Daniel Samper Pizano
22 Junio 2025 03:06 am

Daniel Samper Pizano

LA CONSPIRACIÓN CONTRA EL TURCO

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

Tras el atentado contra Miguel Uribe Turbay, el presidente Gustavo Petro trinó algunas frases curiosas: “Quieren matar al hijo de una árabe en Bogotá, que ya habían asesinado”... “Que vivan tranquilas las familias árabes en Colombia”... “Miguel Uribe Turbay, descendiente de árabes, hermano por tanto de sangre, te digo: As-salamu alaykum, la paz sea contigo”.

Seguramente Petro intentaba confortar a los allegados de Uribe. Pero, una vez más, sufrió una indigestión de historia patria que desconcertó a todos, empezando por la angustiada familia, tan colombiana como cualquiera otra. No era clara la alusión, pero es verdad que en otros tiempos los inmigrantes árabes padecieron ataques en Colombia, así como ahora los judíos pagan injustamente en todas partes la crueldad del gobierno israelí.

Los extraños trinos de Petro sirven para recordar una época que desvió nuestra historia hacia una ruta perversa y mostró hasta qué punto la política puede incurrir en el más atroz racismo y la xenofobia más cruda. Hablo de la década de 1940, cuando se destacó en Colombia un político santandereano hijo de inmigrantes libaneses que ofreció constantes lecciones de pulcritud e inteligencia en el manejo de la cosa pública. Se llamaba Gabriel Turbay Abunader (sin parentesco con Julio César ni con su nieto Miguel Uribe), había nacido en Bucaramanga el 10 de enero de 1901, representaba el ala más progresista del Partido Liberal y defendía un socialismo democrático moderno.

La narración de cómo perdió Colombia la posibilidad de prolongar con él dieciséis años de gobiernos liberales (1930-1946) que modernizaron al país está contada en un libro indispensable para entender nuestro siglo XX: El presidente que no fue: la historia silenciada de Gabriel Turbay, de Olga L. González, historiadora y socióloga bogotana especializada en París. Sobre este fascinante y escondido tema la autora ha dictado conferencias, publicado decenas de artículos y otorgado numerosas entrevistas (una de ellas, a este columnista).

Turbay era médico y abogado honoris causa. Pudo haber sido electo presidente en 1946, pero lo impidió una tenaza formada por líderes populistas como Jorge Eliécer Gaitán, ideólogos fascistas como Laureano Gómez, conservadores tradicionales como Mariano Ospina Pérez y antiguos progresistas reconvertidos en aristócratas, como Alfonso López Pumarejo. Quienes orquestaron la elección dividieron al mayoritario partido liberal, relegaron al segundo lugar a Turbay y al último puesto a Gaitán. En cambio, coronaron al representante del minoritario partido conservador. Ospina obtuvo 565.939 votos (41 %), Turbay 441.199 (32 %) y Gaitán 358.947 (27 %). Los dos liberales sumaban 59 % y el conservador 41 %. Pero entonces no existía la actual segunda vuelta entre los rivales más votados, y se podía ganar perdiendo. Eso le ocurrió a Turbay, solo que en realidad perdió más el país que el candidato.

La historiadora González demuestra que Laureano trabajó por la candidatura de Gaitán, mientras que López Pumarejo selló la elección de Ospina al anunciar que no votaría por ninguno de sus copartidarios.
Nada de esto resultaría extraordinario: las traiciones son agua corriente en la política. Descontemos a los enemigos obvios, como Laureano, simpatizante nazi. Lo vergonzoso fue que nombres respetables abrazaron el racismo. Asombran los ataques contra Turbay y los árabes que dispararon, entre otros y con el silencio cómplice de muchos prohombres, Alberto Lleras Camargo, Guillermo León Valencia, Luis López de Mesa (antisemita insaciable), Darío Echandía, Juan Roca Lemus (famoso columnista antioqueño) y, sorpréndanse, mi admirado Eduardo Caballero Calderón.

Turbay despertó lo peor de la xenofobia nacional. “Su candidatura fue saboteada por López Pumarejo y la elite liberal bogotana”, escribe la profesora González. Las figuras más notables que apoyaban a Turbay eran Eduardo Santos, Roberto García-Peña y Germán Arciniegas. Pero gaitanistas y conservadores competían desde Jornada (llero-lopista) y El Siglo (laureanista) en descalificarlo. Por prensa, radio y altavoces dijeron de todo: entre chiste y chanza, Felipe Lleras Camargo pidió su muerte y José Mar, escritor gaitanista, le negó que perteneciera “a la patria colombiana”. Hubo editoriales que habría firmado Joseph Goebbels. En Colombia resonó el grito de “¡Turco no!”, aunque los árabes no eran turcos y más bien sufrían el yugo de los otomanos. Simultáneamente se motejaba polacos a los judíos, así sus raíces fueran españolas y no centro europeas. 

Anticipando a las redes actuales, corrieron ríos de mentiras. Como pasó con Obama en Estados Unidos, hubo quienes negaron que Turbay hubiera nacido en Colombia. Y, por si las dudas, Gaitán dedicó un discurso a elogiar a las madres colombianas en contraste con las de “otras razas”. Según la investigadora, el antiturbayismo impuso un relato falso que banalizaba el racismo y describía al rival como “un político de la oligarquía ungido a puerta cerrada”. Al mismo tiempo, callaba el apoyo de Gómez a Gaitán e ignoraba el juego sucio de López Pumarejo. Añade González: “Varias de estas afirmaciones siguen siendo las premisas, en realidad, los prejuicios de muchos de los que se acercan a estudiar este periodo”. 

Gabriel Turbay Abunader muere en París en noviembre de 1947, un año y medio después de las votaciones. No se suicida, como añadió Petro equivocadamente, sino que es víctima de una angina de pecho. Dos años más tarde, bajo el gobierno de Ospina, sería asesinado Gaitán. Y en 1950 sube al poder Laureano Gómez, otro de los protagonistas de aquella emboscada.

Desde entonces el prejuicio contra los descendientes de árabes se ha desdibujado, por fortuna, y nadie sensato duda de su condición plena de colombianos. La alusión de Petro llega con ochenta años de atraso, pero nos permite reexaminar, guiados por el excelente trabajo de Olga L. González, esas elecciones que habrían podido cambiar el rumbo de Colombia hacia una sociedad más libre y justa, y nos sumieron en un atraso violento del cual no hemos logrado salir. 

Imagen columna Daniel Samper Pizano
Gabriel Turbay Abunader (1901-1947)
Dibujo de Héctor Osuna
Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí

Más Columnas