
El mismo día en que supe que había muerto el papa Francisco, me enteré de otras noticias de las que también tuve que recuperarme: Vicky Dávila lanzó un libro que, con el favor de diosito, como ella suele decir, a lo mejor termine en la pantalla grande: sería un musical. Lo protagonizaría ella misma. Y Harold Trompetero interpretaría a Hassan Nassar.
Contra un fallo del Consejo de Estado, el Gobierno transmitió por los canales privados el Consejo de Ministros, pero el presidente Berto aclaró que en realidad estábamos ante una alocución presidencial, sino que con ministros invitados. Invadió el canal por el que transmiten Yo me llamo, y dijo que no le importaba si le quitaban la visa gringa porque ya había visto suficientes veces al Pato Donald, y amenazó con desenvainar la espada del Libertador el primero de mayo porque es el mismo Libertador, en el fondo, quien convoca la consulta popular:
—Yo me llamo Simón Bolívar —remató.
Cielo Rusinque denunció que quisieron asesinarla con unos dulces de coco que, para su fortuna, no se comió: se los había dado de regalo a sus escoltas, y ellos terminaron en el hospital con —según ella— “marcas de veneno”. Posteriormente la clínica aclaró que no hubo veneno alguno, sino que los dulces estaban en mal estado. Al parecer doña Cielo los dejó en el carro durante horas, bajo el sol de Montería, antes de ofrecerlos con cariño. Imagino a los pobres escoltas sembrados en el retrete, muy agradecidos con doña Cielo.
—Les dejé también un kumis en la guantera —les dijo después.
En una carta tan extensa como su trasegar en la vida pública, el exministro Álvaro Leyva aseveró que Berto se perdió en París durante dos días: se perdió o se trató de perder porque, según Leyva, la inteligencia francesa lo ubicó en un lugar que el canciller no reveló, pero que le produjo un gran vergüenza: ¿dónde encontraron al presidente? ¿Ofreciéndole el Sena a Armandito por las riberas del ídem? ¿Integrado a las bailarinas del Moulin Rouge mientras se echaba una sorbona de Tapa Roja? ¿En Eurodisney con el Pato Donald?
En la misma carta, el canciller Leyva señaló que el presidente sufre de adicciones, y lo dijo a las claras: no entre líneas. Si se puede decir de ese modo.
A lo que Berto, en gran discurso en la plaza pública, respondió:
—¡Sí soy adicto, pero al amor!
Acto seguido, el Cupido humano se quitó la ropa, aleteó desnudo y disparó flechas con corazones al pueblo que lo aclamaba.
Y, sin embargo, faltaba el titular más importante de la semana: la noticia de que el que el presidente se sometió a un lifting, un procedimiento quirúrgico estético que hace con el cuero de la piel lo que Berto sueña hacer con su mandato: estirarlo.
El primer presidente de izquierdas, pues, se mandó templar. Para que no se diga que no es un mandatario templado. Y lo hizo en secreto, durante la Semana Santa, en lo que en la lucha guerrillera llamaban una operación encubierta. La cicatriz de las grapas a la altura de las orejas presidenciales, que disimula con buzos de cuello de tortuga heredados de Luchito Garzón, demuestra que desde Jaque no se veía una operación semejante.
En vibrante discurso, justificó el retoque diciendo que era una venganza contra la oligarquía, porque saldrá más joven de lo que entró: es el Dorian Grey de la nación, el Donatella Versace del progresismo.
En la misma semana que perdió a su gran amigo, el papa, perdió también a su amiga, la papada: qué paradoja. A los implantes capilares que se sembró en la coronilla el año pasado, se suma ahora el lifting de cuello y, con el favor de diosito, seguirán otros retoques: un blanqueamiento ya no de capitales, como del que acusan a su hijo, sino dental, para que ilumine con una sonrisa nueva. Un levantamiento si no en armas, en glúteos. Una lipo. Quitarse las bolsas de los párpados y dejar únicamente las que tiene con efectivo. E invertir quince mil millones de pesos para una nueva compra de bótox en el 2026.
Ya no es Berto; ahora es Nor-Berto.
Como es natural, los miembros más extremistas de la oposición lo señalaron de incoherente, porque no pueden ver a un hijo del pueblo que calce zapatos de marca, viaje los veranos a Europa, coma en restaurantes de lujo en París y se someta a una que otra cirugía estética, sin reconocer que puede hacerlo en perfecta coherencia con la lucha popular: ¿a son de qué un toque de vanidad es incompatible con la rebeldía? ¿Quién dijo que la cirugía estética estaba reservada, únicamente, para la esposa del oligarca contra el que se lucha? ¡El propio Simón Bolívar, de quien Berto es vocero, habría hecho lo mismo!
—¡General Bolívar, sorprendamos a las tropas reales en el puente de Boyacá!
—¡Tan pronto como me recupere del lifting, coronel!
El único antecedente en la materia fue la famosa blefaroplastia de Juan Manuel Santos: el pequeño recorte de párpados al que se sometió para recuperar algo de visión. Prácticamente no veía nada. Parecía un shar pei. O el propio Iván Duque, que se pintaba canas en el pelo azabache para hacerse pasar por adulto. Pero fueron rocío de los prados: la verdadera audacia es la de este rebelde de Ciénaga de Oro que, ahora lo sabemos, si desenfunda la espada el primero de mayo, como amenazó, será para utilizarla como bisturí.
Para quienes dicen que este gobierno era incapaz de dejar transformaciones profundas; para quienes ponían en duda el espíritu reformista del presidente, ahí tienen, pues, la primera reforma que saca adelante. Es el único presidente que ha hecho algo por el pueblo; el único que merece pasar a la historia, que merece un busto. Y con el mejor cirujano.
Qué semana: el hombre que cree encarnar la izquierda intelectual del planeta, la versión mejorada de Gaitán, el experto en Hegel, se estira la piel y es acusado de ingerir drogas, todo al mismo tiempo. Podría ser una de las hermanas Kardashian. Solo falta que Cielo Rusinque le entregue a modo de regalo un dulce de coco. Y que Álvaro Leyva diga que en realidad es un dulce de coca. Todo parece una comedia. Como de Harold Trompetero.
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