Daniel Samper Ospina
19 Febrero 2023

Daniel Samper Ospina

GABRIEL JOSÉ GONZÁLEZ

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Esta historia comienza hace 17 meses, a quince kilómetros de Maicao, en la ranchería donde nació Gabriel José González el martes 20 de julio de 2021, y termina a mediados de esta semana, con su cuerpo muerto sobre la camilla metálica de la morgue de la Clínica Maicao, mientras su mamá lo viste para su funeral con la única ropa que alguna vez estrenó: un pantalón azul y una pequeña camisa blanca y unas medias de algodón. 

Es verdad que esta semana las noticias sacudieron el panorama: que en Bogotá organizaron una marcha a favor (y otra en contra); que la alcaldesa Claudia López se reunió con el ministro de Transporte para limar asperezas; que la cantante Rihana promocionó su marca de maquillaje en el intermedio de la final del Super Bowl… 

Pero esta vez, al menos por esta vez, permítanme hablar de esta historia; permítanme por esta vez recordar las palabras del poeta peruano César Vallejo —que también murió de hambre en París, sin aguacero— cuando dijo: “Un hombre pasa con un pan al hombro, ¿con qué cara llorar en el teatro?”/ “Otro busca en el fango huesos, cáscaras: ¿cómo escribir después del infinito?”; permítanme recordarlas y no hablar de la alcaldesa que se disfraza de soldado o del presidente que se cree un río, sino de este niño que ya pasó: de su vida leve que ya fue; de su agonía de dolor sin sangre a la que jamás se someterán mis hijas ni los hijos de quienes leen esta columna.

Por esta vez hablemos del niño Gabriel José González González, que ha muerto esta semana; de su papá, Wilmer José González, reciclador de 27 años; de su mamá, Katherina, de 33; hablemos de los cinco hijos que tuvo el matrimonio y detengámonos en el penúltimo: el niño al que le gustaba recostar el cuerpo contra el chinchorro para mantenerse de pie y que jugaba con un carrito de madera hecho por su papá. Consignemos en su biografía que su comida preferida era el topocho, o guineo verde; que jugaba con su hermano David más que con nadie. Que a comienzos de febrero tuvo accesos de diarrea y arcadas de vómito. Dejemos consignado en el párrafo principal de su vida que un día antes de morir, en una bochornosa tarde de sol, sus papás viajaron con él a Maicao en moto, y sintió el viento en la cara; y que murió la madrugada siguiente en una cuna de metal: murió o terminó de morir, porque venía muriendo desde antes y la muerte por desnutrición jamás irrumpe: es una invasión serena a la que el cuerpo se va entregando mientras la consciencia se duerme. 

La doctora Ivanna Marín firmó el certificado número 181920 en el que consta que a partir del 15 de febrero, a las 00: 15: 00, Gabriel José González González está oficialmente muerto; que ya es un muerto de verdad, como los 144 niños que el año pasado murieron igual que él y como los 11 que —dicen algunos— han muerto este año: modestas muertes parecidas, sin aspavientos ni alharacas, que no fueron producto de guerras ni pandemias, sino del hecho simple de comer poco y, por encima de eso, y como causa primaria, del acto cotidiano de beber agua del mismo charco sucio en que abrevan los animales: esa agua marrón, espesa y llena de grumos, semejante al café con leche, que es la única forma de agua que conocen los niños de la Guajira.

Vale decir que mientras moría nadie pidió la palabra ni dejó consignada su posición: nadie hizo nada. No hubo gente a favor ni gente en contra, no hubo marchas. En los programas de debate radial no confrontaron ningún punto de vista al respecto y nadie hizo un tiktok en su memoria: no se dijo nada. Y sin embargo, tomemos dos minutos para saber que Gabriel José no tuvo nunca premolares; que aprendió a decir treinta palabras en su lengua; que el tope de su vida fue estar con sus hermanos, en el rancho de siempre, rodeado de cabras, sobre el piso de greda.  

Tomemos dos minutos para enterarnos de los pormenores de sus mañanas: para recordar que, según su tío, se despertaba pasadas las siete; dos minutos para saber que lo bañaban para refrescarlo; dos minutos para saber que sus hermanos se llaman Anderson, Ángelo, Anyerbeth, José Wilson y, claro, su íntimo David; que, cuando mejor podían, sus papás le daban plátano y queso y masa de granos hervidos en el agua rancia y amarilla del jagüey. Tomemos dos minutos finales para enterarnos de que compartía su chinchorro precisamente con David, de cinco años, de quien ya dijimos que era su hermano más cercano. 

El señor gobernador de la Guajira no asistió a las exequias. El gobierno central no envió delegados. No se hizo presente ni envió arreglo floral la señora Concha Baracaldo, funcionaria del Instituto de Bienestar Familiar durante un tercio de la vida que tuvo Gabriel José González. 

Asistieron en cambio poco menos de treinta personas dentro de las que estaban Noel Iguarán, María Finol, Dayer Fernández, Arelis Romero. Y su tío Laureano González.

Dos niños, su primo Junior Alejandro y su hermano Ángelo José, fueron los encargados de cargar el pequeño féretro blanco, relumbrante bajo el sol terrible de las dos de la tarde, y llevarlo al cementerio.  A las tres ya no quedaba casi nadie en el pequeño mausoleo que su papá construyó con sus propias manos, ayudado por el dinero que recogió en una colecta (de la cual obtuvo para el cofre y para la muda nueva que el niño estrenó en su funeral).

Esta historia termina el viernes 17 de febrero de 2023, a las 3:30 de la tarde, con el cementerio de la ranchería despejado de gente; el niño acomodado en el cajón; el cajón acomodado en el mausoleo. Y la tarde desierta.

Querido Gabriel José González González: no comprendo por culpa de cuál orden siniestro tu vida fue fugaz, tu muerte lenta; mucho menos por cual azar extraño tú fuiste el niño muerto de esta historia, y no los hijos de quienes la leyeron (o las hijas de aquel que la escribió).
 

Permíteme decirte, sin embargo, que me apena tu muerte como a nadie; que me apena mi vida ante tu muerte; y no tengo palabras para explicarte nada o para dar consuelo a quienes quedan. Ojalá que se diga tu nombre muchas veces. Este breve recuerdo es para ti. En el primer domingo en que estás muerto. Mientras un hombre pasa con un pan hombro. Y tu hermano David te echa de menos.


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