
No podía salir bien el reciente encuentro entre Gustavo Petro y la secretaria de Seguridad Nacional de Estados Unidos Kristi Noem. No podía salir bien, porque ninguno entiende el idioma del otro, porque se trata de dos culturas enfrentadas, porque era una reunión entre una vaquera de cachucha y un costeño descalzurriado, un pulso entre la delegada altanera de un imperio egoísta y el representante de un país bajo sospecha; en fin, un duelo entre Yellowstone y Cachaco, palomo y gato. No podía salir bien y no salió bien.
Pocos días después de la visita de Noem, la poderosa visitante acusó a Petro de haber “criticado a nuestro gobierno por alrededor de media hora” y añadió algo que traduzco directamente de la versión difundida en inglés en Estados Unidos: que “Algunos miembros del cartel [el Tren de Aragua] eran amigos suyos”.
Las cosas, como son: Petro sí le mezcló a la charla, en modo sociológico y psicológico muy de su talante, algunas consideraciones sobre la importancia de tratar con inteligencia y compresión a los muchachos inconformes para evitar que se vuelvan delincuentes como los del Tren de Aragua. Pero precisó —y yo le creo— que jamás se declaró amigo de los criminales del nefasto grupo narco y que siempre ha mantenido un “firme e inquebrantable compromiso” contra el narcotráfico y el crimen organizado.
Los planteamientos de una y otro suenan sensatos: a la delincuencia hay que castigarla, y la sociedad debe evitar de manera preventiva que los jóvenes víctimas de exclusión terminen convertidos en hampones. El problema es que, según parece, esta agua clara se embarró al pasar por el tubo de la traducción. Sucede que ninguno hablaba la lengua del otro y es difícil precisar cuánto del texto y de su espíritu se perdió en la doble conversión lingüística. Como en Colombia los likes desplazan cada vez más al periodismo robusto, nadie entrevistó a los traductores ni comparó las versiones. Lo más probable es que ni Petro haya dicho las barbaridades que entendió Noem, ni Noem haya aclarado las barrabasadas que le entendió a Petro.
Los errores de traducción han provocado desde guerras devastadoras hasta tergiversaciones religiosas como la de los camellos que pasan por el ojo de una aguja (no eran camellos sino cuerdas) y el desplome de marcas comerciales. Por eso las relaciones diplomáticas son asunto tan meticuloso y delicado.
En contraste, seamos sinceros, ni doña Kristi ni don Gustavo son personajes sofisticados. Conocemos bien a Petro, así que no necesito describir su escaso interés en las buenas maneras y los cómos. En cuanto a ella, es dueña de un rancho y cacica política de Dakota del Sur, un estado pobre, agrícola y vacío. Numerosas fotos la muestran a caballo acompañada por su marido y sus amigos, como en la serie sobre la familia Dutton que transmite Netflix. Republicana esencial, fue gobernadora y representante a la Cámara. Durante su estancia en Washington, ya casada, fue víctima de rumores machistas que la acusaban —probablemente sin razón— de haberse conseguido un levantosky (sin parentesco con el eximio goleador polaco del Barcelona). La cuestión la descalificó como lejana precandidata a la vicepresidencia, pero le aseguró un cargo importante en el nuevo gobierno.
Ahora bien: el equipo de Trump es como él: de ultraderecha, xenófobo, brocha, arrogante... Añádale a lo anterior que misiá Kristi es embusterita, como el jefe. Le han pillado varias mentiras sonrojantes, entre ellas un supuesto encuentro con el líder norcoreano Kim Jong Un, que nunca se produjo. De donde uno sospecha que lo de Petro como miembro del Tren de Aragua tampoco es cierto.
Sigamos. Los derechos humanos no son el fuerte de la secretaria de Seguridad Nacional (ni los caninos tampoco, pero ese es escándalo de otro corral). De Colombia partió hacia El Salvador, donde grabó un video ataviada con camiseta deportiva y gorra de béisbol ante la cárcel de alquiler construida por el gobierno del tenebroso señor Bukele. La famosa megaprisión es un icono vil criticado por Amnistía Internacional y otras organizaciones al que envía Washington miles de inmigrantes, sean delincuentes o no.
Sobra decir que la visita de la señora Noem no ayudó a mejorar las relaciones con la Casa Blanca. Por lo pronto, se recomienda al gobierno de Colombia que practique un examen de conocimientos a sus intérpretes y acuda a más textos escritos y menos a carreta en jerigonza, pues el traslado de un idioma a otro ha sido causa de catástrofes históricas. La peor de ellas fue el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki en la II Guerra Mundial. Ante el ultimátum de rendición que expidieron los aliados en agosto de 1945, los japoneses respondieron: mokasatu. Para ellos significaba “aún no tengo comentarios al respecto”; pero los aliados lo descifraron como un rechazo: “Su propuesta no merece ni siquiera un comentario”. Ante lo cual estrenaron la bomba atómica. Por eso los italianos advierten: “Traduttore, traditore”. Supongo que no es necesario traducirlo.

