concedido por el Clan del Golfo y las disidencias de las FARC, regué por el territorio periférico una serie de campesinos del Cauca que amenazaban huelga, de estudiantes sin créditos del Icetex y de amas de casa que debían cocinar con gas importado. Y sobre aquel escenario popular, situé a Armandito Benedetti en calidad de San José y a Laurita Sarabia como Virgen María, y los dispuse a ambos como en la foto aquella que se tomaron en Palacio, cuya composición era idéntica a la de un pesebre: el desorden de la mesa de centro era la cuna; el dios tutelar, que todo lo observa, el mismo Berto, escurrido en su sillón.

Habría puesto a doña Verónica en el papel de Virgen, pero desde hace meses vive desaparecida. Y la abnegada Laurita, además, recibe los designios de Berto sin cuestionarlos, con cristiana resignación, y en eso ha resultado una verdadera santa: una mujer admirable que siempre busca la verdad, cueste lo que cueste, sin importar el precio del polígrafo.

Debajo de la casucha del pesebre senté a Marelbys, precisamente. Sobre un camino destapado para cuya pavimentación Gustavo Bolívar prometía partidas del DPS, alineé a los tres reyes magos: el canciller Melchor, Iván Name como Gaspar (le llevaba al Niño el oro de su anillo sideral) y Juan Fernando Cristo como Baltasar:

 —Tjaje esta migga de guegalo ¬—le decía al Niño. 

La duda consistía en resolver quién sería el Divino Salvador para acostarlo en una cunita abullonada con la paja que conseguí de los discursos de Berto. Inicialmente pensé en los dos Nicolases: no en vano, en mi infancia alguna vez tuvimos un pesebre con una pareja de niños, como en su momento lo relató mi progenitor. 

Pero no tendría sentido alguno y debía decidirme por alguno de los dos. Dura labor porque ambos han sido protagonistas de noticias importantes: al uno lo acusaron de lavado de activos y al otro, esta semana, de tráfico de influencias: Nicolás y el Otro Nicolás, ¡únanse! ¡Monten un verdadero concierto para delinquir, un novedoso tráfico de lavados, de activos por influencia! 

No supe por cuál decantarme, si por Nicolás el Malo o Nicolás el Peor, que vendría siendo —esto ya va en los gustos— el que pernocta en Barranquilla.

Me sacó de la duda la noticia de que, después de haberlo defendido con ahínco, el presidente Berto al final soltó a Bonillita: lo dejó caer, como mis dedos a la caja del pesebre. Acaso porque estas épocas me ponen nostálgico, tuve que contener las lágrimas cuando miré el video en que explicaba su renuncia: contra la evidencia de su tamaño, el exministro decía que salía de su cargo por todo lo alto y pregonaba un conmovedor alegato en el que movía las manitos como si estuviera recitando un poema en la presentación de fin de año del colegio. “¡Grande, Bonillita!”, exclamé para mis adentros. En un sentido estrictamente figurado. 

Lo acomodé entonces en la cunita de paja. En su tamaño real. Con el torso y las piernas desnudas. Arropada la porquería apenas por un pañal de tela. Y, mientras lo miraba con ternura, agradecí su enorme capacidad de sacrificio y su bondad.

En este 2024, pues, Bonillita será el Niño Dios de mi pesebre. Es el mártir del año. Bien decía el mismo presidente, en aquella defensa que parecía una confesión, que a su pobre exministro le cobraban haber hecho lo que todos los ministros en el pasado. ¡Déjenlo sobornar a él también, clasistas! 

Acomodado, pues, el cuerpito de Bonillita en la cunita, me puse de rodillas frente al pesebre y oré. Oré por él, oré por todos. Por aquellos que necesitan una luz de esperanza en estos días. Por los que la necesitaron en el año. Por Nerú, para que la primera dama no lo abandone nunca, así se mude a Europa. Por las cejas de Beth Levy, la cuñada del presidente. Por los que compraron pasajes a Inglaterra para viajar en enero. Por el presidente y sus ministros, para que los dejen delinquir a ellos también, sin discriminaciones. Y le pedí a Berto, es decir, al Altísimo, que protegiera al Bajísimo: que no se tomara a mal el hecho de que Bonillita hubiera trasladado a la Fiscalía la acusación contra Nicolás el Menos Malo o hubiera dicho, entre líneas, en su carta de renuncia, que el presidente estaba enterado de todos sus pecados.

—Protege al Niño, dios Padre —le pedí con la fuerza de mi fe al presidente—: no te pelees con él, que te fue leal. No le des el descanso eterno sino una embajada. La de la FAO, que está disponible.

 Cuando iba a decir “amén”, mi esposa irrumpió en el pequeño cuarto:

—¿Se puede saber por qué te fuiste a traer los adornos de navidad y no más regresaste?

Antes de que pudiera responderle, miró el desastre del piso y pegó un grito que se alcanzó a escuchar en Belén. Con voz de sargento me ordenó limpiar el altillo. Cosa que hice en homenaje al bajillo. 

CIRCOMBIA VUELVE A BOGOTÁ EN DICIEMBRE

ÚLTIMAS BOLETAS ACÁ

Cambio Colombia
Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí

Más Columnas