Daniel Samper Ospina
26 Mayo 2024 03:05 am

Daniel Samper Ospina

LA PEOR REFORMA DE PETRO

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Claro que el Gobierno ha producido noticias memorables que le dan brillo al país: para no ir más lejos, esta semana el embajador Benedetti publicó las fotos de una cena ofrecida en su honor por la condesa Marisela Federici. Nuestro hombre en Roma aparece sonriente mientras departe con monseñor Kastel, muy cercano a su santidad Juan Pablo II, según nos informa él mismo. En el retrato es evidente que, como buen funcionario de la FAO, los temas de la alimentación le preocupan: al menos de la suya propia, porque sostiene en las manos un apetitoso plato repleto de pasta para demostrar su gusto por los carbohidratos: pasta, sí, y papa, pues en la tarde publicó otra foto en que aparece con el papa Francisco, a quien toma de las manos mientras mira con ternura. 
 
El proceso de canonización de Benedetti y su éxito social frente a la nobleza europea son logros del gobierno humano que hago evidente para que no se diga que soy uno de esos críticos incapaces de admitir aciertos. 
 
Con la autoridad que me confiere conceder esos reconocimientos, no puedo dejar de señalar las noticias insólitas protagonizadas por el Gobierno que allanaron los titulares de los medios, salvo los de RTVC: entraron en huelga los trabajadores del Ministerio de Trabajo; giraron por error bonos millonarios a los directivos del Ministerio de la Igualdad; Olmedo López prendió de nuevo el ventilador y salpicó a congresistas como Wadith Manzur. Y el ministro de Salud quedó al descubierto en unos audios en los que confiesa que planea mandar al ministro de Hacienda al Capitolio para que ponga la cara, o todo lo contario: “que vaya el ministro de Hacienda y muestre el culo”, se le oye vehemente, como si con ello resolviera el trámite de modo expedito, si me permiten decirlo así. Porque, en gracia de discusión, supongamos que, después del retiro espiritual en Paipa, el gabinete aprendió a trabajar en equipo y el ministro Bonillita acepta la sugerencia de su homólogo y asiste al Capitolio:
 
—Señores congresistas: como prueba de que, gracias a mi gestión económica, no es necesario apretarse el cinturón, vengo a mostrarles los modestos ahorros de mi retaguardia para que voten a favor de la reforma —anuncia mientras se baja los pantalones delante de senadores como Carlos Meisel, el honorable congresista que el miércoles despidió al cantante Omar Geles trepándose en el atril para cantar un vallenato, según él en honor a Los Diablitos (que, contra lo que se cree, no es la bancada del Centro Democrático, sino un grupo musical.)
 
Cuando Bonillita, pues, ingrese en los anales del Congreso mostrando los ídem, ¿cómo suponen acaso que reaccionarán los parlamentarios? ¿Aprobarán la reforma a pupitrazo conmovidos con el ministro? ¡Ni que, como Shakira, hubiera obtenido el galardón a la mejor cola TV y Novelas para obrar semejante milagro!  Lo que seguramente sucedería es que el senador Meisel tomaría el micrófono para entonar la canción Tamarindo seco inspirado en lo que observara.
 
Pero la noticia más importante de la semana sucedió el martes pasado cuando el presidente Berto por fin se quitó la cachucha y dejó ver los implantes capilares con que algunos pensábamos que humillaría al mismísimo Javier Milei.
 
No digo mentiras: imaginaba que el momento estaría lleno de espectacularidad, de vida; que lo llevarían a cabo en la isla de Malpelo, por ejemplo, con graderías llenas y transmisión de RTVC;  y que,  tras un vibrante discurso en contra de la alopécica oligarquía neoliberal y un redoble de la banda presidencial, el presidente Berto se quitaría la gorra y sacudiría en cámara lenta una melena sideral, magnífica, sedosa, equiparable apenas a la de Leonel Álvarez en su mejores años, o a la de Angélica Lozano hoy en día, mientras la concurrencia estallaba en vítores y la ministra Susana Muhamad rompía en llanto.
 
Pero la lánguida exhibición de aquella pelusita mínima que le recubre la cabeza deja mucho que desear: parece un durazno triste, un “diente de león” a punto de evaporar las esporas en el aire. ¿Quién ejecutó la operación? ¿El Ministerio de la Igualdad? 
 
Imagino al ministro de Salud reaccionando ante esta nueva crisis mientras lo graban a escondidas: 
 
—El presidente quedó más calvo que antes después de los implantes: ¡llamen al ministro Bonilla y que muestre el culo!
—¿Pero no se prestará a mayores confusiones?
 
Aún recuerdo la manera en que recibí la noticia de que el mandatario de los desposeídos había decidido someterse a un implante capilar: ¿no habíamos quedado en que las formas no eran tan importantes? Hasta entonces pensaba que Berto no quería ser presidente sino mártir; que quería pasar a la historia, no por lo que hizo, sino por lo que no le permitieron hacer: ser una posibilidad truncada, una efigie en una camiseta: la versión tropical y con cuenta de Twitter del Che Guevara. 
 
Mi primera decepción sucedió cuando descubrí sus verdaderos propósitos: que no soñaba con ser mártir, sino, mucho más grave, con ser peludo. Y la segunda fue esta semana, y fue peor: cuando observé esos pelitos de llorar, desenhebrados y grises. 
 
¿Ese era entonces el misterio? ¿Por eso se cosió a la cabeza durante tres meses una cachucha gigantesca que combinaba con corbata y saco para recibir jefes de Estado?
 
Es el resumen del Gobierno, otro cambio para mal. De todas las reformas de Petro, esta, la reforma capilar, ha sido la peor. Parece un detrimento. Ojalá la procuradora Cabello se ponga a la altura de su apellido e investigue este desgreño. Si me dejan decirlo así.
  
No me consuela saber que, ante el bajo recaudo de la DIAN, las de Berto serán las únicas entradas del Gobierno. El episodio es una nueva decepción. El presidente lo tenía todo para mostrar al menos esa transformación, notoria y perdurable. Ha debido operarse en Turquía; ha debido frotarse papel: ¡ha debido al menos acudir a la célebre Ritlecitinib, la famosa pasta que obra milagros! Aunque no es tan famosa como la pasta que le sirve la condesa Federici al conde de Benedetti. 

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