
Hasta los más lúcidos analistas políticos gringos se declaran incapaces de predecir o desentrañar las salidas del volcánico presidente Trump. Su abrupta decisión sobre el aumento de aranceles sacudió a la economía mundial y fue calificada como “un tiro en el pie”. Pero también como “medida genial” para volver más competitivo al dólar.
Está por verse. Por ahora confirma que la ruta hacia su anhelado MAGA (“Make America Great Again”) pasa por un agresivo nacionalismo económico, con alta dosis de proteccionismo y el consabido matoneo comercial de los demás países. No se salva nadie y no estoy tan seguro de que Colombia la “sacó barata”, o de que esto represente una gran oportunidad para el país.
Economistas varios aseguran que las medidas de Trump serán contraproducentes y traerán una recesión económica mundial, que ya asoma la cara. Incongruente por lo demás su argumento de que Estados Unidos se ha empobrecido por ayudar a países ingratos que no le han correspondido.
Tampoco convence ese plan menesteroso en que coloca a la primera potencia económica para poder negociar más duro.
Lo que sí se entiende es esa habilidad política de señalar culpables ajenos de los males propios y los réditos políticos que le produce. Trump lo sabe bien y se siente tan confiado que ya muestra que le llama la atención una tercera presidencia. Un imposible constitucional, pero desprecia las normas legales que lo restringen y si puede torcerlas, lo haría sin rubor alguno.
La personalidad apabullante y belicoso espíritu de Trump le encantan a mucha gente y nutren su popularidad, pero también revelan su lado más innoble y mezquino. Su carácter vengativo, para comenzar. Ya es presidente y goza de plenos poderes, pero no puede olvidar a quienes lo cuestionaron y la forma como se ha dedicado a cobrar cuentas y sacarse el clavo desnudan una vez más su talante.
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El reportero investigativo de The New York Times Michael Schmidt, que hace años cubre a Trump, sostiene que este ha encontrado nuevas formas para castigar a sus críticos, que incluyen demandas penales, órdenes ejecutivas, destituciones fulminantes, retiro de medidas de protección e intimidación pública, en ocasiones grosera, de personas e instituciones culturales y académicas que en algún momento lo contrariaron (Smithsonian Institute, Universidades de Columbia y Harvard, por ejemplo).
Amenazar con investigaciones criminales es, según Schmidt, una táctica recurrente y recuerda las veces que ha dicho que quiere ver al hijo de Biden en la cárcel. Basta ver cómo han sido purgados muchos de los funcionarios judiciales que procesaron a los trumpistas enardecidos que atacaron el Capitolio. El hombre no se para en pelillos y ahora aboga por sanciones contra abogados y firmas legales que litiguen “de manera frívola e irrazonable contra Estados Unidos” (vale decir, contra su gobierno). Y decepciona ver cómo prestigiosos bufetes y grandes empresas han agachado la cabeza y acatado sin chistar las amenazas y presiones. Se han precipitado a decir: “¿Dónde firmo, señor presidente, dónde firmo?”. Al punto de que Trump se ufanó de que todos se acercaron a “besarme el trasero”. Forma poco elegante de agradecer favores.
Hay temas sobre los cuales prefiere no hablar, como la reciente derrota que sufrió en Wisconsin donde el candidato ultraconservador que recomendó con frenesí para una curul vacante en el Senado estatal fue vapuleado por una mujer demócrata y liberal. Una elección similar en la Florida, considerada bastión republicano y trumpista, registró un marcado descenso de la votación por el partido del presidente.
Sobre el tema de la China, que ha escogido como gran rival, su discurso varía según la circunstancia pero trasluce un hecho claro: China no se dejó intimidar. La negociación sobre aranceles será sin amenazas ni chantajes. Y mandatarios de otros países comienzan a responder al maltrato trumpista. El canadiense Mark Carney interpretó bien la indignación nacional que produjo la pretensión de convertir a su país en el estado número 51. La mexicana Claudia Sheinbaum también lo puso en su sitio.
El nuevo canciller de Alemania, Friedrich Merz, dijo que su prioridad era lograr que Europa se independizara más de Washington, mientras que el expresidente español Felipe González fue mas allá y calificó a Trump de “matón ignorante y necio que va a ser la ruina de Estados Unidos”. No estar en el gobierno le permite un lenguaje más directo y menos diplomático, que de todos modos traduce un sentir generalizado en la comunidad internacional.
Todo lo cual no significa que Gustavo Petro se ponga ahora de muy machito porque puede salir con el rabo entre las piernas. Ya sucedió y se sabe que Donald Trump no vacila en descargar su garrote sobre los mas débiles que osan criticarlo.
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Bienvenido el fallo del Consejo de Estado que le ordena al presidente Petro no transmitir consejos de ministros por la televisión y radios privadas. Hace una semana dije aquí que se estaba abusando de manera preocupante de las alocuciones televisadas por todos los canales en el horario de mayor audiencia y preguntaba si no bastaba con la amplia difusión del canal del gobierno, RTVC.
Preocupante no solo por el afán de protagonismo mediático que transmite, sino por la forma en que este exceso lesiona el derecho a la información de todos los ciudadanos. El Consejo de Estado dijo que la facultad de la que goza el presidente de la República para dirigirse a los colombianos no confiere poderes omnímodos y que el Estado debe ofrecer pluralidad informativa.
En previsible sobrerreacción retórica, Petro respondió que lo han censurado y que la decisión “busca la destrucción del gobierno progresista”. El fallo de 17 páginas del alto tribunal por ningún lado trasluce la intención que le atribuye el Gobierno, que luego optó por impugnarlo ante la sala plena del propio Consejo de Estado. ¡Colombia, bendito país de leyes! No lo digo burlonamente: es prueba de la vigencia que aún tiene aquí el Estado de derecho.
P.S.: El exministro de Hacienda Mauricio Cárdenas advirtió que la bomba de tiempo de la crisis fiscal no ha explotado por el denominado efecto “chao, Petro”. Vale decir, por la expectativa de que en 2026 se elegirá un presidente más austero con el tesoro público. Si es que algo queda, porque la gastadera continúa rampante.
