
La mayoría de los grandes sustos que corren por la calle (la convocatoria de cabildos, elecciones imprevistas y hasta asambleas constituyentes) son meros bulos, viejas mentiras reencauchadas. Conviene mantener la cabeza fría para no dejarse asustar.
Muchos creímos —eso sí es verdad— que el presidente Gustavo Petro iba a entender que la fatalidad deparó un giro fundamental a su gobierno. El repudiable atentado contra Miguel Uribe —por cuyo total restablecimiento hacemos votos— sacudió al país como una bofetada y nos obliga a revisar el camino electoral que empezó torcido. No sobra, pues, la campaña de hagámonos pasito que toma vuelo en sectores de la opinión pública.
Muchos comentaristas y políticos respaldan esta instancia reflexiva. Lamentablemente, el Gobierno, que debería encabezar un acuerdo de moderación y respeto mutuo, es el primero que evade su deber de faro nacional. Petro sigue como un tren ciego y pretende curar el fracaso de tres años de delirio con sobredosis de demagogia. Es difícil pedir algo distinto a un ego inflamado, y mucho menos si examinamos la tropa que lo rodea: un antiguo (¿?) drogadicto que es su ideólogo y estratega; aprendices de gobernantes bisoños y despistados; un profesor loco; un notable abogado tolimense a quien hoy contradicen las más brillantes mentes jurídicas del país; y no pocos antiguos camaradas del jefe del Estado que, al ser nombrados funcionarios, cambiaron la espada de Bolívar por comisiones o contratos.
El primer año del cuatrienio de Petro sugirió una opción nueva y progresista. Proponía, entre otras cosas, defender el medio ambiente, combatir la desigualdad, luchar contra la corrupción, conseguir una paz sólida y rápida... El gabinete inicial del Pacto Histórico combinaba la experiencia administrativa de antiguos funcionarios probos con el ímpetu de caras frescas. En el ambiente flotaba un aire optimista. Pero algo ocurrió antes de los doce meses y el Gobierno de repente involucionó hacia un pantano extraño donde afloraron las peleas internas y se disparó el asalto a los dineros públicos.
Poco a poco el propio presidente ofreció una imagen insólita de desatención y sombras. Llegó el momento en que añadió a su programa las amenazas, las convocatorias populares y el manejo de la zozobra en su relación con las instituciones. Juró aceptarlas, pero él mismo se encarga de sembrar dudas al respecto. Primero fueron chistecitos y sonrisas malévolas. Luego el atropello de las fronteras entre los poderes. Al final, en algunos círculos aletea la sensación de que, pretextando contar con apoyo popular, estaría dispuesto a sacrificar la Constitución. Yo confío en que no será así.
Desde la orilla opuesta, la extrema derecha cumple también su tarea desestabilizadora agitando las pesadillas de Venezuela y Nicaragua. Entretanto, allá, en el monte, los grupos violentos aportan su creciente cuota de pólvora y víctimas.
El atentado contra Uribe Turbay es un viaje relámpago al pasado. Volvimos a ver los horrores de la campaña del 89, a lamentar la costosa sangría de líderes asesinados, a palpar el miedo y la angustia. Al mismo tiempo, sirvió para que muchos despertaran y propusieran un alto en el camino. Era la coyuntura perfecta para que el presidente se convirtiera en piloto del timonazo y asumiera la convocatoria de un pacto nacional, en vez de suplantar con recursos de mediocre orador improvisado un liderazgo fundamental.
Yo, con el optimismo típico de los ancianos debutantes, creo que aún es posible convencer a Petro de ponerse la camiseta multicolor que exige el momento y que se comprometa con un nuevo código de conducta donde figuren, entre otros, los siguientes consejos:
• No escuche solamente a su tropa, y desconfíe de los elogios.
• Oiga a todos los grupos y recoja los buenos consejos, vengan de donde vinieren.
• No más trinos ni mensajes nocturnos. Su experiencia en esta materia no ha hecho más que desconcertar a los ciudadanos y sembrar dudas sobre su estabilidad emocional, permanente o episódica.
• No se tome libertades con alcohol ni fármacos antes de que termine su mandato. Después, el problema deja de ser nuestro y será solo suyo. Pida ayuda de médicos especialistas.
• Cancele todo viaje que no sea absolutamente indispensable y, si es ineludible, explique a los ciudadanos —que pagamos gasolina, hoteles, comidas y viáticos— por qué lo es y quiénes lo acompañan.
• Recuerde siempre que usted fue elegido por una minoría de ciudadanos y sin embargo es presidente de todos nosotros.
Si Petro da el ejemplo será más fácil exigirlo a otros. En cambio, si renuncia a ser modelo de contención y desaprovecha la ocasión de desarmar un amenazador futuro inmediato, su deuda con la historia será impagable y sepultará durante doscientos años más el papel de una izquierda civilizada y civilizadora.
De La Habana ha llegado...
Un amigo que viajó a Cuba en plan de turista encontró hace poco en el diario Juventud Rebelde el siguiente editorial de su director Yoerky Sánchez, escrito, como corresponde a un buen cubano, en décimas espinelas. Mi amigo afirma que los versos parecen destinados a Colombia y, más precisamente, a Los Danieles.
1.
Cuando el diálogo resulta,
en respeto se traduce
y cada parte conduce
el tema de forma culta.
Nadie se ofende ni insulta,
se reconocen errores,
se buscan modos mejores,
se adoptan acuerdos plenos,
y no hay ni malos ni buenos,
vencidos ni vencedores.
2.
En el diálogo que aporta
todo el mundo contribuye;
la verdad no se rehúye
entenderse es lo que importa.
Solo quien lleva luz corta
ignora lo provechoso
del debate sustancioso;
solo el torpe no aquilata
la energía que desata
el diálogo respetuoso.
3.
Son tiempos de dialogar,
de llegar a entendimientos,
de intercambiar elementos,
de proponer y aportar.
Si hay algo que cuestionar
pues, sin temor, se cuestione.
Que el diálogo solucione
controversias, asperezas
y muestre las fortalezas
que ese acto presupone.
