¡Cómo nos hizo sufrir el partido del miércoles contra Uruguay! “No apto para cardiacos”, como decían los comentaristas de antaño. Y preparémonos para el de esta noche frente a Argentina, que puede resultar histórico y aún más estresante.
Desde el Mundial de Chile en 1962 y ese inolvidable gol olímpico de Marcos Coll, no me he perdido un solo partido importante de la selección Colombia. Y debo decir que no había visto un equipo nacional tan sólido y completo como el que hoy tenemos. Veintiocho fechas invicto lo dice todo.
Hace 62 años aquel empate heroico 4-4 frente a la Unión Soviética y su formidable arquero Lev Yashin, la llamada Araña Negra, considerado el mejor del mundo, produjo una explosión de júbilo callejero sin precedentes en el país. Poco duró, pues Colombia sufrió luego una goleada de 5-0 a manos de Yugoeslavia que cayó como aguacero helado sobre los ánimos nacionales. Parecido a la profunda desilusión que produjo en 1994 el fracaso de la selección de ensueño de Maturana (la del Pibe, Higuita, Rincón, Asprilla…), que llegó como favorita al Mundial de Estados Unidos (“la mejor del mundo” llegó a decir el rey Pele) y fue la primera eliminada.
A esa trágica debacle contribuyeron los dineros calientes del narco y las rivalidades, chismografía y hasta brujería entre un equipo que fue endiosado y se lo creyó. Trágica porque terminó en el inconcebible asesinato de Andrés Escobar por el autogol que le cobró un apostador mafioso. Como son trágicas las muertes que dejan las etílicas celebraciones de nuestras victorias futbolísticas. El triunfo sobre Grecia en la primera vuelta del Mundial de 2014 produjo centenares de riñas, quince heridos y nueve muertos en Bogotá. “¿Por qué los festejos de Colombia terminan con muertos?”, se preguntaba la BBC de Londres.
Tal vez sea de “mal agüero” evocar estos tristes episodios cuando hoy estamos ante la gloriosa posibilidad de ganar la Copa América. Pero me asiste la certeza de que esta eventualidad no puede producir otro reguero de cadáveres y que el país ha evolucionado y adquirido un nivel de madurez mental y emocional como el que ha mostrado la selección que con gran acierto dirige Néstor Lorenzo. Es tal vez su mayor virtud, además de una fortaleza y empaque físicos también sin precedentes. El jugador colombiano es hoy más alto, atlético y robusto en un deporte que también se ha vuelto más duro y físico. Basta ver la cantidad de lesionados retorciéndose del dolor en la gramilla.
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Mucho se ha escrito y teorizado sobre el fútbol como factor de identidad nacional y en este torneo se confirma cómo aglutina a todo un país en torno de once jugadores que lo representan y simbolizan. Aquí y en el resto del mundo, tratándose del más universal de los deportes. Durante la competencia se borran diferencias políticas y sociales y triunfos o derrotas tienen efectos sobre la autoestima y orgullo de una nación. Por eso, si para los marxistas del siglo XIX la religión era “el opio del pueblo”, hoy sería el fútbol el gran distractor de las masas.
Y por eso es utilizado por gobiernos —sobre todo los de corte autoritario—para aliviar tensiones y generar populismos patrióticos. Las olimpiadas que organizó Hitler en 1936 o el Mundial de 1978 en Argentina, que presidió el feroz dictador Videla, son ejemplos que confirman que “los que creen que el deporte no tiene nada que ver con la política o no saben nada de deporte o no saben de política”, como dijera hace tiempo el exfutbolista uruguayo Gerardo Caetano.
Lo que no significa que los ídolos deportivos deban ser figuras políticas. Son estrellas globales, transnacionales y su conexión con la gente va más allá, por lo que suelen evadir posturas o pronunciamientos políticos. Pero no todos. Muhamed Alí, el más grande boxeador de todos los tiempos, nunca ocultó su oposición a la guerra del Vietnam ni sus críticas mordaces al sistema político y deportivo vigente, que harto le costaron pues fue despojado de su título. El astro del fútbol francés Kylian Mbappé hizo un llamamiento en vísperas de las recientes legislativas de ese país a no votar por la derecha radical y sin duda esto influyo en el apretado triunfo de la izquierda.
Pero basta ya de elucubraciones y recuerdos. La cosa es aquí y esta noche. Todo estamos en modo fútbol, esperando el pitazo de las siete. ¡A ganar, pues, y a celebrar en paz!
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P.S.1: ¿Tenemos un “atarván” como ministro de Educación? Así lo calificó el profesor y exalcalde de Medellín Sergio Fajardo y así lo sugiere el historial de ”puteadas” a Raimundo y todo el mundo que exhibe el nuevo miembro del gabinete. Cabe preguntarse cuál sería el ejemplo para la juventud y cuáles los méritos académicos de Daniel Rojas para ocupar esta cartera. Entre sus lecturas ciertamente no figura el Manual de urbanidad y buenas maneras de Carreño. Pero sí tiene un doctorado en petrismo puro.
P.S.2: No sé si el camino sea el fast track que propone Petro, pero algo hay que hacer para acelerar la implementación del Acuerdo de Paz. Increíble que tantos años después no se haya aplicado a cabalidad el primer punto sobre reforma agraria y entrega de tierras a los campesinos. Una vergüenza y un grave incumplimiento del Estado.