
Lo ocurrido en el consejo de ministros el 4 de febrero califica como una agresión basada en género, una contra todas las mujeres colombianas. Por supuesto, implicó otros abusos: del gabinete, del espectro televisivo, de la función pública, de la sensatez, de la decencia. Pero sirvió también para graduar al presidente Gustavo Petro de misógino de diccionario.
Cualquiera que fuere el cálculo —o ausencia de este— para televisar esa sinfonía del caos, también sirvió de escenario de las quejas públicas de la vicepresidenta y ministra Francia Márquez y la ministra Susana Muhamad. Ambas expresaron su incomodidad frente a la posibilidad de trabajar de la mano de un agresor de mujeres como lo es Armando Benedetti.
Petro tuvo tiempo para contestar, porque de las seis horas que duró el episodio habló cinco, pero le faltó dar una pasada por los casos públicos de violencia de su verdugo, como la evidencia de maltrato contra su esposa Adelina Guerrero y la canciller Laura Sarabia.
Se aventuró, sí, a calificar a las quejosas de sectarias e inició su sesión de mansplaining para explicarles a las mujeres colombianas lo que es el feminismo. (Que es lo que siempre hace cuando habla de eso). Con su versión trastocada y utilitaria del feminismo, justificó: “La única razón por la que Benedetti está al lado mío es porque tiene una especie de virtud, que es ser loco. (…) La locura puede hacer revoluciones”. (Tal vez fue un desliz freudiano que, mientras defendía al “loco” que lo tiene preso, hizo el gesto con el que significamos “billete”).
No, señor presidente, Benedetti no es “loco”. No tiene que enfermarlo para excusar su comportamiento. Un hombre que agrede a su pareja o a las mujeres que trabajan para él no lo hace porque está loco; lo hace porque la sociedad se lo permite y casi que se lo pide ya que esa desigualdad sirve de cimiento para el sistema en el que vivimos. La única revolución que inspira este tipo de locura es una pandemia global en la que una de cada tres mujeres es víctima de violencia machista. Esos delitos ocurren amparados por razonamientos como los que dio usted en el consejo de ministros.
Y no le bastó con callar de manera displicente a Muhamad y Márquez, sino que siguió: “yo he visto feminismos que destruyen al hombre”. Cuánta ignorancia y desprecio por las mujeres y su lucha en una sola frase. Los feminismos no destruyen a los hombres: al contrario, el avance de la causa feminista implica también un mundo mejor para ellos. Para que puedan existir libres de las ataduras del machismo tóxico que los condena a vidas marcadas por la violencia, por la rabia, por el desconocimiento de sus emociones. El mismo que desplegó el presidente cuando Gustavo Bolívar le dijo que lo amaba y este contestó con un triste “vale”. Aunque las redes se burlen y caricaturicen el intercambio, fue otra oportunidad perdida de Petro de deconstruir su machismo.
Es además profundamente doloroso e injusto que el presidente señale al feminismo de ser una fuerza destructora, cuando somos uno de los países de la región en el que más mujeres mueren en manos de feminicidas.
Pero la frase más reveladora que lanzó el presidente latigador fue cuando dijo: “el soldado herido era curado por la mujer más bonita del M-19; así se curaba más rápido porque sentía el amor”. El despliegue de machismo del martes vino en muchas formas, pero ninguna tan trasparente como el cuentico de la más bonita.
La idea es espantosa: reproduce estereotipos con los que se clasifica lo que es o no una mujer bonita, y además le atribuye virtudes mágicas, porque cura al guerrillero herido en batalla no con medicina sino con su amor especial. La exotización de la mujer hermosa para descalificarla, para quitarle agencia, porque sirve de amuleto, como figurita para poner en un altar y rezar para que el enfermo se mejore. En el relato del presidente, la militante aliviaba no porque fuese una médica excelsa sino por sus atributos físicos: la burda cosificación de siempre. O, peor, la militante deseada tenía más capacidad de transmitir “amor” que las consideradas feas por los machotes guerrilleros. Nefasto.
Presidente, el martes pasado no solo quedó en evidencia el caos de su gobierno y el desdén por su equipo, sino su irrestricto e insalvable compromiso con el sistema patriarcal que lo tiene encerrado. Si supiera lo liberador que es pararse firme desde la otra orilla, esa sí sería una verdadera revolución propuesta por un presidente de Colombia… Pero ya no lo hizo. Y pensar que por ese camino tal vez hasta se libraba de Benedetti…

