
El periodismo enseña que es necesario oír con mucha atención las mentiras porque detrás de ellas suele vivir la verdad. Una entrevista de back ground no hecha para ser publicada, un comentario, un chiste, un silencio pueden marcar si una noticia se va a concretar o no. La historia que les voy a contar, ocurrió hace siete años cuando empezaba a investigar un caso de soborno de testigos que terminó creciendo e implicando al hombre más poderoso de Colombia.
La noche del 25 de mayo de 2018 marqué al celular de un abogado que no era tenido por gran jurista, pero sí como un diligente arreglador de entregas de narcotraficantes a las agencias federales de Estados Unidos. Había hecho esa clase de vueltas para capos como alias Diego Rastrojo y alias Don Diego, entre otros. También como patinador bien pagado de mensajes desde y hacia las cárceles. Era capaz de sacar de las prisiones videos o cartas que favorecieran las causas de sus clientes. De esos trámites se beneficiaron políticos como Dilian Francisca Toro y Jimmy Chamorro, entre otros.
Más allá de esas referencias, no sabía mucho más de Diego Cadena. Debía llamarlo para verificar y oír su versión sobre su visita a Juan Guillermo Monsalve, preso en La Picota y declarante durante años contra el expresidente Álvaro Uribe. Recuerdo, y apunté en mi libreta, cómo lo saludé:
–Doctor Cadena, mi nombre es Daniel Coronell. Soy periodista y escribo una columna para la revista Semana.
El abogado me respondió unas preguntas generales y muy pronto percibí una inconsistencia en su versión. Inicialmente, dijo que Monsalve había contactado a una asistente del expresidente Uribe para expresar su deseo de retractarse. Segundos después, afirmó que quien realmente había buscado el acercamiento era otro preso llamado Enrique Pardo. Cuando le subrayé, con sutileza, la contradicción, trató de ganarse una pausa:
–Daniel, yo le hago una pregunta –me dijo –¿Cómo sé yo que hablo con Daniel Coronell?
–Pues…No se cómo probárselo –respondí– que soy Daniel Coronell.
–Daniel, si quiere… FaceTime. Colgamos, y volvemos y hablamos, es que soy muy temeroso con eso, y contesté ¿sabe por qué? Porque pensé que era un familiar de Miami.

En la llamada por video me percaté de que Cadena era propenso a ofrecer intercambios de favores. Me dijo que le guardara la espalda y que él se convertiría en mi fuente de información para darme “noticias de tacón alto”, no relacionadas con el expresidente Uribe.
La videoconferencia se cayó y decidí marcarle nuevamente por teléfono. En la nueva comunicación, la tercera de esa noche, Cadena me contó cómo había instruido al testigo Monsalve para hacer la carta a la Corte Suprema de Justicia. Luego agregó que había sido supremamente cauteloso porque según él:
–Se lo digo sin faltarle al respeto a ese señor: Amistad de bandido, amor de puta. Eso lo tengo claro en esta profesión.
–¿Cómo es eso? –le pregunté riendo ante el vulgar adagio.
–Amistad de bandido y amor de puta. Eso usted no puede… Mire Daniel ni confíe en la amistad de un bandido, ni en el amor de una puta. Entonces yo leí al señor en la conversación y le digo algo: le creí, le creí, por eso volví.

A ese punto de la charla, y en medio de sus disimulos, Cadena me había confirmado que había ido a la cárcel, me había contado que no era Monsalve quien había pedido que lo visitaran sino Pardo Hasche, y que él había instruido al testigo preso sobre la forma de manifestarle a la Corte Suprema que iba a voltearse a favor de Uribe.
En ese momento, el instinto de reportero me indicó que lo único que faltaba para unir los puntos era conocer el quid pro quo, el soborno que le habían ofrecido al testigo. Si mi interlocutor se daba cuenta del alcance del interrogante, lo podía espantar. Por eso pregunté con el tono más sereno del que fui capaz:
–¿Qué le ofreció usted a cambio de esa retractación?
–Mire, hablamos, hablamos, él me dijo que se iba a perjudicar por la falsa denuncia. Le dije eso es correcto –aseguró Cadena antes de admitir–. Le ofrecí un recurso de revisión ante la Corte. Le dije no conozco su caso pero le podría hacer por mi oficina un recurso de revisión para ayudarlo en el tema de su condena. Me dijo que tenía una condena de cuarenta y bola de años. Es más, jocosamente le dije “Uy, hermano tiene más salida un betamax de una prendería con esa condena”, el señor me sonrió y me dijo “es verdad”. Eso fue todo.

El sí o el no de la historia había sido resuelto. En uno de esos momentos escasos en el periodismo, tenía la confesión plena de un delito, pero estaba solo en las notas de mi libreta. No existía una grabación.
Casi un año después, mientras seguía investigando el caso, me encontré la transcripción de esa conversación efectuada por el Cuerpo Técnico de Investigaciones, CTI, de la Fiscalía. Solo en ese momento supe que las llamadas, con quien después sería conocido como el abogánster, habían sido grabadas por orden de la Corte Suprema, que seguía las actividades de Cadena.
El audio lo vine a oír por primera vez esta semana.
Mañana declarará el expresidente Álvaro Uribe en el juicio en su contra como presunto autor de los delitos de soborno, soborno de testigo en actuación penal y fraude procesal. El proceso, que corre contra el reloj por la cercanía de la prescripción, busca establecer si es o no el determinador de esta y otras conductas delictivas.
Su defensa ha citado más de 70 testigos que servirán para acercarse al vencimiento que anhelan. Durante meses repetirán una y otra vez las excelsas virtudes del acusado. Sin embargo, episodios como este servirán para que los colombianos de hoy y del futuro conozcan lo que realmente pasó.
