No oculta Beatriz Ordóñez su amargura al ver la disparidad entre lo que esperaba de este país y lo que ha encontrado. Al final de su balance aparece un elemento que todo lo domina y lo explica: una perla. ¿Qué perla?
Quisimos creer en él
y nos dejó defraudados;
muchos vientos encontrados,
mucha labia y mucha hiel.
Es una realidad cruel,
para un país con problemas,
desigualdades extremas
y un presente sin futuro.
Pinta el panorama oscuro
y abundan las manos llenas.
Incendia la casa adrede
para asustar al contrario
y no organiza el erario
porque no sabe ni puede.
A quien lo ataca, lo agrede;
llega tarde a las reuniones
o no asiste a las funciones,
pero es puntual con sus tragos.
Le fascinan los halagos;
lo seducen los lambones.
Dos mil veintiséis ya viene
con su manojo de extremos.
El centro —muchos creemos—
es la opción que más conviene.
La gente, en cambio, se atiene
a lo que diga la suerte;
jura y jura hasta la muerte
que todo será lo mismo.
Pero cerca está el abismo,
y el que teme se subvierte.
Hay que imponer la cordura
y analizar las opciones,
proponiendo soluciones
y pensando en el mañana,
pues la locura temprana,
nos lleva a donde sabemos.
Por la historia conocemos
fracasos improvisados;
sabemos los resultados,
y por eso les tememos.
El panorama es riesgoso.
No avistamos nada claro,
el porvenir huele raro
y el pasado es vergonzoso.
Qué país menesteroso:
la corrupción ha existido
y desde el tiempo del ruido:
nadie ha podido vencerla.
Pero es el poder la perla
que tiene al pueblo rendido.